12 enero,2021 5:22 am

El otro murmullo en la multitud de 1968

Federico Vite

 

Los largos días (Universo de libros, México, 2018, 245 pp.), de Joaquín Armando Chacón, nos recuerda con alegría que para escribir bien no se necesita formar parte de un círculo de amigos poderosos e influyentes que promocionen y respalden el trabajo literario. Para ser un buen escritor, nunca sobra decirlo ni repetirlo hasta el hartazgo, se requiere de largas sesiones de trabajo duro. Puro esfuerzo sostenido sin esperanza.

Originalmente, Los largos días se publicó en 1973 por la editorial Joaquín Mortiz. En aquel tiempo tuvo mucha resonancia esta novela que aborda la masacre de Tlatelolco, pero Chacón la representa de una manera gozosa. Pone en práctica juegos multirreferenciales sobre un personaje, Julia, y un autor que a la vez funge como el amante de Julia. Se trata de un escritor, por cierto, que reflexiona sobre el proceso creativo de una novela y representa esa empresa escritural con la edificación de un edificio; dicho de otra manera, hace un símil de la viga maestra del relato con el revestimiento asfáltico de un inmueble que abarca todo el paisaje. Cito un fragmento de esta novela para ilustrar mi comentario: “Y al escribir puedo observar a los obreros. Ellos trabajaban con un plan definido, yo solamente sigo el hilo de mis recuerdos, y mis recuerdos se confunden”. No es de asombrarse entonces que el autor trame el relato imitando el trabajo de los obreros que colocan las vigas y las revisten. Agrego: “La novela, supongo, ha pasado a un segundo o tercer término. Quisiera poder construirla como esos hombres que, frente a mi departamento, construyen un edificio poniendo varillas y cemento de abajo hacia arriba, siempre de abajo hacia arriba. Yo no puedo hacerlo así con mi historia”.

Recordemos que Los largos días es la primera novela sobre la generación del 68; antes de esta empresa narrativa hubo otros libros en los que se agrupaban testimonios, otros tantos con reportajes y otros tantos con crónicas, pero es, no hay que olvidarlo, el primer proyecto en el que se ficciona esa realidad turbulenta con el universo personal de un autor. Chacón describe a detalle los cambios generacionales; por ejemplo, la forma de entender el amor y el sexo recreativo como una forma de autoconocimiento. Es decir: no sólo aborda una cuestión política que devino en masacre, muestra también los diversos rostros de esa juventud que, para bien o para mal, lidió con el autoritarismo salvaje, con la represión y, por supuesto, con las bondades de la libertad sexual. Tampoco sobra decir que Chacón ensambla con pericia y técnica depurada el ejercicio del sexo recreativo, la vida bohemia y la literatura, finalmente una herramienta que ayuda a comprender uno de los abismos vitales: el luto por la mujer amada.

Aunque debo confesar que lo atractivo de este volumen no es el tema sino la forma en la que el autor organiza el discurso. Fija los personajes y el escenario a un proyecto escritural que dialoga directamente con la realidad. Argumenta todo el relato desde una ficción dentro de una ficción. Se trata de un libro que detalla un amorío con Julia y las derivas de esa relación apasionada: sexo, arte y política. Pero esencialmente, los personajes y el escenario están relacionados con la viga maestra del cuerpo literario: escribir una novela dentro de una novela. Cito: “Me gustaría escribir una novela sin principio ni fin, donde la literatura volviera a parecerse a la realidad, porque la vida continúa después de la palabra fin y lo que sigue, tal vez, sea más concreto que lo anterior”.

Para ilustrar la estructura del libro, déjenme citar nuevamente a la voz narrativa de Los largos días:“–Una novela es un sinnúmero de mentiras que nos deben ofrecer una verdad –le dije un día–. La verdad no puede existir por sí sola”. Estamos ante un relato con varios matices que no sigue un orden lineal sino que cambia las partes de ese cuerpo narrativo de acuerdo con la conveniencia del narrador, quien se asume como un seductor natural y lo demuestra en el ensamble del texto. Elige los pasajes de amor, desamor, vida bohemia, sexo recreativo, fidelidad, creación artística y política para dotar de sentido la visión del mundo que posee ese personaje, quien a pesar de su desencanto, recordemos que sobrelleva un luto amoroso, se interesa por las cosas del mundo. Pone atención a las notas que corrige en la revista donde labora. El lector se enfrenta, de pronto, a las entradas de varias notas periodísticas relacionadas con el deporte, el cine, la política y evidentemente la literatura. Así se fundamenta un contexto que permite comprender lo terrible: los jóvenes son perseguidos políticos por el mero hecho de protestar en contra de los abusos militares y policiales, pero los medios de comunicación no mencionan la represión ejercida el 2 de octubre de 1968.

Esencialmente enclavada en el presente, la novela tiene sus registros en pasado, un pasado reciente, por supuesto, que pareciera enternizarse; de hecho, así lo describe el autor. Cito: “La novela sigue detenida, inerte como un gran reloj sin cuerda. En ese último capítulo el narrador ha pasado sin recibir ninguna línea de Julia. Y yo he salido a caminar por las calles, pensando, meditando y terminando por confundirme, como siempre”.

Gracias a la buena organización del discurso se comprenden los cambios temporales y espaciales. No hay torpeza ni confusión en los hilos narrativos. La trama es impecable, los personajes verosímiles, bien definidos y memorables.

El protagonista idealiza a Julia; la compara con todas las mujeres que conoce, con quienes entabla relaciones de sexo recreativo. Más que mujer es un molde pasional. A todas las personas les habla de ella. Escribe una novela de amor mientras la realidad lo atropella.

Es sumamente destacado el uso de la analepsis (ir para atrás) y la prolepsis (ir para adelante). Ensambla a la perfección las secuencias narrativas que aparentan prolijidad, pero son esenciales en la historia. Cito por enésima vez a la voz narrativa de la novela para explicar el corpus de este relato: “Escribiré cuartillas y cuartillas, iré suprimiendo todas aquellas partes que a mí no me digan nada, y lo que queda al final será la historia y la forma en la que quise contarla”. Estamos ante un libro sumamente técnico e interesante, un artefacto difícil de ubicar en el mapa literario de los años 70 del siglo pasado.

José Emilio Pacheco consideró a Los largos díascomo una nouvelle vague que rejuvenece el panorama literario de este país. Yo diría que Chacón no necesita un equipo publicitario ni un agente literario para que se reconozca el gran oficio que posee. La recompensa de leer Los largos días es simple, en este libro hay literatura; eso basta para quien anhela encontrar autores de verdad. Lo demás es simple y llanamente frivolidad.