27 noviembre,2018 6:40 am

Enorme capacidad para absorber el escarnio

Federico Vite
Los que hacen buena literatura suelen reflexionar sobre los abusos del poder y denuncian esas atrocidades (a veces de una manera estética y asombrosa, otras meramente como un grito, no menos estético, pero ciertamente sin asombro); en muy contadas ocasiones, la literatura sólo reseña los hechos (es decir, se vuelve superficial y enlista acciones), casi siempre desentraña los mecanismos de lo que Aristóteles llamó harmatia (un error trágico). Así que obsesionado con explicarme este sitio en el que vivo (obsesionado con dibujar el harmatia de lo cotidiano) visito los textos de un monstruo.
Leonardo Sciascia, en Los apuñaladores (I pugnalatori, Einaudi, Italia, 1976, 96 páginas), recurre a la literatura (un subgénero como el relato policiaco) para manifestar el desorden social de Sicilia, el papel del Estado y la injusticia. Utiliza un episodio histórico para construir una maqueta del poder y la corrupción que envuelve al gobierno. Pero aparte de todo esto, lo atractivo de Los apuñaladores (la versión al castellano fue publicada por la editorial Tusquets en 2006) es que expone en el cuerpo del relato la derrota de la justicia y la vulnerabilidad de la sociedad ante un Estado absolutamente degradado. No corrompido ni vetusto, apenas degradado.
Sciascia cuenta una serie de hechos ocurridos en Palermo. A la misma hora, en varios puntos de la ciudad, casi equidistantes –una estrella de 13 puntos en el mapa de Palermo–, 13 personas fueron heridas con un arma blanca, casi todas en el bajo vientre. “Las víctimas describen a los agresores con las mismas señas: todos vestían igual y tenían parecida estatura, de modo que por un momento se creyó que se trataba de una sola y misma persona. Afortunadamente, cerca del palacio de Resuttana, ante cuya puerta, gritando de dolor y miedo y con el vientre rajado, caía el empleado de aduanas Antonino Allitto, pasaban en ese momento el teniente Dario Ronchei y los subtenientes Paolo Pescio y Raffaele Albanese, del 51º regimiento de infantería, quienes, al acudir y ver huir al agresor, lo persiguieron. A ellos se unieron el capitán de la policía nacional Nicolò Giordano y el agente Rosario Graziano. No perdieron de vista al hombre al que perseguían sino hasta que dobló la esquina del edificio Lanza, en cuyo bajo había un taller de zapatero que, pese a ser casi medianoche, seguía abierto. Confiando en la solidaridad que no podía faltarle a un perseguido de la policía, el agresor creyó que podía salvarse en ese establecimiento: entró, derribó del taburete a uno de los que trabajaba en la mesa y ocupó su puesto, como si estuviera laborando normalmente. Sólo que el agente Graziano, quien entró unos segundos después, se halló ante una situación aún anormal y al instante comprendió que el hombre al que debían atrapar era el que menos asombrado se mostraba. Se abalanzó sobre él, lo inmovilizó y lo entregó al capitán Giordano y a los oficiales, que llegaban entonces. Poco después, en el puesto de policía, lo identificaron: Angelo D’Angelo, palermitano, 38 años, limpiabotas (oficio al que se había pasado después de trabajar como mozo en la aduana) […]”.
Traigo a cuento este hecho, este libro de alta manufactura y emblemático por su precisión para señalar los abusos (a veces pienso que eternos, de los encargados de impartir justicia), porque pienso en el caso del empresario César Zambrano. Pienso también que Los apuñaladores habla más de Guerrero que de Italia, critica más al fiscal general del estado, Jorge Zuriel de los Santos, que a Guido Giacosa, fiscal general en el Tribunal de Apelación de Palermo. Sciascia señala con humor que ese puesto (el de fiscal) es un regalo político; yo creo lo mismo, a propósito de Guerrero. Sciascia no tiene piedad señalando la ineptitud de Giacosa, yo creo que Zuriel está muy confundido porque imaginó que engañar al pueblo era más fácil, como antes lo hacía el PRI. Al leer al italiano comprendo que la impartición de justicia siempre es una cosa seria y paradójicamente injusta. ¿Usted qué opinión tiene de Zuriel?
Sciascia utiliza un narrador omnisciente en Los apuñaladores y se apoya en los testimonios del fiscal Guido Giacosa para reconstruir el cansino y ciego peregrinar de la justicia. Dicho de otra forma: traza las líneas de acción descritas por un fiscal que avanza a pasos agigantados hacia el fracaso.
I pugnalatori es una teoría de la justicia. Define con un estilo directo los acontecimientos simples (incapacidad policial) y el error trágico de un fiscal: informes mal hechos, detenciones arbitrarias, policías mal informados, hipótesis sobrevaloradas e inverosímiles y vicios que coronan la corrupción imperante. Alguien debería pasarle este libro a Zuriel. Sería de mucha ayuda verse reflejado en un texto con grandes dosis de literatura. También creo que la política en Guerrero es meramente un espectáculo de baja estofa.
Cuando uno se da cuenta que el priista Jorge Zuriel de los Santos, colaborador del gobernador Héctor Astudillo devenido en fiscal general en Guerrero, actúa con poca claridad, sin verosimilitud, entendemos la señal: perpetuar las injusticias y el abuso de autoridad. También me martilla el corazón la impunidad con la que se mueve el homicida de Gabriel Soriano, porque no entiendo cómo es posible que no hayan detenido al responsable de ese crimen. Sobre todo, si esa zona estaba custodiada debido a que el gobernador rindió su informe. Más que a un hombre, nos quitaron un canto. Y el silencio de Gabriel nos renueva el luto. La idea de un Estado en franca degradación es más claro leyendo al enorme Leonardo Sciascia. De paso, comprendemos que la sociedad guerrerense se ha convertido en una esponja, absorbe la humillación. Una y otra vez la absorbe. Me gustaría ser inmortal para ver cómo la escupe.