21 julio,2020 5:19 am

Dos autores británicos que analizan con elegancia la maldad

Federico Vite

 

Sobre el mal (Traducción de Albino Santos Mosquera. Ariel, España, 2010, 175 páginas), del inglés Terry Eagleton, ofrece una mirada que renueva a Pincher Martin (1956), de William Golding, y a Brighton Rock (1938), de Graham Greene.

Nos muestra que el mal trasciende diligentemente la existencia cotidiana de manera inexorable. Afirma que en esas dos novelas se puede visualizar lo maligno. El mal sólo ocurre, sin causa o como algo que es su propia causa, señala el ensayista y ejemplifica esta aseveración con el asesinato y tortura de James Patrick Bulger, de tres años de edad. Murió a manos de Jon Venables y Robert Thompson, de 10 años de edad, en Inglaterra, en 1993. Con ese escabroso hecho, Eagleton muestra que el mal no guarda relación con nada que esté más allá de sí mismo. Cualquier lector pensaría que el ejemplo clásico de la maldad es El señor de las moscas (1954); sin embargo, Pincher Martin es atroz en más de un sentido. Grosso modo: Christopher Martin es un marino británico a punto de ahogarse en el océano Atlántico. Su barco acaba de ser torpedeado por un submarino alemán (durante la Segunda Guerra Mundial). El lector ingresa, gracias a un narrador omnisciente, a la conciencia de Martin y atiende esos pensamientos y emociones mientras la lucha por la sobrevivencia aumenta la tensión del relato. Martin está a la deriva. Traga agua salada. Divisa un trozo de tierra, una roca solitaria cubierta de algas, una tabla de flotación finalmente. Ahí permanece el resto de la novela. Se aferra a esa roca, es su única esperanza. Su mente, mientras espera la salvación, inicia un examen de consciencia. Analiza toda la maldad que ha cometido. Por tanto, la única alternativa de supervivencia es la nada. Como bien señala Eagleton: “El mal puede aparecer robusto y sustancial, pero, en el fondo, es tan endeble y fino como una telaraña”. De eso se trata este libro, de comprender que la lógica del bien y del mal está relacionada directamente con “un nocivo tizne de la atmósfera”. Todo lo enrarecido de este naufragio, espléndidamente narrado por Golding, se consuma con la revelación de la mirada. El entorno de Martin se convierte en una especie de boceto, en algo de papel que se desmorona. Comprende entonces que está inmerso en una autoficción póstuma y así comienza su andanza hacia el bien. Necesita salir del infierno personal para asumir la residencia en el purgatorio.

En el caso de Brighton Rock, la noción del mal está recreada con un disfraz amoroso. En Brighton hay dos bandas de mafiosos que protegen principalmente a los agentes de apuestas en las carreras de caballos. La banda de Colleoni mata a Kite, jefe de la otra banda llamada A Gun for Sale, eso propicia que un joven de diecisiete años, Pinkie Brown, se convierta en el líder. Pinkie es un asesino nato y está obsesionado con los recuerdos que tiene de las relaciones sexuales de sus padres. Decide liquidar a un periodista del Daily Messenger que estuvo involucrado con la muerte de Kite. Charles Fred Hale es el reportero asesinado por Pinkie. Desgraciadamente en ese homicidio queda un cabo suelto: una joven mesera del café Snow’s, Rose. Ante ese contratiempo, Pinkie baraja dos opciones: mata a esa chica o se casa con ella, pues así no podrá declarar contra él. Pinkie y Rose son católicos. Durante la novela manifiestan sus creencias sobre el bien y el mal, el pecado mortal, el acto de contrición perfecto y la absolución de los pecados. Vaya caldo de cultivo para el análisis. Ambos son conscientes de que cometen pecado mortal al tener relaciones sexuales fuera del matrimonio religioso. Finalmente, Pinkie y Rose contraen matrimonio civil. En ese punto de la trama aparece Ida Arnold, una veraneante alegre y jovial que conoció por casualidad a Fred Hale y estuvo con él antes que lo mataran. Ida se da cuenta que la muerte de Fred no fue como informó la prensa ni como dijo la policía. Así que trata de resolver el caso e inicia una pesquisa que la lleva hasta Rose y Pinkie. ¿Por qué esta novela sombría y anárquica todavía llama la atención de los lectores a pesar de que el catolicismo dio paso al secularismo? No lo sé, pero Pinkie se da cuenta que el infierno es aquí.

En esta novela, señala Eagleton, el bien y el mal tienen una secreta afinidad. Se describe a los personajes como productos nacidos de la falta de conocimiento y de experiencia. No sólo Pinkie ignora si hace bien o mal; Rose, cuya bondad se nutre de una virginal ignorancia, secunda los actos que tensan la trama. E insisto, el bien y el mal trascienden la existencia doméstica. Pinkie, cito al autor, representa el vacío o la antivida del mal; Rose es también una forma de vacío porque su bondad se nutre de la inexperiencia. Los dos son aliados a la vez que antagonistas. “El bien y el mal vivían en el mismo país, hablaban el mismo idioma, se juntaban como viejos amigos”, señala Greene para evidenciar que sus personajes se someten a la potencia centrífuga del vacío. Son afinidades electivas. Pinkie es un sacerdotal delincuente, señala Eagleton, y Rose una crédula virgen, entre ellos hay otro tipo de pacto que podría resumirse en el amor. Rose perdona a Pinkie; sabe que es un asesino. Los buenos aceptan el mal, dice Eagleton, acogiéndolo en su amor y en su misericordia. “Al cargarlo sobre sus espaldas, sin embargo, se ven arrastrados inexorablemente hacia la órbita del mal”, afirma. Ergo: el mal se mide por la atrocidad de la maldad.

Aparte de Greene y Golding, Eagleton dedica diversas y punzantes reflexiones sobre el conocimiento de la maldad que tenía San Agustín y Shakespeare, refiere extensivamente La tragedia de Macbeth. No obvia el Holocausto ni a Freud ni a Satanás ni a Thomas Mann ni Hannah Arendt ni al siempre gigante Aristóteles. Concluye, casi de manera inevitable, que el mal es “una condición de ser”. ¿Qué condición es esa? Quizá los ejemplos clarifiquen el asunto. ¿Eran malvados los nazis? Eagleton dice que sólo Hitler fue “auténticamente” malvado. ¿Fue malo el ataque del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas? No. Fue perverso pero explicable. No hay nada racional en el mal (es en sí una causa), quienes lo perpetran no son susceptibles de discusión. Digamos que el mal es una “condición de ser” no racional. Aunque, quizá sea mejor decir que el mal es una “condición de no ser”. Eagleton contempla el mal como un vacío, como un silencio inexpugnable. Se trata de un vacío que se relaciona con la nada, la aniquilación y la muerte. El asunto más difícil de explicar, afirma, es la maldad. La maldad aspira a la creatividad de Dios, pero la invierte; es decir, transforma el don de ser en no ser mediante la aniquilación. No sobra decir que la maldad, como ocurre en las novelas referidas, es una deriva de la ignorancia y de la virginidad, pero debe quedar claro que nadie llega por error al infierno.