31 octubre,2023 4:59 am

Acapulco, la destrucción y la “infodemia” juntas

 

Abelardo Martín M.

Ante cualquier accidente o catástrofe el primer lugar común (una verdad absoluta) es recordar que “mientras hay vida, todo lo demás se puede reponer” o también se puede comprobar lo que es prescindible, no necesario, aunque parezca útil.
Nada, absolutamente nada, es más valioso que la vida, nadie pone en duda esta verdad.
Acapulco vivió los momentos más difíciles de toda su historia, sin ánimo de competir en tragedias ocurridas en el siempre bien llamado “paraíso del Pacífico”.
La agresión y devastación del huracán Otis no tiene paralelo y hoy por hoy es considerada una de las graves tragedias que ha ocurrido en el mundo.
Nadie pudo imaginar en el bello puerto, sitio preferido de grandes estrellas y personajes de la política y de diversas actividades, la destrucción que pudiera producirse. Con frecuencia se creyó que en tanto bahía “cerrada”, contaba con protecciones que la propia naturaleza le concedía. Hoy sabemos que no es tal y que la fuerza de los temporales es impredecible.
A la devastación de Acapulco ha seguido un fenómeno igualmente letal, el de la infodemia, los cientos, miles y millones de mensajes falsos respecto de la situación tan grave, crítica de un huracán como el Otis.
Días terribles vive Acapulco, luego del huracán que con categoría 5 dio de lleno en el puerto y cambió súbitamente su historia.
Pasados los primeros días de pasmo, incomunicación y desinformación, la destrucción de la ciudad ha sido ampliamente mostrada.
Sabemos ya de los edificios a los que el viento arrancó de cuajo canceles, vidrios, plafones, paredes falsas y mobiliario, y de la urbe en que fueron derribados en unos minutos postes de energía eléctrica, torres de radio, televisión y telefonía celular. En el recuento de los daños, la parte más triste es la recuperación de cadáveres, cuya cifra se aproxima ya al medio centenar y seguramente se elevará más aún a medida que avancen las tareas de limpieza. Con una vida perdida la importancia del fenómeno meteorológico sería suficiente para mostrar su gravedad. A riesgo de despertar críticas, el tamaño del huracán pudo haber cobrado varios cientos o miles de víctimas, como ha ocurrido en otros casos. Sin embargo, parte de la infodemia de estos días ha intentado sembrar la infamia de que hay muchos más muertos de los que registran las autoridades.
Los trabajos para levantar la red eléctrica llevan ya un buen avance, pero sólo a media semana habrá luz en todas las zonas afectadas, según lo anunciado. También es un reto restablecer el servicio de agua potable, y por lo pronto la mayor urgencia es proporcionar víveres, agua potable y otros artículos indispensables a cientos de miles de damnificados.
En la anarquía inicial proliferaron los saqueos en almacenes y tiendas de autoservicio, que sólo hasta el fin de semana se pudieron controlar, entre otras razones porque ya no había nada que robar.
Esta historia apenas ha empezado y faltan muchos capítulos. En lo inmediato, la simple labor de recoger y retirar lodo y despojos llevará varias semanas; igualmente hacer llegar y distribuir agua, despensas y lo más necesario a las familias afectadas.
El Ejército se hace actualmente cargo de ello pero su esfuerzo es a todas luces insuficiente y se ha intentado denostar y atacar su oportuno y abnegado trabajo, con distintas versiones falsas de abuso por parte de elementos de las fuerzas armadas tanto del Ejército como de la Marina Armada de México. Lo primero por lograr es orden ante el caos dejado por Otis, tanto en lo material como en la respuesta general ante el fenómeno. Por supuesto que es bienvenida toda solidaridad y ayuda en especie, pero ello sólo resulta útil si existe un orden sólo alcanzable si la autoridad asume el control de los trabajos de normalización. Los daños en la infraestructura de suministro eléctrico, agua potable, alcantarillado, telecomunicaciones, vialidades, etcétera, son inconmensurables; es de tal magnitud lo que se requiere que habría que abrir las puertas a la participación de la sociedad civil y sus organizaciones.
Las versiones en las redes sociales han mostrado a un Ejército cuyo trabajo y labor de rescate se somete a los intereses del gobierno o, peor aún, del partido político o del movimiento social que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador. Nada más falso o mentiroso. La oposición se encontró con una vía para hacer de la tragedia la mejor oportunidad política para desacreditar al gobierno, lo que resalta la mezquindad, el oportunismo y la inmoralidad de quienes pretenden convertir la tragedia en beneficios partidistas.
Como en ninguna otra tragedia, la raja política parece estar por encima de los afectados, de la magnitud del desastre originado por el infortunio, la terrible situación de miles de hombres y mujeres que habrán perdido todo su patrimonio o la mayor parte, comerciantes, restauranteros, servidores turísticos, patrones y empleados que habrán quedado sin su establecimiento y sin clientes a quienes atender. Peor aún de quienes perdieron su casa, ricos y pobres, de zonas privilegiadas o aisladas y sin servicios.
Con la economía deshecha, a los acapulqueños les espera un muy triste fin de año, la tradicional época en que el puerto seguía brillando, desbordado por las fiestas, pletórico de visitantes nacionales y extranjeros que venían a esperar la llegada del Año Nuevo en medio del bullicio, los bailes, la música y los juegos pirotécnicos.
Vendrán después los planes y la ejecución de la reconstrucción, de poner de nuevo en pie a Acapulco. Pero no será una meta fácil. Se requerirán miles de millones de pesos, de dólares, para reconstruir lo que había costado el trabajo de varias generaciones a lo largo de muchas décadas.
Además, hacer volver el turismo al puerto no será sencillo. Como todo meteoro, Otis ha generado un trauma colectivo y su superación llevará tiempo. Los más optimistas hablan de la posibilidad de reabrir para la próxima Semana Santa, que es la segunda fecha en que los visitantes abarrotan tradicionalmente el lugar. En cualquier escenario, por un prolongado lapso la vida en Acapulco no será igual.
Sus repercusiones en el estado también se harán sentir, en la medida en que el puerto, con la zona de Ixtapa-Zihuatanejo y Taxco, constituyen el triángulo de atracción turística de la entidad y su principal actividad económica.
En cierto sentido, todo ello queda muy lejos. Lo inaplazable hoy es la atención con lo elemental a tanta gente que tiene hoy una carencia absoluta. A ello debemos aplicarnos no sólo en el puerto o en el estado, en todo el país, y con el ánimo de sumar, no de restar.
Una de las más importantes lecciones que los especialistas deberían atender se refiere a todo el sistema y el modelo de comunicación social, pues a todos los niveles de gobierno quedó demostrado, por lo menos, la insuficiencia de los mensajes verdaderos. Como siempre en los casos de crisis, los vacíos de información, en este caso en los minutos y segundos en los que los datos probados y serios debieran campear en el ambiente, su lugar es ocupado por la mentira, la falsedad, los datos que buscan desacreditar, crear confusión, condenar al gobierno municipal, estatal y federal. Lo peor del meteoro no sólo es la destrucción de miles de casas, el desmantelamiento de negocios, economía, transporte, telecomunicaciones, lo más terrible es mostrar el alma y la impunidad de quienes con mentiras medran políticamente. Esto también es una lección que ojalá se perciba y se aprenda bien.