28 agosto,2020 5:27 am

Deborah Feldman: la habitación de la imaginación

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Adán Ramírez Serret

 

La discusión sobre qué es mejor, si el cine o la literatura, las palabras y la imagen, siempre ha sido impertinente y nunca ha tenido sentido, porque en el arte nunca son competencias. Nunca es mejor un medio que el otro.

Sin embargo, el ejercicio de comparar imagen versus palabras siempre es interesante. Así, Rodrigo Fresán dice que una imagen jamás dirá lo mismo que mil palabras, y también recuerdo una vez que le preguntaron al escritor estadunidense Paul Auster –quien ha dirigido algunas películas y escritos muchos libros– qué le gustaba más, si hacer una película o un libro.

Respondió que son experiencias muy diferentes, en el cine es la imagen lo más importante y el espectador está siempre frente a ella, afuera; mientras que en la literatura, como todo es llevado por palabras, todo sucede en el cerebro de quien lee, por lo que puede tocar y oler a los personajes.

Terminó su respuesta diciendo que en lo único que se parecen el cine y la literatura, es en que cuentan una historia.

Pienso en todo esto a partir de la maravillosa autobiografía Unorthodox (heterodoxa, o no ortodoxa) de Deborah Feldman (Nueva York, 1986), pues fue llevada a la pantalla de una forma magistral, por una de las plataformas de transmisión más importantes de la actualidad. Primero vi la miniserie, y como dije, me encantó, y ahora leo la autobiografía, que me resulta aún más fascinante.

La autobiografía y la serie cuentan la historia de una joven que vive dentro de una comunidad judía en Estados Unidos, pues Deborah Feldam creció en el seno de una familia de la comunidad jasídica Satmar, que surgió tras la Segunda Guerra Mundial en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, Nueva York.

A pesar de que vive en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo –si no es que la más– la personaje principal de esta historia lleva una vida absolutamente enclaustrada en la que no tiene derecho a nada. Su comunidad es ultra ortodoxa por lo que debe comer sólo, absolutamente, alimentos kosher; no puede hablar con nadie que no sean mujeres y de su familia; no puede comprarse ropa y toda la que lleva debe ir desde el cuello hasta debajo de las pantorrillas.

Su vida es como si viviera en una comunidad nómada de hace dos mil años: vive con sus abuelos, que le hablan del resto de su familia asesinada durante la Segunda Guerra Mundial. Por si esto fuera poco, la chica arrastra un estigma doble, su madre abandonó a su padre –traición brutal en su comunidad-; y su padre sufre un cierto retraso mental y esquizofrenia. Su vida, como se puede ver, no es para nada fácil.

Hasta aquí van igual la serie y el libro. La trama es la misma. Sin embargo, hay una cosa diametralmente opuesta. La serie cuenta la historia de manera intensa y profunda, pero nunca entramos a la mente de la joven; en la autobiografía, su mente, su imaginación, es el universo desde donde se cuenta la historia. Así que no es sólo marginación y soledad lo que sufre, sino también un amor potente por su cultura, por sus abuelos y por el mundo. Se trata de una caleidoscopio hermoso en donde cada pensamiento, sentimiento y placer, se puede ver, oler y tocar.

Al igual que otras novelas como Milkman, de Anna Burns y Ausencio, de Antonio Vázquez, Unorthodox, es narrada desde la mente de un personaje con un potente mundo interior que los distancia de la sociedad. Sí, viven en un mundo asfixiante pero los hace distanciarse aún más su carácter.

Esa misma capacidad de introspección es un espacio en donde se despliegan hacia adentro. No sólo es lo que las hace escritoras –y valientes–, sino que es la cualidad que las hace vivir la vida de una forma completamente diferente: una existencia llena de matices, atmósferas, percepciones y sensaciones, tan potentes que pueden tocarlas, y vivir con su mundo interior como si se tratara de una tangible y maravillosa realidad.

Deborah Feldman, Unorthodox, Ciudad de México, Lumen, 2020. 282 páginas.