5 diciembre,2023 4:30 am

El diablo en la ciudad, maneras de documentar el caos y la maldad

 

(Primera de tres partes)

Federico Vite

En estos días de incertidumbre (habituales para quien vive en Acapulco) empecé a leer novelas policiacas, noir o básicamente narrativa del crimen. Por razones que no comprendo detienen el ansia. Son una buena forma de sobrellevar la vida en un sitio que aún muestra visibles montañas de basura, cerros de láminas y muchos moscos, aunado todo eso a la falta de agua potable. El panorama no es amable, aunque tampoco insoportable. Tomé un libro de no ficción. The devil in the city white, murder, magic and the fair that changed America (Vintage, Estados Unidos, 2004, 447 páginas), del reportero Erik Larson, detalla una historia bien documentada, bien narrada y sumamente atractiva en la que un asesino en serie y un arquitecto logran fusionar lo mejor y lo peor de la modernidad, en Chicago, durante los años finales del siglo XIX y los inicios del siglo XX.
Durante la Feria Mundial de Estados Unidos, en 1893, un proyecto que pretendía dejar atrás la estela luminosa de París y la torre Eiffel, se unificaron los destinos de dos hombres: un arquitecto y un médico. Cada uno de ellos era inteligente, seductor y ambicioso. Pero por encima de eso, eran inusualmente expertos en el área de trabajo. Siendo hábiles e inteligentes, no había problema alguno con ellos. Nadie podía quejarse. O por lo menos esas eran las apariencias. El arquitecto era Daniel Hudson Burnham, el brillante director de obras de la feria y constructor de muchas de las estructuras más importantes del país vecino del norte; por ejemplo, el edificio Flatiron, en Nueva York y la Union Station, en Washington, D.C. Sumado a este hombre aparece un tipo de una frialdad y cinismo tremendos, el asesino Henry H. Holmes, un joven médico, quien, en una maligna parodia de la Ciudad Blanca, construyó el “Hotel de la Feria Mundial” justo al oeste del recinto ferial: un palacio de tortura con mesas de disección, cámaras de gas y un crematorio que llegaba a los 3 mil grados centígrados de temperatura. Es decir, aniquilaba cualquier vestigio óseo.
La investigación y recreación de Larson es documentaba y plausible, en ese orden, porque le permite al lector imaginar la vida en los años finiseculares del siglo XIX y los albores del siglo XX. Construye un relato que podría enmarcarse muy bien dentro del reportaje o la crónica policiaca, pero desfonda esos géneros y transforma el libro (todo un caudal informativo) en una documento histórico que posee técnicas narrativas, en especial, en lo relacionado con la construcción de los personajes, el punto de vista del narrador y la recreación de ese mundo que precede la esquizofrenia del presente.
Hudson Burnham fue hábil para salir avante de varios problemas. Logró conciliar el ánimo y el ego de muchos ingenieros, inversionistas y arquitectos: Frederick Law Olmsted, Charles McKim, Louis Sullivan. Transformó el pantanoso parque Jackson en la Ciudad Blanca. Por su parte, Holmes utilizó la atracción de la gran feria y usó sin parangón sus encantos para atraer a decenas de mujeres jóvenes, mujeres, por supuesto, que terminaban siendo asesinadas; algunas con hijos y los hijos también fueron liquidados. Holmes realmente vivió junto al lago. Daba largos paseos por una ciudad que parecía haber salido de un sueño arquitectónico bello y muy atractivo. Una ciudad que fue visitada por estrellas, por políticos, por magnates, por científicos y por millones de personas. Una ciudad en la que Hudson y Holmes convivieron con Buffalo Bill, Theodore Dreiser, Susan B. Anthony, Thomas Edison y el archiduque Francis Ferdinand, a la postre asesinado. Pero el aspecto primordial es que la feria, más que un evento, era un imán, tanto para Hudson como para Holmes, irradiaba una atracción que ambos gozaron intensamente de diferentes formas. Si el recinto ferial fue una obra de arte, el hotel de Holmes era igualmente una joya, no por lo atractivo, sino por lo siniestro y lo extraño de la construcción. “Había pasillos largos sin salida, escaleras