19 diciembre,2023 4:47 am

El diablo en la ciudad, maneras de documentar el caos y la maldad

(Tercera de tres partes)

Federico Vite

Drop (HarperCollins, Estados Unidos, 2014, 207 páginas), de Denis Lehane, es un libro de una trama simple que funciona muy bien debido a la justa medida de los diálogos y a la claridad con la que el autor expone los motivos de los personajes. Plantea algo más o menos así: Bob Saginowski, el protagonista, es un mesero reservado, muy al estilo de los tipos rudos de antaño, que trabaja para Cousin Marv. Ambos hombres, como casi todos los de ese vecindario de Brooklyn, tienen un pasado carcelario y delictivo, pero aparentemente los dos mencionados se han alejado del hampa. Sin embargo, los mafiosos chechenos, dueños del territorio, siguen utilizando el bar del primo Marv como lugar de entrega de dinero para transferir fondos provenientes de las apuestas ilegales y de las drogas. Bob encuentra un cachorro golpeado en un bote de basura y es persuadido, por una mujer que presencia el incidente (y que tiene un pasado poco virtuoso), para que se lleve el perro. Dado que “lo único que Bob quería era no estar solo”, la conexión tanto con el cachorro como con la mujer resulta tan satisfactoria que “sospechaba que podrían haber sido unidos por algo más que el azar”. Y en efecto, esa unión “azarosa” sirve como cuña para la gran trama, el enfrentamiento con un sicario, quien afirma obsesivamente que es el dueño tanto del perro como de la mujer. La aparición de ese hombre permite al autor mover la trama en varias direcciones y mostrar el pasado traumático de varios personajes. El relato adquiere vitalidad, emociona y finalmente libera la tensión de una manera apropiada. No podríamos decir que se trata de una obra maestra de este autor sumamente reconocido, cuyas obras han tenido muy buenas adaptaciones al cine, pero el libro posee eso que nadie puede quitarle a un buen narrador: sagacidad. Grosso modo: Bob sobrelleva la vida en Brooklyn. Sirve tragos y cervezas a los obreros en un negocio rústico, lejos de los hipsters que tanta popularidad tienen en Brooklyn. Destaco sobre todo, la capacidad para detectar la violencia de Bob, quien sabe muy bien cómo sobrellevar la existencia en un sitio como éste, donde un gángster filosófico, un policía convertido al cristianismo, un psicópata, un grupo de matones de poca monta y una mujer, guapa y solitaria, son el caldo de cultivo para detonar la violencia. Pareciera un libro simple, pero es mejor que muchas de las novelas que se publicaron este año en nuestro Continente Literario. ¿Por qué? Porque el autor entiende los mecanismos del mal. No reviste los hechos con palabras para crear florituras o discursos políticos. Tampoco ilustra hechos violentos. Lehane narra un mundo signado por la violencia.

Otro ejemplo, quizá el más interesante de los cuatro libros comentados en esta saga de tres entregas, es Educazione siberiana (Einaudi, Italia, 2009, 342 páginas), de Nicolai Lilin. El problema es que somete al lector a una camisa de fuerza en la que se perfila la autobiografía y la novela de formación de una manera poco favorable. Es evidente que volveré a este libro después, con más espacio, para mostrar los recursos narrativos de un autor que hace de su experiencia carcelaria algo distinto a lo de Jean Genet en La forja del ladrón. Lo de Lilin es un poco más ligero, pero no menos atractivo para un curioso e interesado documentalista del hampa y sus derivados. Para efectos de una novela con tintes biográficos cumple a la perfección la extrañeza de estar vivo en el infierno, sin saberlo, claro está.

¿Qué significa hacerse adulto en tierra de nadie, en un lugar que parece fuera del mundo moderno, sin tecnología ni opciones de empleo? Pensamos en Transnistria, una región de la antigua URSS que autoproclamó su independencia en 1990, pero que no está reconocida por ningún Estado. En Transnistria la delincuencia estaba tan extendida que un año de servicio policial equivalía a cinco normales, literalmente era como estar en la guerra.

En el barrio de Fiume Basso (Río bajo) la gente vivía según la tradición siberiana y los niños se curtían enfrentándose con policías o con menores de otras bandas. “Cuando los vi cruzar el muro y escuché las pequeñas explosiones seguidas de los gritos de los policías y las primeras señales de humo negro que se elevaban en el aire, como dragones fantásticos, sentí ganas de llorar. Yo estaba tan feliz”, dice el autor y agrega: “La escuela fue la calle. Yo quería pasar rápidamente del cuchillo al arma. Estábamos acostumbrados a hablar de la prisión como otros niños hablan del servicio militar o de lo que harán cuando sean mayores”. Pero el aprendizaje del bien y del mal, para la comunidad siberiana, es complejo, porque eso implica ser un criminal con reglas claras y una cuota de humildad. Y esta otra escuela, la de la humildad, pasa por los viejos, los delincuentes ancianos a quienes la comunidad reconoce el papel muy especial de “abuelos adoptivos”. Son ellos, día tras día, quienes transmiten valores que parecen estar en conflicto con los criminales: la amistad, la lealtad, el reparto de bienes. El amor por los discapacitados, que los siberianos llaman “Buscados por Dios”. Y también la cultura del tatuaje, de la piel que cuenta el destino de cada uno. “El abuelo Kuzja no me educó dándome lecciones, sino contándome historias y escuchando mis razones. No hablaba de la vida desde la posición de alguien que la observa desde arriba, sino desde la de un hombre que está en la tierra y trata de permanecer allí el mayor tiempo posible”. Gracias a este libro, lo salvaje y el altruismo conviven de forma natural. Se documenta en este texto la extraña relación que existe entre robar y ser humilde, una paradoja que replantea la vulgaridad de un ladrón. Es decir, un buen ladrón debe comportarse igual que antes de robar, vestirse igual, sin presunción de lo que tiene, el dinero lo debe usar en otras cosas, no en autos, no en ropa, no en presunción; de hecho, odian a los gringos por eso, por ostentosos. Para los siberianos de este libro, la vida adquiere valor y honestidad fuera de las cosas materiales que uno puede comprar o adquirir gracias al dinero.

El estilo directo de la prosa usada por Lilin describe una dimensión ética extraordinaria, inusual y atractiva para quienes están interesados en entender la masculinidad fuera de los cañones occidentales. Educazione siberiana narra un universo interno singular, una extraña forma de mirar la delincuencia, porque se pone sobre los “infractores” la educación de un guerrero para salir avante en un mundo salvaje, donde la vida se mide por el consumo, no por la lealtad. Pero sobre todo, este libro nos trae noticias de un situación terrible, que por inusitada cercanía, entendemos muy bien al adentrarnos un poco en nuestra historia reciente, por ejemplo, la vida en los cárteles, en las células del narco y la tremenda e imparable violencia que caracteriza, quiera uno o no, a México.

Educazione siberiana es una lectura helada con ciertos toques de misticismo. Lilin nos permite comprender que las armas no sólo son vehículos de la muerte sino que por medio de ellas se puede entender lo que dictan los fallecidos más allá de esta vida, pero lo más interesante es la manera de entender al diablo: “¿Por qué te esfuerzas en parecer americano y no, por decir algo, de Corea del Norte o de Palestina? Te digo yo el porqué: esta porquería que llega del diablo, a través de la televisión, del cine, de los periódicos, es algo que una persona digna y honesta no toca nunca. Nunca. Porque Estados Unidos es un país maldito, olvidado de la mano de Dios”.

 

*Como es habitual en este espacio, la traducción de las frases entrecomilladas, tanto las del inglés como del italiano, es mía.