26 octubre,2019 9:19 am

El flujo migratorio nos podría fertilizar

Ruta de Fuga
Andrés Juárez
 
No sorprende que el muro del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se haya implantado en la frontera sur de México; lo que sorprende es que, en apenas un año, la postura social sobre la migración se haya radicalizado hacia el nacionalismo. El apoyo social a la deportación de extranjeros ha llegado a 44 por ciento, es decir que casi se ha duplicado. ¿Por qué pasamos de ser un país que celebraba la migración –pues nuestros migrantes son la segunda fuente de ingresos nacionales–, a uno con miedo de que el extranjero nos robe algo del poco goce que creemos tener? ¿Cómo fue que pasamos de la ofensa por los dichos antimexicanos de Trump a vociferar que “ningún humano de la raza negra” puede venir a pisotear nuestra patria? El ideal debería ser la abolición de las fronteras o, por lo menos, no diferenciar entre ricos y pobres para otorgar el pase libre por nuestro territorio. Pero caímos en desgracia: frente a los migrantes, la sociedad derrotada.
Por otro lado, entender el triste papel impuesto desde Washington al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador es bastante más sencillo. Había mucho en juego como para no aceptar ser un tercer país seguro; aunque se niegue, en los hechos se trata de congraciarse con el poderoso vecino deteniendo en nuestra frontera sur a la mayor cantidad posible de migrantes. La firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos no podía dejarse caer, incluso cuando la izquierda tradicional que llevó al poder a López Obrador se había opuesto históricamente a todos los tratados de libre comercio, con particular fuerza al de América del Norte.
No es menor lo que se juega de no aceptar las condiciones de Trump: industria automotriz, exportaciones agrícolas, energía, tecnología y millones de empleos. Sobre todo, pesó la amenaza de imponer aranceles a productos estratégicos. Se entiende que no había muchas opciones para el gobierno, que se centró en evitar la crisis política. Sin embargo, es justo preguntarse si se ha interpretado, de la manera más digna posible, el papel de perro de traspatio.
Uso de la fuerza –se han desplegado 21mil elementos de la Guardia Nacional en Chiapas; acorralar a migrantes africanos al grito de “nadie va a venir a pisotear nuestro país, nuestra tierra” del comandante de la Guardia Nacional en Huehuetoca, Chiapas, para regresarlos a la estación Siglo XXI; encapsular a quienes levantan la voz por la falta de humanidad en el trato que reciben; vociferar que los migrantes “serán deportados, así sean de Marte”, porque vienen a perturbar la paz –¿cuál paz?–, de parte del responsable del Instituto Nacional de Migración, Francisco Garduño; asegurar que deportarlos es lo mejor que se puede hacer, ya que no podemos solucionar nuestros propios problemas como para aceptar los de otros países: peroratas de los defensores del régimen actual, en una posición completamente de derecha. Una vergüenza.
Mientras que cualquier europeo –sobre todo blanco– puede transitar por México sin necesidad de permiso alguno, unas 5 mil personas de África están varadas en la estación migratoria de Tapachula, que apenas tiene capacidad para 700. No hay suficiente personal para tramitar los permisos ni para establecer programas creativos para que las personas se queden y se distribuyan por México en algunas ciudades que podrían enriquecerse con la diversidad cultural (alimentación, idiomas, baile, costumbres). En tiempos de austeridad republicana, esas necesidades están al final de la fila. No sorprende, entonces, que el presidente del Comité Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos, Wilner Metelus, considere “racista” la actual política migratoria mexicana. Qué lejos estamos del general Lázaro Cárdenas y su política de puertas abiertas –al éxodo de republicanos españoles– con inclusión e integración, y qué cerca estamos del excluyente presidente de España, Pedro Sánchez, y su política de reparto institucionalizado, migración legal y declaratorias de no tolerar “ataques violentos a las fuerzas y cuerpos de seguridad”.
Alguien debería aconsejar a AMLO para que modifique su política, porque si de todos modos vamos a ser un tercer país seguro deberíamos esforzarnos en usar eso a favor de México. Reconocer que los migrantes son los más fuertes de la escala social en sus países de origen, porque nunca son los débiles los que se van: han cruzado continentes enteros, mares, océanos para llegar hasta aquí, y traen un potencial creativo y de resistencia insospechado que bien le caería a nuestro país como fertilizante para la diversidad. Nunca antes ningún lugar se ha visto empobrecido al aceptar la migración. El reto está en saber cómo dibujar y llevar a cabo la integración. Que se pongan al frente los alcaldes de ciudades que pueden ser santuarios, que se levanten los gobernadores de los estados que le deben a la migración buena parte de su pequeño o gran florecimiento –como Michoacán, Oaxaca y Guanajuato, que se generen esquemas en los que la población pueda abrir sus propios hogares como refugio. Vaya cachetada con guante blanco que han dado ciudades como San Francisco, Chicago o Nueva York, incluyendo a sus habitantes y sus medios de comunicación, ante nuestro enanismo moral frente a los migrantes de 2019 en Chiapas.
La caminera
No hay nada menos libre que el comercio. Menos aún con tantas condiciones, como detener  el flujo migratorio y, según ha declarado el subsecretario Jesús Seade, el cambio climático como tema prohibido porque ponerlo en la mesa de discusión “era motivo para que el tratado (TMEC) se viniera abajo” por la aversión de Trump. Nada menos libre que un comercio que omite, justamente, los dos grandes temas que la izquierda le sigue demandando a López Obrador: migración y medio ambiente.