que ascendían o descendían por el interior del inmueble pero no conducía a ninguna parte. Era un laberinto. Había también cuartos a prueba de ruido, hornos, mesas de disección y cientos de instrumentos que ayudaban a tener una control riguroso de los huéspedes, algunos de los cuales cayeron misteriosamente enfermos y Holmes los retuvo por un tiempo”. Holmes es fascinante. Resultó ser una persona sin escrúpulos que mentía, engañaba y asesinaba, pero la sociedad podía tolerarlo porque poseía muchos encantos. Era extravagante, bien educado y cortejaba con elegancia a las mujeres. Es decir, su poder de seducción imantaba lo mismo a jóvenes casaderas que a los cobradores de diversos productos.
Ambos, Hudson y Holmes, convivían en la misma ciudad por el mismo motivo: sentirse vivos. El arquitecto y el asesino son los ejes rectores de un relato luminoso y oscuro por igual, un proyecto escritural sobresaliente. Aparte de ellos, el documento puede fácilmente atraer al lector por la cantidad de subtramas acerca de la Feria Mundial de Chicago, en 1893, un hito tanto arquitectónico como social. Pero los dos pivotes de la trama son Hudson y Holmes. El recuerdo de Holmes aún asusta a algunos historiadores, en especial, porque usó la popularidad de un recinto ferial para crear un hotel del horror, un castillo donde la gente entraba, pero pocas veces salía, donde la luz parecía diseñada para quitar la tranquilidad y el inmueble ofrecía poca seguridad a los visitantes. El encanto del asesino atrapaba a las personas que incautamente confiaban en los extraños.
The devil in the city white, murder, magic and the fair that changed America evoca en el lector una época majestuosa que, se vuelve aún más atractiva, gracias a un elenco de personajes que parecieran intuir tanto lo bueno de Hudson com lo malo de Holmes, pero no siguieron a sus instintos y dejaron que lo bueno y lo malo hincara el diente en la ciudad. El libro, cuyo tratamiento histórico es asombroso y ampliamente recomendable, posee una vena de suspenso en la que el detective Frank Geyer tiene una amplia participación, pues empezó a cazar a Holmes y logró ubicarlo en Chicago, pero durante la época de la feria era imposible rastrearlo. Tuvieron que pasar dos años para que Holmes fuera detenido. La persecución de Geyer y la captura de Holmes recuerdan en gran medida que la historia es una fuente inagotable de enseñanzas, sobre todo, para quien no la conoce. Pero Larson deja en claro un aspecto digno de subrayar: tanto Hudson como Holmes fueron los artífices de un nuevo modo de vida, ambos abrieron brecha en los dos polos: la luz y la sombra de la civilización.
El detective Geyer, gracias a unas notas que se estuvieron publicando en The New York Times se enteró “que había cientos de personas que habían ido a la Feria Mundial de Chicago, de hecho, se comprobó que estuvieron allá, pero nunca más se supo de ellas”. Consideraban a esas personas simple y sencillamente como desaparecidas. A la par del progreso, algunos promotores de la feria trajeron a la Ciudad Blanca cientos de mendigos, personas que ya no volvieron a sus sitios de origen y se quedaron ahí, en el recinto ferial, a buscar trabajo y vivir literalmente como pordioseros. Lo que tuvo un brillo colosal terminó siendo un nicho de pobreza, un canto a la desigualdad social, pero esencialmente, el libro expone, dimensiona y analiza a dos tipos adelantados a su época. Holmes compraba seguros y mataba a las personas para cobrar las pólizas, en algunos casos, muy pocos, fingía la muerte de ciertos “socios”, pero esencialmente había una certeza: las personas con las que él se relacionaba terminaban muertas o desaparecidas. A Hudson le llegó la calamidad después de tocar la gloria, después de ser el hombre más famoso de Estados Unidos, pero nunca podrá olvidarse que él logró lo imposible: potenciar el sueño de la superioridad gringa. Lo suyo en la Feria Mundial fue ambicioso, como nunca se había visto. Una ciudad también puede ser recordada por la ambición desmedida. Chicago es un ejemplo. Eso lo indica y con suficiencia este libro de Larson.