31 octubre,2023 4:45 am

El puro cascarón…

 

Arturo Martínez Núñez

 

Acapulco sufrió un nuevo golpe esta vez mortal, esta vez definitivo. Nos quedamos en el puro cascarón. Todo se fue. Todo terminó. Del Estado ni hablamos. Simplemente desapareció. También se lo llevó el huracán. En honor a la verdad ningún Estado habría sido capaz de estar ahí. En tragedias similares el Estado siempre es rebasado, sustituido y reemplazado por la organización ciudadana o por los poderes fácticos.
Acapulco ha muerto. El viejo Acapulco ha sido arrasado por un meteoro que apareció de la nada sin tiempo para reaccionar. Incluso los que somos afectos a la revisión periódica de las imágenes satelitales, y a las páginas de los servicios meteorológicos fuimos omisos. Claro que no somos autoridad, pero fuimos omisos. Lo que procedía era evacuar. Alertar cuando era categoría 3 y ordenar la evacuación inmediata. ¿Debió de hacerse más? ¿El gobierno lo sabía? ¿El resultado hubiera sido diferente? ¿Habrá consecuencias políticas? No lo sé. Esas preguntas las contestará el tiempo.
Acapulco como lo entendíamos ha muerto. El nuevo Acapulco tiene que renacer pensando en el futuro. Necesitamos pensar en construir el Acapulco de nuestros hijos y nietos no en el de nuestros padres y abuelos.
Vivir y sobrevivir un huracán Categoría 5 es una experiencia única que no le deseo a nadie. Encerrados en un baño pequeño tres adultos, tres menores de 6 años y tres perritos, el silbido del viento y el ruido de los vidrios quebrándose y con ellos parte del patrimonio construido con esfuerzo. El dolor más grande es la incertidumbre y el miedo, el confiar en que el cuarto más pequeño resista y que la ventanita del baño soporte las ráfagas de más de 300 kilómetros por hora. El cubrir a tus tres pequeños con el cuerpo dispuesto a lo que sea por protegerlos. Una vez terminado el embate, no saber si pasaron 5 horas o 20 minutos. Salir con miedo del refugio sin tener certeza de que el monstruo se haya ido y tener que poner cara de fuerte para que la familia no se desmorone. “Estamos bien, lo importante es que no nos pasó nada y estamos vivos, gracias a dios” pero no estamos bien… sí estamos vivos y sanos, pero ahora la incertidumbre se convierte en terror ante la posibilidad de quedarse sin agua o sin alimentos. Poco a poco la normalidad regresa, pero nada volverá a ser igual. El paisaje luce distinto, pareciera que alguien chaponeó todos los árboles y palmeras. No hay un vidrio entero. Un árbol gigante y dos postes de luz tirados te anuncian que no vas a poder salir de casa en quién sabe cuánto tiempo. Los alimentos siguen disminuyendo, el cajón donde tenías pilas para la lámpara ha volado por los aires. Los vecinos nos organizamos y logramos abrir un paso.
Acapulco está destruido. Nos quedó el puro cascarón y el corazón latiendo.
Es jueves en la mañana y no hemos visto ni un policía ni un bombero ni un soldado. Seguramente están atendiendo otras zonas más devastadas. Decido sacar a mi familia de Acapulco saliendo como se pueda. Cinco horas de la Costera a la caseta de La Venta. Pero estamos a salvo aunque al llegar a Cuernavaca lo único que pensamos es en volver a Acapulco….
Acapulco es Acapulco. Pero el Acapulco que conocemos ha muerto. Necesitamos imaginar el nuevo Acapulco juntas y juntos. Un Acapulco que sea incluyente y sostenible. Un Acapulco donde todas y todos podamos disfrutar de su belleza. Un Acapulco que no sea la segunda ciudad con mayor pobreza urbana según el Coneval. Un Acapulco moderno, amable con el turista, respetuoso de la naturaleza, libre, justo y democrático. Otro Acapulco es posible y es necesario. Juntas y juntos vamos a construirlo.