5 mayo,2020 5:08 am

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

(Vigésima tercera parte)

 

Concluimos el capítulo anterior mencionando la larga relación de los nuevos millonarios mexicanos, enlistados en las revistas Forbes y Fortune en 1994, último año del gobierno de Salinas. En el otro extremo estaban los 41 millones de mexicanos pobres que existían en nuestro país en 1988, y que aumentaron a 47 en 1994; es decir en este sexenio engrosaron las filas de los desposeídos otros 6 millones de ciudadanos, a pesar de las promesas de campaña de Salinas –ratificadas en su discurso de toma de posesión–, de que atendería a la población más desprotegida incrementando el empleo y la ayuda al campo. Y si esta esta cifra no fue mayor, se debió al crecimiento de la emigración mexicana a Estados Unidos, que superó las 250 mil personas desempleadas que se iban anualmente del país buscando el “sueño americano”. Una vez más, los gobernantes priistas le fallaban a la población mexicana, pero ahora en forma excesiva, pues en este sexenio las políticas neoliberales y los abusos de poder para llevarlas a cabo, permitieron la entrega impune de los bienes públicos a un grupúsculo empresarial que dio como resultado una concentración inmoderada e inmoral de las riquezas del país en pocas manos y el aumento de pobres en la población ya mencionado.

De hecho –como ya lo mencionamos en un capítulo anterior–, el presidente Salinas, defensor a ultranza del neoliberalismo e infatigable promotor del “modernismo”, fue –de todos los presidentes que México había tenido después del movimiento revolucionario de 1910– el más parecido a Porfirio Díaz, quien un siglo antes privatizó la planta productiva del país, dio un trato privilegiado al capital extranjero para modernizar a México y se rodeó de funcionarios educados en el exterior, a quienes se les llamó “científicos”, claros antecesores de los tecnócratas salinistas, y que finalmente –al igual que Salinas– postergó la reforma democrática, para darle prioridad al despegue económico.

Nunca antes, el partido oficial, el PRI, había estado tan distante del pueblo como en esta época; y esto fue posible, porque en la práctica, el partido ya no era revolucionario ni institucional, por haber sido prácticamente secuestrado por una élite social y económicamente elevada sin identificación con el PRI. Ellos tenían una formación profesional tecnocrática lograda en el extranjero, ajena totalmente a los principios ideológicos del mismo partido y del nacionalismo de la población en general. Este grupo, que se había apoderado del partido en forma mañosa y sin merecimientos, era gente que despreciaba la ideología del antiguo PRI y a los viejos políticos priistas que encabezaban los sectores nacionales y estatales que creían en ella. Fue una plataforma política formada por nuevos “políticos” poco conocidos en el medio, que jamás tuvieron contacto con las bases del Partido a las cuales menospreciaban y que gozaban –desde el sexenio anterior– de posiciones privilegiadas en ambas cámaras, sin esfuerzo personal alguno a través de las legislaturas plurinominales, así como de gubernaturas en todo el país, repartidas de acuerdo a los compromisos adquiridos por Salinas de Gortari para llegar al poder, sin tomar en cuenta a los líderes nacionales o estatales de los sectores del PRI, y dando como resultado inclusive, que en el sexenio tres entidades federativas fueran gobernadas por el PAN, partido cuya cúpula había avalado el fraudulento triunfo electoral de Salinas, aceptando luego que las boletas electorales –única prueba irrefutable del fraude– fueran destruidas.

El PRI fue usado por el grupo encabezado por Salinas, sólo para llegar al pináculo del poder, quien había planeado –incluso ya mencionado también– un cambio de forma y fondo del mismo organismo político, el cual iba a llevar en dicho cambio, la denominación de “Solidaridad”, el nombre del programa populista inventado por Salinas para ganar adeptos, y que cargaba en sus entrañas el intento de su reelección. Este erróneo y codicioso manejo del Partido Revolucionario Institucional, llevó a grandes grupos poblacionales de todo el país a distanciarse del gobierno y de quienes lo formaban –y por supuesto del PRI– para buscar otras opciones políticas opuestas a la que consideraban una mala y abusiva administración pública del gobierno en turno. Esto provocó también, que aunque hubo fraudes electorales en el ámbito de la elección de legisladores, haya llegado a la Cámara un número inusitado de diputados perredistas y de otros pequeños partidos, que intentaron formar una oposición legislativa real al gobierno salinista, pero ésta fue rápidamente nulificada, al arreglarse el presidente Salinas con el PAN cupular, con la finalidad de formar la mayoría “gubernamental” entre el binomio PRI/PAN y la oposición legislativa fue minimizada.

