17 julio,2020 8:56 am

Detalla el INAH descubrimientos en la cueva inundada donde ubicaron la mina de ocre

La institución revela que lo primeros pobladores de América sacaron de ahí toneladas del pigmento y que el uso de menores de edad para la minería es milenario

Ciudad de México, 17 de julio de 2020. Los primeros pobladores de América recorrieron túneles al interior de cavernas subterráneas para obtener ocre por toneladas. A mayor profundidad, era más vibrante, más fino y más puro, valorado en las sociedades más antiguas del mundo por sus propiedades medicinales, plaguicidas, pictóricas, funerarias y rituales, entre muchas otras.

Encendían fogatas para alumbrarse mientras obtenían el mineral. Para no extraviarse, colocaban piedras que les permitían identificar la ruta de retorno, aunque no siempre regresaban.

Los huesos de Naia, por ejemplo, el esqueleto más remoto y genéticamente intacto de América, cuyo nombre remite a las Náyades –ninfas de la mitología griega que habitaban en el agua– revelaron que la mujer de entre 15 y 17 años murió al caer en un abismo en el sistema de cuevas conocido como Hoyo Negro, en Quintana Roo, 13 mil años antes de nuestra era, y podría haberse introducido allí para recolectar el preciado pigmento rojo.

“Como hasta hoy suele suceder, y ocurría en el siglo XIX en Europa, los niños eran conocidos como excelentes mineros. Por su tamaño, podían entrar a lugares donde un adulto no podía trabajar cómodamente, entonces Naia pudo haber entrado para hacer este tipo de trabajo”, observa en entrevista Roberto Junco, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

La de Naia es sólo una hipótesis que deriva del hallazgo reciente en la Península de Yucatán de la mina de ocre más antigua de América, de entre 10 mil y 12 mil años antes de nuestra era, dentro de un intrincado sistema de cuevas inundadas –entonces secas y accesibles– donde espeleobuzos del Centro Investigador del Sistema Acuífero de Quintana Roo (Cindaq) descubrieron alteraciones en las cavernas, así como restos de carbón y hollín que sugerían presencia y manipulación del entorno por acción humana.

Estalactitas y estalagmitas de las cuevas fueron quebradas para transitar las oquedades y, con ellas, los pobladores forjaron también herramientas para golpear pisos y conseguir el pigmento, detalla Junco, parte del equipo del Proyecto La Mina, que recorrió 7 kilómetros de cuevas para hallar vestigios.

El ocre de esta mina es, probablemente, un pigmento listo para usar, lo que puede ser una de las razones por las cuales estos individuos hicieron tantos esfuerzos para recolectarlo, como lo reveló la revista Science Advances en el artículo Minas de ocre paleoindias en las cuevas sumergidas de la Península de Yucatán, Quintana Roo, México, el pasado 3 de julio. El estudio fue firmado por investigadores de Estados Unidos, Canadá y México.

El descubrimiento de esta mina es de suma relevancia no sólo por su antigüedad, sino porque por primera vez se conoce actividad de estos pobladores alrededor de ella, observa Junco.

En las cuevas inundadas de la Península se han hallado al menos 10 restos humanos prehistóricos, pero se desconocían los motivos de sus incursiones, atribuidas a la búsqueda de refugio temporal, de agua dulce o debido a entierros rituales, “aunque ninguna (actividad) está firmemente respaldada por la evidencia arqueológica disponible”, precisó Science Advances.

“La humanidad, desde sus inicios, utilizó el ocre de manera muy activa, lo mismo en el continente asiático que en el africano o en el europeo. Haber encontrado esta evidencia nos confirma y le pone fecha al uso del ocre en América. Por supuesto que milenios después los mayas y todos los grupos prehispánicos lo utilizaron abundantemente”, añade Junco.

El espejo milenario

Las minas permanecieron activas 2 mil años. El porqué cesó la explotación cuando faltaban 2 mil años para que el mar incrementara su nivel e inundara las cuevas, es un enigma que ahora dilucidan los especialistas, señala el titular de la SAS al reflexionar sobre estos periodos de tiempo, tan amplios como fascinantes: una mina, también, de interrogantes.

“El imperio mexica, por ejemplo, no duró ni 300 años. Sin embargo, podemos hablar de diferentes tlatoanis, de diferentes episodios y expansiones del imperio, pero aquí estamos hablando de miles de años”, contrasta el arqueólogo.

Las investigaciones han incluido el estudio de los animales de la época para obtener mayor información del ambiente y comprender las presiones que ejerció el clima.

“Estamos muy emocionados de que en algún momento aparezcan otras manifestaciones de esta sociedad tan antigua que nos permitan ir reconstruyéndola más, para saber quiénes eran y qué hacían. Ellos son también nuestros ancestros, no sólo los prehispánicos o los habitantes de la época colonial.

“Esperamos que entender cambios tan drásticos en el clima y en la vegetación pueda servirnos, también como una especie de conciencia y reflejo de lo que estamos viviendo actualmente”.

Texto: Yanireth Israde / Agencia Reforma / Foto: INAH