12 mayo,2022 5:30 am

El lenguaje del poder

Florencio Salazar

 

El equilibrio es una ley de la naturaleza.

Cuidado con el hombre que trate de alterarlo, lo aplastará en el suelo.

Aquilino.

 

Decimos cosas sin hablar y también al estar en silencio hablamos. Los gestos pueden ser tan elocuentes como las palabras. Sonreír, torcer la boca, apretar la mandíbula, mover el entrecejo, la expansión de la nariz, el color de la cara, ya no digamos la compostura del cuerpo y el movimiento o reposo de las extremidades. Todo expresa formas clave del lenguaje sin palabras.

Es la oralidad, sin embargo, la que tiene el mayor volumen y expansión expresiva. El registro de la voz y las palabras utilizadas pueden tener significados diferentes a su significado literal. Las palabras pueden herir más que una daga o sanar heridas. Hay palabras que se enmiendan y otras son irrevocables, para bien y para mal. Cuidar las palabras, cuidar los gestos, es necesario para comunicar.

La comprensión de las palabras depende más del que escucha que del que habla, dice Xavier Guix. El emisor tiene una intención, pero depende del receptor acoger el mensaje. Si el receptor acoge el mensaje lo que sigue es la acción. Ya sabemos: la acción moviliza, significa pasar de las palabras a los hechos. Y esa es la razón por la cual los gobernantes deben cuidar sus palabras. Su radio de influencia es incomparable.

En la familia, el vecindario, las asociaciones y los clubes, las personas discuten, polemizan, se ofenden, se distancian y, en ocasiones, pueden llegar a la agresión. Será un conflicto entre dos o más, en el supuesto de las mismas condiciones, y cada quien será responsable de sus actos. El conflicto puede trascender al colectivo, pero lo usual es que después de las desavenencias las relaciones se recompongan.

La confrontación política está en otra dimensión. Pero cuando se polariza se incurre en una estrategia propia de la asonada, la rebelión o la revolución. La legitimidad de un proceso político violento radica en la identificación del enemigo: la Revolución Mexicana; la Revolución Bolchevique; Franco vs. la República Española; la revolución campesina de Mao; la Revolución Cubana; el golpe militar de Pinochet; la restauración del somocismo por Daniel Ortega en Nicaragua; las proclamas guerrilleras…

El triunfo de los opuestos a los regímenes instaurados ocurre en escenarios de guerra, y la instauración de un nuevo régimen se legitima a través de un nuevo orden constitucional, que es el mapa político-ideológico para la construcción de una sociedad diferente. Las revoluciones se levantan sobre pirámides de calaveras y las dictaduras también. Sin embargo, los estados contemporáneos tienen tal poder –en naciones no atrasadas– que las revoluciones están destinadas al fracaso. A menos que, desde el poder, se ceda el poder.

En una sociedad democrática la polarización es antidemocrática. Niega la crítica de los medios, el derecho legítimo a la oposición, la organización de la sociedad civil y el debate. El poder, de la misma manera que tiene el derecho de defender sus principios y programas, dispone de los recursos legales para actuar contra quienes actúen al margen de la ley. El gobernante no tiene por qué señalar a presuntos responsables; de ello se deben ocupar los órganos competentes.

Posiblemente leí en alguno de los tomos de la saga La costumbre del poder de Luis Spota, lo siguiente: ungido el candidato presidencial –del régimen de partido casi único– recomiendan a este que tenga cuidado con sus manos, pues abrazar, o dejarse abrazar, significaría dar influencia a personas desconocidas, incluso impresentables. También cuidar las palabras: si mostrara su molestia respecto a cierta persona, podría interpretarse como desaparecer a esa persona.

El poder dispone de la ruta de las reformas para transformar, impulsar cambios. Para ello, debe respetar el marco constitucional y consensuar con las diversas fuerzas políticas las reformas que se proponga. Es ahí donde los partidos, el legislativo, los medios y los ciudadanos juegan un papel toral en el orden democrático. Deben ser los mismos canales utilizados para llegar al poder los que se usen para reformarlo. De lo contrario, la democracia estará en vilo.

Las palabras desde el poder tienen un enorme peso. En una reunión de gabinete del gobernador de Guerrero José Francisco Ruiz Massieu –en el que yo participaba siendo alcalde de Chilpancingo– dijo que no olvidáramos que un gobernador, por torpe que fuera, tiene más poder que cualquier otra persona, y que con él podría desbaratar a cualquiera. Imaginemos, entonces, el poder de un Presidente de la República.