11 mayo,2023 4:58 am

Divas en Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Primera parte)

 

¡Divina, divina!

Fue una noche decimonónica cuando se escuchó por primera vez el grito enfervorecido de ¡divina, divina, divina! Premiaba la actuación de la soprano italiana Angelica Catalini, en el papel de Susana de las Bodas de Fígaro, de Mozart. Un grito que a partir de entonces se extenderá como entusiasta ovación en las sedes operísticas del mundo. Hollywood se apropia más tarde del término y lo apocopa para dedicarlo a sus más grandes y hermosas actrices. Se crea así la generación de las divas de la cinematografía.

María Félix

María de los Ángeles Félix Guereña, la más grade diva del cine mexicano, visita Acapulco por primera vez en 1945 para disfrutar su luna de miel con el compositor Agustín Lara. Se hospedan en el hotel Prado Américas, en la península de Las Playas, en plena huelga por aumento de salarios. No obstante, el personal femenino logrará que sus líderes acepten recibir a la ya célebre pareja sin afectar al movimiento. A ellos dos, únicamente.

Agustín y María, egos tremendos en duelo permanente, se confundirán al día siguiente con los porteños sin ninguna reserva y aun así nunca fueron molestados. Incluso cuando caminen por la plaza Álvarez rumbo a la parroquia de La Soledad, para escuchar misa. No faltarán, por supuesto, los requiebros simpáticos como estos: “¡María, si tanto te gustan los flacos y feos yo estoy más que el que. traes”! O los consejos para él: “¡Flaco, ahora sí, empáchate con ostiones y huevos de tortuga!”.

El bungalow ocupado por la pareja será bautizado mucho más tarde “María Bonita” y será vendido por los agentes de viajes como fetiche para una matrimonio largo y feliz.

Nunca fueron acusados de defraudadores

Dos años más tarde, el matrimonio Lara-Félix empieza a hacer agua y para evitar el naufragio inminente el músico planea una nueva visita al puerto. Plan con maña del colmilludo jarocho falsificado. Se hospedan en el hotel Papagayo, en la playa de Hornos, con la atención privilegiada del propietario, general Juan Andrew Almazán. Este los sorprende poniendo a su disposición un flamante y lustroso piano.

“Lo mandé a traer a la Ciudad de México especialmente para el maestro, por si quisiera desentumirse los dedos, jo-jo-jo”.

Mientras María agradece el amable gesto del anfitrión, Agustín recorre el teclado en repetidas ocasiones para, satisfecho, calificarlo de extraordinario y ofrecer que más tarde tocará “algo”.

Y en efecto, lo que Lara presentará aquella noche será aquello que dice: “acuérdate de Acapulco, María bonita María del alma”. Lo hace convencido de que su ofrenda musical obrará el milagro de la reconciliación. Pero no. Y era que en dos años Lara no había acabado de conocer a su pareja. María llorará al escuchar su canción, es cierto, pero se mantendrá inflexible en su decisión de dejar al Flaco. Bien decía el licenciado Iglesias Soto sobre La Doña: “Era más cabrona que bonita”.

Mary Pickford

Hollywood crea en Mary Pickford el arquetipo de la muchacha pobre pero honrada. Su contraparte será Theda Bara, una pueblerina de Cincinatti que personificará en la pantalla “a la mujer más perversa del mundo”. Será esta la primera diva vamp del cine: Safo, Salomé y Cleopatra.

Por su parte, Pola Negri, importada de Polonia, será “la mujer que paga y hace pagar a los hombre” El público estará ávido de sus papeles eróticos de vampiresa, pero también de sus intensos romances reales con media docena de directores y actores. Seguramente se exageraba al anotarse en su record amoroso un affaire con el propio Adolfo Hitler. La polaca sucumbirá ante el cine sonoro por su fuerte acento polaco.

Mirna Loy

La hermosa morena Mirna Loy no tendrá problemas con esa transición al hacer su primera cinta sonora, El cantante de Jazz, con Al Johnson. Alcanzará la cumbre de la fama a partir de 1930 protagonizando dramas y comedias musicales de gran éxito, muchas de ellas llevando como pareja a William Powel. Para 1938 es declarada Reina de Hollywood, luego de hacer la femme fatale de Clark Gable.

Mirna fue sin duda una de las primeras divas del cine jolibudense en Acapulco, hospedada en los bungalows Papagayo, del general Andrew Almazán. Su piel canela, como la cantada por Bobby Capó, no destacaba del resto de las bañistas en la playa de Hornos, aunque sí lo lograba tocada con un sombrero calentano. Obsequio este de Salvador Chava Añorve, bartender de la hospedería, el primer cantinero en ser llamado así.

