25 abril,2020 4:46 am

El ejido a revisión IV

Ruta de Fuga

Andrés Juárez

Los ejidatarios se han convertido en una élite dentro de la sociedad rural contemporánea, pese a la pobreza y la marginación que les caracteriza: poseen tierra. El número de personas en la categoría de avecindados es cada vez mayor, mientras que el número de ejidatarios se mantiene igual o menor (debido a que muchos han muerto sin nombrar un sucesor). Estos “avecindados” pueden miran con recelo a un ejido cada día menos capaz de cumplir con la función institucional de “desarrollo social” que tuvo en un principio, cuando parte de las utilidades de los ejidos se destinaba a caminos, escuelas, iglesias, eventos culturales y hasta deportivos. Salvo honrosas excepciones, el ejido se distancia lentamente del resto de la población rural. ¿Cómo cambiar ese rumbo y fortalecer al ejido con la inclusión de avecindados jóvenes y mujeres?

A grandes rasgos, el espacio rural es habitado por apenas 22 por ciento de la población del país, eso significa que aproximadamente 26 millones de personas viven en localidades de menos de 2 mil 500 habitantes. Sin embargo, el Registro Agrario Nacional reconoce que 29 mil 690 ejidos registrados poseen 82.5 millones de hectáreas, “sobre las que tienen derecho 5.5 millones de personas” (casi la mitad del territorio del país). Si bien esa cifra incluye a los comuneros, sigue siendo muy inferior respecto a la población considerada rural.

La figura del ejido ha evitado la concentración de la tierra y sus recursos en manos de quien tiene capital suficiente para acapararla, aunque en algunas regiones esto ha sido imposible de detener, como las zonas periurbanas de las megalópolis o zonas de turismo residencial como Valle de Bravo, en el Estado de México. Actualmente, los mecanismos de asociación entre ejidatarios y avecindados, o entre ejidatarios y otros actores rurales –cooperativas o pequeños propietarios rurales– se encuentran francamente debilitados.

La población rural desposeída de tierras y de derechos agrarios, ve cada vez con mayor distancia el carácter social y la funcionalidad del ejido. Los ejidos manejan casi la mitad de los recursos hídricos, 60 por ciento de los bosques y 70 por ciento de la biodiversidad del país. La inclusión de los jóvenes sin demeritar los derechos agrarios de los ya ejidatarios para mejorar actividades económicas como las agropecuarias, turismo de naturaleza o industrias de transformación de productos primarios –inclusión regulada por el derecho y el Estado– devendría en beneficios para los territorios y los mismos ejidos, empezando por propiciar el arraigo de la población rural joven que se ve orillada a la migración forzada.

Las mujeres rurales, por su parte, son excluidas en un doble rasero. Las que son ejidatarias –apenas 26 por ciento del total de ejidatarios– viven bajo el yugo del silencio. Cuando llegan tan lejos como para ser representantes del núcleo agrario, ejercen su periodo bajo el acoso y la violencia política, en muchos más casos de los conocidos. Y cuando no tienen derechos agrarios, enfrentan la dificultad de no tener acceso a programas gubernamentales que para el caso del campo siguen vinculados al derecho agrario, es decir, sin tierra difícilmente habrá subsidio productivo. Aquí se ve un gran pendiente del ejido: aprovechar la energía de las mujeres en una relación simbiótica, cuidando el potencial de uso de la tierra, la conservación de los ecosistemas y con visión integral del territorio. No es tarea menor, ya que en este caso habrá que romper, como primer paso, barreras culturales y de género (empezando por reconocer el papel de las masculinidades rigurosas en la sociedad rural).

La superficie en manos de los ejidos ha disminuido 5 millones de hectáreas en los últimos lustros, pero ha aumentado el número de ejidos por creación de nuevos núcleos o por división de ejidos. Pero el número de ejidatarios se ha mantenido prácticamente estable. Además, vemos a nuevas generaciones que habitan los territorios sin estar vinculados a sus dinámicas; jóvenes que ven el manejo forestal como deforestación o que encuentran oficios sin arraigo. Como última opción está la migración, el destierro. 

Más allá del número de personas, ¿cuáles son los temas de la agenda ejidal en los que se puede incluir a jóvenes y mujeres? Lo que encuentro es que en la medida que los ejidatarios profundizan y amplían la visión de su propio territorio –territorio en su acepción cultural, ambiental, histórica, económica–, encuentran las vías para la inclusión de jóvenes y mujeres en sus procesos cotidianos. En la medida en que comprenden que el territorio del ejido es mucho más que bosques y zonas parceladas para agricultura, que es también fuente de medios de vida para todos los habitantes del lugar con o sin derechos agrarios, que se comprende como se comparte el aire y el agua, la belleza del paisaje y cómo se comparten los efectos negativos de un territorio degradado, se incluye a todos en su manejo y en su recuperación.

La caminera

No pensaría en una política de disolver la figura del ejido ni de restar derechos agrarios, sino en buscar mecanismos para que la inclusión del resto de la sociedad rural al manejo territorial sea una tarea que nos ocupe a todos en los próximos años.