20 agosto,2019 8:31 am

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría *
(Décima parte)
 
Terminamos el artículo anterior mencionando la salida del ingeniero Jorge Díaz Serrano de la dirección general de Pemex, quien por su vieja amistad con el presidente López Portillo y su buen desempeño –hasta ese momento- como director de la empresa estatal petrolera, era uno de los precandidatos presidenciales más probables para sucederlo.
Pero el grupo político encabezado por Carlos Salinas de Gortari, que se desenvolvía atrás del secretario de Programación y Presupuesto (organismo creado por López Portillo en su sexenio) iba con todo por la presidencia, y tenían un plan transexenal perfectamente estructurado para acceder a ese máximo puesto dentro del círculo del poder e imponer en nuestro país un nuevo modelo económico basado en la reestructuración global del proyecto capitalista.
El propósito inicial era ubicar a su jefe, el abogado Miguel de la Madrid Hurtado, como candidato para suceder a López Portillo y tramaron todo a la perfección; lo primero era eliminar a los oponentes más amenazadores que tenía De la Madrid, con intrigas sutiles, tenaces y permanentes a través del sexenio, tal como le sucedió a Díaz Serrano, a David Ibarra, el secretario de Hacienda, y a otros más; en esta maquiavélica función ayudaron con verdadera maestría al grupo salinista, el junior López Portillo, que se desenvolvía como subsecretario de Programación y Presupuesto, y trabajaba muy sagazmente la candidatura de De la Madrid con su padre, y Andrés de Oteyza –enemigo de Serrano– el poderoso español naturalizado mexicano, secretario de Patrimonio y Fomento Industrial –con mucha influencia sobre López Portillo– que por estar impedido constitucionalmente para ser presidente, apoyaba la candidatura de Miguel de la Madrid.
Una estrategia fundamental, para ganarse la simpatía del presidente López Portillo, lo era la información “a modo” que la Secretaría de Programación y Presupuesto daba al Ejecutivo nacional y que lo mantenía satisfecho y optimista, y lo hacían continuar con un gasto público irreflexivo e imprudente; sin embargo, las cifras proporcionadas por la SPP, estaban perfectamente “maquilladas”, mediante una manipulación perversa de los montos oficiales ligados con la economía nacional. Esta acción del grupo político enquistado en la SPP, era una maniobra política que tenía la finalidad de estar en el ánimo presidencial con fines sucesorios, pues le decían a López Portillo lo que él quería oír.
Mientras, Ibarra, el secretario de Hacienda, proporcionaba al presidente información fidedigna y contrastante con la dada por la SPP, que le mostraba al presidente de la República la realidad económica que estaba viviendo el país, y esto molestaba al Ejecutivo nacional quien llamaba a Ibarra agorero y pesimista, restándole importancia a los datos recibidos.
López Portillo comenta en sus voluminosas memorias escritas años después, que reconocía que había sido engañado por sus colaboradores de la SPP, y que esta situación había influido notablemente en sus políticas económicas de gobierno y en la elección de su sucesor.
En el mismo texto menciona que al final sólo le quedaban dos cartas: Javier García Paniagua y Miguel de la Madrid Hurtado, y que como los problemas más agudos del país eran económicos, reconoció por escrito en este libro –en forma cínica– algo que ya había externado antes públicamente: que esto lo había convencido para que él, como “fiel de la balanza” eligiera como su sucesor a Miguel de la Madrid Hurtado; es decir, quizá porque López Portillo nunca fue político profesional ni priista –hasta que ingresó como funcionario en el sexenio de Echeverría–, éste ya no guardó las formas en sus declaraciones públicas o escritas tal como lo habían hecho los anteriores ejecutivos nacionales, quienes siempre afirmaron oficialmente –sin ser verídico– que: “la selección de su sucesor, había sido decisión de nuestro partido, y que sus dirigentes se lo habían dado a conocer a él primero, por ser un miembro distinguido de esta organización política”.
Sin embargo, había otros factores que influyeron en la decisión de López Portillo: en primer lugar, De la Madrid había sido su alumno en la Facultad de Leyes de la UNAM, y ahí hicieron una gran amistad a tal grado que él influyó para que De la Madrid se ubicara después en el grupo docente de esta facultad, como titular de Derecho Constitucional y Derecho Comparado. Eran pues viejos e íntimos amigos.