El propio Chava sorprende a la actriz con una bebida bautizada en Cuba con el nombre de su paisana “Mary Pickford” (ron cubano, jugo de piña, granadina, marrasquino, todo batido con hielo frappé, el vaso adornado con una cáscara de limón en espiral). Le ofrece crear una bebida tropical llamada Mirna Loy, cuya base será su licor preferido, la ginebra. Y diciendo y haciendo. La diva lo consume varias veces y ya un tanto achispada planta un sonoro beso en el cachete de un Chava más colorado que el carmesí del labial. Lo imprimirá enseguida en una servilleta añadiendo su autógrafo. Servilleta que ondeará como estandarte triunfal en la cantina del bartender de Ometepec, siempre en espera de la pregunta sobre su significado.

Dolores del Río

La actriz Dolores del Río llega a Acapulco con su compañero Lewis Riley, productor de teatro neoyorquino, con quien más tarde contrae matrimonio aquí mismo. Vienen invitados por empresarios locales para analizar la posibilidad de impulsar el yatismo en el puerto. Son ellos el tejano Albert Pullen, y el alemán Wolf Schoemborg, fraccionadores del puerto, particularmente de la península de Las Playas.

Poco más tarde, la dama será la encargada de colocar la primera piedra de un proyectado club de yates cuyo listón inaugural, en Playa Larga, cortará ella misma. El calendario marca el 19 de diciembre de 1955 y será a partir de entonces cuando Acapulco figure en el mapa universal de los deportes náuticos. Las primeras regatas serán Newport Beach- Acapulco y San Diego-Acapulco.

Regatas que terminaban con lunadas en la playa Pichilingue, cuyo atractivo principal era el treasure hunt. Consistía en la búsqueda de “tesoros” enterrados a lo largo de toda la playa y cuyo mapa de localización se entregaba a los asistentes. Tesoros consistentes exclusivamente en botellas de tequila de un litro. Ninguno, que se sepa, quedó sin descubrir y, but of course, sin consumir.

Ella

A Lola le apenaba cuando alguien, en reunión de amigos, recordaba opiniones de celebridades masculinas y femeninas en torno a su belleza. Por ejemplo, la de la actriz y cantante germana Marlene Dietrich quien la consideraba la mujer más bella de Hollywood.

La Dietrich (1901-1992), nacionalizada estadunidense, es considerada hoy mismo como “la novena mejor estrella cinematográfica de todos los tiempos”. Intérprete de Lili Marlene, canción que durante la Segunda Guerra Mundial hizo llorar a soldados de todos los bandos.

Otro personaje jolibudense afirmará que la mexicana poseía mejores piernas que la propia Dietrich, El Angel Azul. Y uno más estará convencido de que los pómulos de Lola eran más bellos que los de la Divina Greta Garbo. Finalmente, la modista italiana Elsa Schiaparelli, rival de Coco Chanel, comentará: “He visto a muchas mujeres hermosas en mi tienda, pero a ninguna tan completa como Dolores del Río”.

Y una opinión muy particular y sorprendente, la de Rebeca Welles, hija de Orson Welles y Rita Hayworth: “Mi padre consideró a Dolores del Río el más gran amor de su vida, ella es una leyenda viviente en la historia de mi familia”.

Había sucedido…

Cuando Orson Welles llega a Acapulco en 1947 para filmar su película La dama de Sanghai, estelarizada por Rita Hayworth, manifiesta sus deseos de ver a Dolores del Río, con la que había estado unido por espacio de tres años. Ella se le escabulle. “¡Y cómo no –opinarán voces femeninas– “si el cabrón mofletudo la había dejado nomás por ser mexicana, para luego jullirse con la Hayworth”.

Pasará muy poco tiempo para que las mismas voces estallen con un “¡Dios es grande!”, cuando se enteren que aquí mismo, en Acapulco, Rita ha dejado a Welles chiflando en La Roqueta para jullirse a España con el güerejo Teddy Stauffer.

La acapulqueña Concha Hudson, quien convivió aquí con la diva, asegura que Lola le entraba bien y bonito a los mejillones, la langosta y al agua de coco, desmintiendo así la leyenda en torno a su rígida alimentación para conservar línea y belleza. Misma que la hacía comer únicamente pétalos de orquídeas y dormir 16 horas diarias. (Del Acapulco de antes).