15 julio,2024 5:53 am

Desde la mirada de las víctimas

 

 

Jesús Mendoza Zaragoza

Cada persona mira la vida desde donde está. Eso quiere decir que todas las miradas tienen sus propios límites a partir de sus ubicaciones, desde el lugar que ocupa cada uno en el país. Los indígenas tienen su propia mirada, lo mismo que los campesinos. Desde Palacio Nacional hay otra mirada, también desde el Ejército Mexicano o desde el Congreso de la Unión. Quienes tienen el poder económico en el país, tienen también su particular mirada. Desde las universidades hay otra mirada diferente y lo mismo hay que decir desde las empresas o desde las iglesias. Los académicos y los intelectuales miran el país de manera diferente. Y, ahora, quiero incluir la mirada peculiar de las víctimas, de todas las víctimas de todas las violencias, que miran su realidad y miran al país desde su experiencia de víctimas.
Es imprescindible reconocer que las víctimas se han estado multiplicando de manera exponencial en medio de las sombras de nuestro país porque siguen abandonadas a su suerte. La mirada de las víctimas no parece importarle ni a los gobiernos ni a la sociedad en su conjunto. La gran mayoría vive abandonada a su suerte. Las familias desplazadas, los colectivos de familias de desaparecidos, los cientos de miles de desaparecidos. Y, ¿qué decir de quienes viven sometidos a la extorsión y al cobro de piso frecuente? No le importan a nadie. Tienen que tragarse su mirada, con tanto dolor.
Todas estas miradas son parciales porque están situadas desde lugares diferentes. Al país lo miramos según nos va en la vida. Hay miradas optimistas y las hay pesimistas, miradas lúcidas y miradas oscuras, miradas más subjetivas y otras más objetivas. Todas las miradas se complementan si es que se entrecruzan y encuentran convergencias. Mirar desde arriba y mirar desde abajo sirve para mirar mejor. Pero las miradas desde abajo son las que abren caminos para dialogar, para escucharse y para resolver los problemas.
La mayoría de las víctimas, ha visto un sexenio perdido. Las madres buscadoras de sus desaparecidos no han encontrado eco a su dolor, porque el gobierno federal no les ha prestado atención, la atención que necesitan para buscar a sus familiares desaparecidos, para hacer justicia y para mitigar su dolor. Es más, en ocasiones han sido estigmatizadas y despreciadas. Institucionalmente, los gobiernos, el federal, los estatales y los municipales no están preparados para atenderlas en sus necesidades inmediatas ni en sus necesidades estratégicas. Ellas necesitan miradas empáticas, que aún no se han dado hasta ahora, tan necesarias para dar cumplimiento a la Ley General de Víctimas. Necesitan verdad, justicia y reparación de los daños.
Los muchos miles de víctimas del delito son tantas, que las autoridades ya no son capaces de dimensionar sus derechos humanos conculcados. Y por esa razón ellas responden, simplemente, evadiendo sus responsabilidades. De hecho, nunca ha sido la empatía con los que sufren, un requisito para gobernar, y la política siempre ha sido, para muchos, una oportunidad para buscar otros intereses, siendo solo un pretexto para acrecentar el poder político y los privilegios económicos. Esto sucede en absolutamente todos los partidos políticos, que están más ocupados en acumular o retener su poder, que en atender el sufrimiento de pueblos enteros que nos son escuchados ni considerados porque no les importan.
Los gobiernos no miran el dolor de las víctimas porque les incomoda y porque prefieren no enfocar su atención hacia ellas. El reclamo de las víctimas es una denuncia de la discapacidad de las instituciones gubernamentales. Es más, éstas no tienen capacidad, hasta ahora, para afrontar tanto dolor, tanta rabia y tanta desesperanza acumulados desde hace muchos años, desde la guerra de Calderón hasta nuestros días. Tendría que inventarse una Secretaría de Estado en el gobierno federal para hacerse cargo de atender a las necesidades de las víctimas. Y otro tanto en los gobiernos estatales y municipales para cumplir sus responsabilidades hacia las víctimas. De no atenderse estas necesidades –justicia, verdad, reparación de los daños y no repetición– padeceremos las consecuencias en el futuro inmediato y mediato, con mayores índices de violencia.
Y en la sociedad no cantamos mal las rancheras, cuando carecemos de empatía, somos indolentes e insolidarios con las víctimas individuales y colectivas. Nos parecemos al avestruz que esconde la cabeza cuando vive bajo amenazas y no busca salidas a los contextos tan violentos que tenemos actualmente en Acapulco y en todo el estado de Guerrero.
Necesitamos cruzar nuestras miradas con las víctimas: mirarlas y dejarnos mirar por ellas. Por ese camino puede darse una salida digna, a la vez, empática y solidaria para hacer nuestra parte para la construcción de la paz en nuestro país. Los colectivos de víctimas que se han levantado en el país nos están mostrando el camino para la paz. Es necesario acompañarlas para que nuestros gobiernos lo hagan también.