La creación de la SPP para ubicar ahí a De la Madrid era reveladora de los planes de López Portillo para su sucesión; David Ibarra, el segundo ex secretario de Hacienda que tuvo el gobierno lopezportillista, declaró años después, que éste había escogido a De la Madrid para sucederlo porque creyó que –a pesar de que era abogado– sabía de economía, pues De la Madrid había estudiado –becado por el gobierno– Administración Pública en Harvard durante nueve meses. Asimismo porque De la Madrid supuestamente garantizaba la carrera política de su joven hijo, aquel que el presidente en turno llamaba “el orgullo de mi nepotismo” y que se desempeñaba como subsecretario de Programación y Presupuesto haciendo equipo con el grupo salinista. Por otro lado Ibarra afirmaba, que López Portillo creía también, que De la Madrid –además– brindaría protección a su amante Rosa Luz Alegría y a su hermana Margarita, quienes se desempeñaron como funcionarias de primer nivel durante todo el sexenio.
Pero en 1982, la opinión pública de México albergaba ya muchos agravios, entre ellos el 2 de octubre del 68 en Tlatelolco; la matanza de estudiantes del 10 de junio de 1971; la demagogia del periodo echeverrista, y la reciente y frívola irresponsabilidad con la que el gobierno de López Portillo, había dispuesto de la enorme riqueza que –gracias al oro negro– había pasado por sus manos entre 1977 y 1982, desaprovechando una oportunidad real de desarrollo económico que aliviara a los problemas ancestrales de la población del país.
El pueblo tenía la certeza de haber sido víctima de un engaño magno e inmoral, sin que mediase explicación pública alguna sobre las causas del desastre o una mínima admisión de responsabilidades. En el último año de gobierno de José López Portillo se descubrían día a día evidencias de la más espantosa corrupción gubernamental y el sacrificio cotidiano e incierto que imponía la crisis a la población, mantenía a esta en un estado de frustración e insatisfacción generalizadas.
La ausencia de limitaciones legales y de todo tipo de las que gozaba el privilegiado presidente en turno, había hartado a la población, que ya no aceptaba tantos abusos de poder del Ejecutivo que siempre quedaban impunes, hecho que se manifestó en las elecciones intermedias que fueron muy disputadas y adversas al PRI. La sociedad mexicana estaba cambiando, tal y como había sucedido a principios del siglo XX, situación que ignoraron los porfiristas y que dieron lugar a la revolución de 1910.
Ante este panorama, el candidato oficial no tenía mucha tela de dónde cortar; ¿Qué podía ofrecerle a un pueblo desilusionado, incrédulo e iracundo para conseguir su voto?: ¿Bienestar económico? ¿Justicia social? ¿Paz y estabilidad?…  ¡No era posible! Todo esto, ya habían sido ofrecimientos fallidos de sus sucesores… sonaban superficiales y vanos y nadie los tomaría en cuenta.
Entonces, el elegido (por López Portillo) para dirigir los destinos de nuestro país en los seis años siguientes, empezó a prometerle al pueblo como principios básicos de su programa gubernamental –si el voto lo favorecía– “Renovación moral y Democracia”, y el noble pueblo de México, otra vez creyó en su futuro gobernante, aunque este nuevo “emperador sexenal” tampoco cumplió su palabra, como se puntualiza más adelante en este mismo texto.
Las siete tesis de la campaña electoral de De la Madrid (dirigida por cierto por Carlos Salinas de Gortari y su grupo) en las que englobaría su programa de gobierno para el periodo 1982-1988, fueron las siguientes: 1. Nacionalismo revolucionario, 2. Democratización de la sociedad, 3. Renovación moral, 4. Sociedad igualitaria, 5. Planeación democrática, 6. Descentralización y federalismo y 7. Renovación del movimiento revolucionario. Conociendo ya en estas fechas los resultados del gobierno de Miguel de la Madrid, el leer todos y cada uno de estos propósitos gubernamentales, suena tragicómico y no sabe uno si llorar o reír ante el nuevo engaño, y por supuesto esta opinión la tienen también la mayoría de los mexicanos, quienes desde que terminó este sexenio estaban ya hartos del partido oficial y sus gobernantes.
Los postulados de campaña de De la Madrid, planteaban pues, una democratización integral; el concepto de federalismo se reflejaba en la “descentralización de la vida nacional”, cuyos aspectos más relevantes serían la reforma al artículo 115 en apoyo de los municipios –reclamo público existente desde la época constituyente de don Venustiano Carranza– y una amplia reforma educativa que mejorara el sistema educativo nacional, al cual el Presidente consideraba anacrónico y deleznable, según lo manifestó varias veces en algunos discursos de campaña.