Todo lo anterior fue disminuyendo la antigua influencia popular que este partido tenía en el país; el pueblo ya no quería saber más del PRI, y se fue alejando de él buscando otras opciones políticas, con la excepción de aquellos que detentaban algún cargo importante dentro del gobierno federal o estatal, o bien ocupaban alguna curul, quienes –hasta la fecha– portan la camiseta priista con orgullo y ven con desprecio y hasta con odio a la población que se atreve a manifestar su descontento con los injustos procedimientos del PRI, que aún ahora continúan, por medio de sus abusivos cacicazgos regionales, manejando las mismas añejas plantillas de políticos, que mueren ya viejos saltando de una presidencia municipal a una diputación local, y de esta, a una diputación federal y de ahí a una senaduría y de ahí a una gubernatura. Son tan cerrados los grupos de poder, que cualquiera que realice un estudio analítico sobre esto se va a llevar la sorpresa de comprobar que ahora este fenómeno sucede de ida y vuelta, pues si bien antes si a un diputado federal o senador le volvían a ofrecer la presidencia municipal o la diputación local que ya había detentado en sus inicios juveniles sufría una gran indignación, pero ahora ya no pasa así; al concluir su gestión –cualquiera que ésta hubiera sido– andan tras otro cargo por modesto que este sea, con tal de no estar excluido del presupuesto y del sistema de gobierno, y por supuesto, en contra de los intereses de la “sangre nueva” dentro del partido que se ve desplazada, afectada y molesta. Quién –me pregunto– va a estar luchando por los ideales o los intereses de un partido, si ven que esta lucha es inútil para sus propios intereses, al fracasar su acceso al cargo buscado en forma reiterativa. Estas injusticias decepcionan al miembro activo más entusiasta, quien acaba renunciando a esta organización política –o simplemente deja de ser leal a ella– porque está dominada siempre –en la mayoría de las entidades– por gobernadores de hace tres y cuatro décadas y su cerrado círculo de amigos íntimos y hasta familiares con ambiciones políticas, y en el panorama nacional, por un ex presidente que no logró la reelección, pero tras bambalinas ha logrado seguir gobernando hasta la fecha, por medio de peleles en el ejecutivo.

Volviendo al tema del desarrollo del gobierno salinista, mucho se comentó en ese tiempo, que como producto de los convenios realizados por el presidente y la cúpula panista, el PAN asumiría el poder en el año 2000, y pocos lo creyeron, pero sucedió. Al parecer, se tramaba la alternancia inducida en el poder de ambos organismos políticos –que a esas alturas, coincidían plenamente en aspectos ideológicos– y por eso el PRI –en ese año– nombró como su candidato a un viejo y mediocre priista (Francisco Labastida Ochoa) sin ningún nexo con el grupo tecnócrata que dominaba al partido oficial, mismos que no le brindaron el apoyo necesario para su triunfo, e inclusive se dio el hecho inédito de que Ernesto Zedillo –el presidente saliente, que nunca perteneció al PRI– haya salido tempranamente en los medios televisivos, para “reconocer muy satisfecho” la derrota del PRI y “el triunfo de la democracia”; pero al parecer, este convenio (un sexenio tú y el otro yo) fracasó por la popularidad y los embates electorales de López Obrador en 2006, año electoral, en el cual Roberto Madrazo el presidente del PRI, en vez de buscar al mejor hombre posible para candidato de su partido, se autonombra ambiciosa y deslealmente como candidato presidencial de su partido –en contra de la opinión de la mayoría del priismo cupular–, sin que tuviera posibilidad alguna de ganar las elecciones pues nunca superó al tercer lugar en el desarrollo de las votaciones, motivando con ello, que el PRI cediera muchos de sus votos “duros” al PAN, para evitar la llegada al poder del candidato izquierdista y en ese entonces del PRD: Andrés Manuel López Obrador.

Desde el punto de vista económico, es indiscutible que la acción más preponderante del presidente Salinas fue el establecimiento del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, y que en México toda la población le asignaba la paternidad de la idea a Carlos, pues así lo daba a entender éste; no obstante, este desigual convenio comercial realmente fue propuesto por el presidente Bush y su equipo encabezado por Carla Hills, y motivado por su incapacidad para competir con el Mercomún Europeo y la Cuenca del Pacífico, liderada por Japón. Estas dos sociedades comerciales crecieron enormemente, mientras que Estados Unidos sufría la recesión más grande después de la Segunda Guerra Mundial.

A partir de 1989 la economía estadunidense no ha crecido; industrias enteras han desaparecido causando gran desempleo, situación que aumentó el número de pobres en ese país, en el cual paradójicamente el 1 por ciento de las familias concentran más riqueza que el 90 por ciento de la población total. En esa época (y ahora está peor) Estados Unidos era el país más endeudado del mundo y cualquier recuperación económica se veía obstaculizada por el peso de la deuda. Este fue el hecho real, por el cual este país imperialista se echó sobre Latinoamérica, siendo México por su proximidad la primera víctima. No obstante, es conveniente recordar que en los tres países hubo respetables opositores de peso que se enfrentaron al tratado.

