13 enero,2022 5:06 am

Desinformación y pandemia

 

Humberto Musacchio

 

 

El escritor Gerardo de la Torre, semanas después de recibir las dos vacunas, perdió un ojo debido a que un coágulo le bloqueó la circulación sanguínea. Luego de algunos meses, al salir de una revisión médica, sufrió un infarto que requirió de hospitalización y al término de una semana murió.

En redes sociales, y ocasionalmente en periódicos y otros medios de comunicación, se ha informado de no pocos deportistas profesionales, atletas de alto rendimiento, que ya vacunados se desploman y mueren sin causa aparente. Lo mismo hemos visto con personajes de la televisión que caen fulminados por un infarto y mueren a la vista del público.

Hasta ahora, las autoridades sanitarias de México no han explicado la razón de tales decesos que, como es obvio, tienen relación con las vacunas. A lo sumo se dice que se trata de un porcentaje insignificante y que debemos seguir vacunándonos, pero no es insignificante que uno de cada cuatro hospitalizados adquieran covid pese a estar vacunados.

En México ya comenzó la aplicación de la tercera dosis y se anuncia que será necesaria una cuarta, como ya se administra en Israel y otros países. Después, suponemos, vendrán la quinta, la sexta, la séptima y todas las que los laboratorios consideren necesarias, lo que mansamente aceptan los gobiernos, explicablemente espantados por la pandemia y sus efectos económicos, educativos, sociales y políticos.

Para los países pobres, México lo es, esa vacunación interminable es sencillamente incosteable, pero se plantea como indispensable porque los laboratorios venden vacunas que no inmunizan, pues en no pocos casos individuos que han recibido dos y hasta tres dosis se enferman de covid, como le ocurrió ahora al presidente López Obrador. Lo peor es que muchos de los vacunados mueren abatidos por el virus.

Por otra parte, las autoridades ofrecen a la ciudadanía estadísticas incompletas o de discutible validez. Se informa de los casos de covid que se han presentado, pero no se aclara cuántos son de una cepa, cuántos de otra y cuántos de una mera gripe estacional, pues no se olvide que este padecimiento tiene algunos síntomas parecidos e incluso mata cada año a un elevado número de personas. Pero ya hubo médico que lanzó una peregrina advertencia: “Si tienen síntomas de una gripe común, vayan a un hospital, pues puede ser ómicron”. Sí, y si tosen puede ser tuberculosis. ¡Por favor!

Hace unos días, el secretario de Salud, el médico Jorge Alcocer, se atrevió a recomendar en casos leves los tés, paracetamol y ungüentos como el Vick Vaporub, declaración que le costó casi un linchamiento. Aparte del paracetamol, que es administrado en los hospitales, aunque no pocos médicos advierten que no es recomendable en el tratamiento del covid, lo cierto es que los tés desde siempre han mostrado su eficacia como auxiliares y la aplicación de Vick Vaporub tiene también una larga historia en el tratamiento doméstico de males respiratorios.

Lo triste es que el grueso del cuerpo médico se niega a voltear hacia terapias baratas o tradicionales y simplemente las desprecia o las combate. Es el caso del dióxido de cloro, bactericida y virucida que prohíben muchos facultativos, pero sin que se haya demostrado daño alguno si es diluido en proporciones adecuadas. La condena se extiende a los médicos –médicos, no charlatanes—que recomiendan medidas profilácticas que, además de sencillas y al alcance de todo mundo, no se quedan en la mascarilla y aconsejan tomar el sol de 15 a 20 minutos diarios, aspirar vapor dos veces al día o inhalar enérgicamente agua con sal (en proporción de media cucharadita por litro), dormir al menos de siete a ocho horas, tomar suficiente agua, optar por comidas calientes y consumir frutas.

Condenar fórmulas como las citadas es ignorar que tienen un papel como auxiliares de la salud. No se vale.