Sorpresivamente, la ciudadanía a pesar de los agravios que les había dejado el gobierno de López Portillo, respondió positivamente a las demandas del candidato priista y con una copiosa votación (76 por ciento) llevó a De la Madrid a la Presidencia de la República. Fue un hecho que el pueblo creyó en la renovación moral propuesta por el candidato oficial y la veía como una declaración de guerra a la corrupción gubernamental, necesaria para que el gobierno en el poder se volviera honesto, veraz y ordenado. México entero, esperaba el desagravio; deseaba que se fincaran las responsabilidades correspondientes a los corruptos e incompetentes funcionarios que habían “quebrado” la economía del país, sin percatarse que los más culpables de ello –junto con López Portillo– eran los que tomaban el poder nuevamente.
Y así nos fue… a pesar (o quizá por eso) de que el gabinete de De la Madrid estaba formado por jóvenes funcionarios tecnócratas, es decir, con mayor experiencia en las áreas más técnicas de la administración pública; ejecutivos gubernamentales, que rechazaban terminantemente cualquier conciliación política que pudiera obstaculizar el logro de sus metas; gente formada profesionalmente en universidades extranjeras –la mayoría estadunidenses– que pensaban más como extranjeros que como nacionales y además, muy sobrados de soberbia y prepotencia. Entre ellos destacaba, el secretario de Programación y Presupuesto: Carlos Salinas de Gortari, quien integró a toda una cauda de futuros personajes relevantes, quienes junto con él –para desgracia de nuestro país– arribarían al poder total en forma largamente planeada, seis años después, entre los que estaban Raúl y Sergio los hermanos de Carlos, el francés naturalizado mexicano: José Ma. Córdova Montoya, Francisco Rojas, Ma. de los Ángeles Moreno Uriegas, Manuel Camacho Solís, Pedro Aspe Armella, Jaime Serra Puche, Emilio Lozoya Thalmann, Ernesto Zedillo Ponce de León, los hermanos José Francisco y Mario Ruiz Massieu y algunos más. Se les denominaba “el grupo compacto” o “la familia feliz”, a la cual se agregó de inmediato el joven yucateco Emilio Gamboa Patrón, quien a pesar de su juventud e inexperiencia política, fungía como poderoso secretario particular de De la Madrid, y era tanta su influencia sobre el presidente, que era considerado “el poder atrás del trono” de ese sexenio; el tierno, pero mañoso Emilio, sirvió invaluablemente a la causa salinista, bloqueando e intrigando con De la Madrid a los enemigos de don Carlos, y desinformando “de ida y vuelta” –cuando así convenía a los intereses del grupo– a quienes buscaban por su conducto al presidente.
Parte del plan para despejarle el camino a don Carlos hacia la presidencia, fue la desarticulación de la secretaría de Gobernación, otrora poderosa y temida institución, a la que De la Madrid le cercenó atribuciones torales, que le permitían ser por antonomasia el espacio del poder político. Por ejemplo, le desaparecieron la terrible Dirección Federal de Seguridad y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, y en su lugar se creó el CISEN, cuyos nexos con Gobernación –desde entonces– han sido siempre muy débiles; así mismo, la conducción de la Comunicación Social del gobierno federal se trasladó a Los Pinos y por otro lado, la Seguridad Pública salió de Gobernación para convertirse en un nueva secretaría de Estado. Fue una total “castración” política para el titular de esa secretaría que estaba en manos de Manuel Bartlett.
En cambio, la Secretaría de Programación y Presupuesto –creada por López Portillo para De la Madrid– fue en su breve existencia de sólo dos sexenios, un verdadero laboratorio del grupo salinista, en donde se fraguaron los proyectos económicos de gobierno, requeridos por el grupo tecnocrático para “modernizar” el país, concepto que se refería a la implantación en México, de una economía abierta al mundo y la cual –de acuerdo a lo planeado– sería conducida más por el fenómeno comercial de la oferta y la demanda que por el Estado, y por lo tanto, sin influencia de las necesidades sociales de la población.
Durante el sexenio de De la Madrid, las clases sociales media y baja del país, prácticamente padecieron este periodo de gobierno, pues el fenómeno de la inflación era galopante, y provocaba cotidianamente un aumento sostenido y generalizado de precios, que disminuía el poder adquisitivo de la ciudadanía. En 1982, la inflación fue de 98.8 por ciento; en 1983 de 80.8; en 1984, bajó a 59.2, pero en 1985 volvió a ascender a 63.7; en 1986, por primera vez en la historia moderna de México, este fenómeno económico fue de tres dígitos: 105.7 por ciento y en 1987, implantó un record: 159.2. En total, entre 1982 y 1987, la inflación creció en 2 mil 411 por ciento.
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* Ex Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A. C.