En Estados Unidos, el diputado Collin C. Peterson, que encabezaba a medio centenar de legisladores que se oponían al tratado de Libre Comercio, declaraba en Washington: “No queremos escuchar nada sobre los acuerdos paralelos. El TLC es un mal negocio. Lo vamos a bloquear, ¿Por qué está dispuesto Salinas de Gortari a gastar millones de dólares para que se apruebe este tratado? Es porque significa para él un buen negocio, como para los empresarios estadunidenses, que podrán vender sus productos en México”. “En cuanto al gobierno de México, mis compañeros y yo pensamos que no fue elegido debidamente y se maneja con métodos corruptos, por lo que no deberíamos mantener relaciones con él. Si la derrota del TLC sirviera para derribarlo, sería una de las mejores cosas que podríamos hacer por México”.

Cabe mencionar, que Canadá firmó el tratado comercial con Estados Unidos de Norteamérica dos años antes que México, y hubo voces de alerta para nuestro país por aquellas latitudes, que fueron publicadas en la prensa mexicana. Ian Waddell, miembro del Parlamento Federal de Otawa advirtió lo siguiente: “A dos años de que los canadienses signaron el tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, los resultados para los trabajadores no han sido halagüeños; por el contrario, se han perdido 226 mil fuentes de empleo, las industrias se han mudado a la Unión Americana y no se cuenta con un programa de reajustes o compensaciones por la fuerza laboral perdida. Asimismo, los canadienses no hemos recibido apoyo ni hemos obtenido completo acceso al mercado estadunidense, toda vez que los yanquis sí han utilizado medidas extraordinarias de tipo legal para impedir la penetración de productos a su territorio”.

De ahí que los mexicanos –continuaba Waddel– deberían examinar escrupulosamente el TLC con Canadá y Estados Unidos, para ver en forma realista los daños y beneficios que puedan suscitarse en el acuerdo de los tres países. Este legislador, precisó que sería Estados Unidos el país más favorecido al firmarse el convenio trilateral, pues al aportar éste los capitales, manejará la mano de obra barata y los recursos naturales de los otros dos países en su favor.

También en Estados Unidos, Ross Perot, uno de los principales legisladores estadunidenses que se oponían al tratado de Libre Comercio en ese país, externó lo siguiente en un encuentro con Albert Gore –representante del ejecutivo en el debate llevado a cabo en un afamado programa de televisión–: “Estoy profundamente preocupado por los 85 millones de mexicanos que viven en la pobreza y que no tienen derechos; estoy profundamente preocupado por los trabajadores mexicanos que, cuando están en huelga, las empresas norteamericanas llaman a golpeadores profesionales y a la policía que dispara contra ellos, matando e hiriendo a muchos con la finalidad de obligar a los demás a volver al trabajo, pero con una reducción en del 45 por ciento en sus salarios”…y agregó esto: “No estoy a favor de un país con un solo partido político; el PRI controla México. El presidente Carlos Salinas de Gortari, elegirá a su sucesor, no lo hará el pueblo mexicano. Lean el informe del Departamento de Estado sobre derechos humanos en México, periodistas asesinados, gente de la oposición en la cárcel, muertos y torturados. Esa no es una sociedad libre; 36 familias son dueñas de más de la mitad de México y controlan el 54 por ciento del Producto Interno Bruto”.

El argumento de mayor peso de Al Gore a favor del TLC, revelaba el verdadero sentido que éste tenía para el gobierno de Estados Unidos: “Hay que pensar que esta es una oportunidad que se presenta cada 50 años, como cuando compramos Alaska o Louisiana”. Gore también evidenció en defensa del tratado, que México era un país de mano de obra barata, ansioso de recibir mercancías norteamericanas, hechos que eran beneficiosos para las transnacionales.

En México, muchas voces calificadas externaron los peligros que encarnaba este convenio comercial de nuestro país, con dos naciones desarrolladas que por ello mismo, sacarían mucho más provecho del tratado, que lo que pudiera beneficiar a México. La desconfianza sobre todo, era con el imperialismo estadunidense, fenómeno bien comprobado por nuestro país en varias épocas de su existencia como nación independiente. México –por medio del tratado comercial– se iba a convertir en forma completa en una colonia de Norteamérica, sin que el país del norte empleara tropa de ocupación alguna para lograrlo. Como Gore bien lo expresó, México se iba a consolidar como un país tributario de mano de obra barata y materia prima, que nos iba a devolver nuestros vecinos como productos industrializados, en los volúmenes y al precio que a ellos conviniera, e iba a perder su pequeña y mediana industria incapaz de competir con las grandes transnacionales.

Ya en 1992 –de acuerdo a información tomada de las páginas financieras de los principales diarios del país de esa época– México estaba reportado como el principal comprador de productos estadunidenses, con un total de 40 mil 597 millones de dólares, mientras que nuestras exportaciones a ese país sumaron para el mismo año 35 mil 189 millones de dólares; es decir, aun sin fronteras abiertas de par en par por el tratado, teníamos un déficit comercial anual con nuestro vecino norteño de más de 5 mil millones de dólares.

* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A.C.