2 abril,2024 4:29 am

Escribir y rezar no son actividades similares

Federico Vite

 

El fantasma de la corrección moral asusta a los habitantes del Continente Literario. Basta con ver la cantidad de libros prohibidos en el mundo; las películas, las canciones. Tolerar lo políticamente correcto en estos tiempos implica guardar silencio, bajar la cabeza y postergar la opinión. Lo políticamente correcto blinda algunas cosas; otras las encumbra. Por ejemplo, la certeza de que escribir es como rezar. Si aceptamos de facto esta aseveración, estaría yo en desacato o sería  un sacrílego al disentir. Pero lo esencial es no diluir lo importante. Yo no estoy de acuerdo con este postulado: escribir se parece a rezar.

Traigo a cuento la entrevista que Milenio publicó el 16 de marzo, donde conversan el traductor, escritor y editor Eduardo Rabasa y Etgar Keret sobre el asedio a Palestina y los ataques que ha sufrido Keret por su convicción pacifista. En la charla se involucran aspectos de índole geopolítica y religiosa, pero lo que me interesa diseccionar es el siguiente párrafo: “Escribí ese cuento tras una larga y frustrante conversación con mi hermana, que es ultraortodoxa religiosa, y quien desde que comenzó la guerra no ha parado de rezar. Al hablar con ella me di cuenta de lo orgullosa y feliz que estaba con sus abundantes rezos y, con toda la muerte que tenía lugar a nuestro alrededor, me resultó molesto. Intenté escribir este cuento para procurar adentrarme en su mente, comprender su experiencia, y al final del mismo me di cuenta de que rezar y escribir son bastante similares: en los dos casos se asume que te estás enfrascando en un diálogo con la contraparte: tanto Dios como un lector que comprenda lo que tratas de expresar son completamente teóricos al momento de realizar la actividad, y en ambos casos se requiere un salto de fe. Al final creo que es un cuento sobre cómo hacer las paces en nuestro mundo personal, donde buscamos contarnos una historia dentro de la cual podemos incidir en la realidad, y cómo esta sensación es algo fundamental, incluso si en última instancia nos damos cuenta de que tenemos un escaso efecto en el mundo que nos rodea”.

Antes de todo, echemos la máquina de referencias a funcionar. El autor de Desgracia, J.M. Coetzee, comentó en 2018 en un tono de broma el parecido que existe entre la literatura y las plegarias. La similitud entre rezar y escribir: “Escribir es como rezar. En ambos casos es difícil determinar quién es el destinatario y uno tiene la fe de someterse a algo que está blanco y esperar a que esta página nos hable, o a que vengan las musas, y muchas veces desesperemos”.

Pero no es el único en hacer esta comparación, el escritor noruego Jon Fosse, en una entrevista que le concedió a los escritores españoles Fernando Clemot y Álex Chico en 2016 (texto que aparece en la revista ibérica Quimera) hablaron del mismo asunto. “Hay una cita tuya”, asevera Fernando Clemot, “en la que dices: ‘Escribir es como rezar’. ¿Podrías desarrollar un poco más esa idea?”.

Fosse expone: “Sí, eso lo dije una vez. Creía que había dicho algo original y provocativo, y luego descubrí que ya lo había dicho Kafka. Para mí, escribir es un acto de concentración, o mejor: una contemplación muy profunda. Es el acto de escuchar más que de expresarme. Tienes que escuchar lo que ya has escrito y, al mismo tiempo, debes prestar atención a la nada que le sigue. Tiene algo que ver con Dios. Dios también es nada, es vacío. En este escuchar y en esta contemplación intentas salir de ti mismo para entrar en alguna otra cosa, en algo que sea nuevo. Cuando escribo una novela o una obra de teatro, todo es nuevo y sorprendente, incluso para mí. Esa es la fascinación básica de escribir y de ser escritor. Detesto la fama, pero no esa actividad mágica de la escritura. Crear algo para el mundo, algo que no existía antes, un universo, unos actores, todo eso es tuyo…”.

De todos ellos, el más interesado en este precepto, escribir como rezar, es Kafka, no sólo porque era un tipo que escribía mucho y publicaba poco, sino porque no esperaba nada de la escritura. Es más, no esperaba que lo escrito tuviera un fin o un uso.

A mí me parece que la urgencia de esa premisa, escribir es como rezar, implica una corrección moral, algo que intenta emparentar la escritura con una actividad sagrada, cuestión inusual para alguien de este tiempo, pero interesante para quien se dedica a vender libros. Insisto: interesante cuando se piensa en alguien que publica constantemente, aunque no todo eso que publica Keret es literatura.

La literatura desde hace muchísimo tiempo no está involucrada con la experiencia religiosa; el rezo, en cambio, es una herramienta de la comunicación con Dios. La escritura, entonces, no es un vínculo con el Altísimo, como diría un sacerdote. No. Escribir, en el mejor de los casos, es una forma de darle sentido a lo que uno es y lo que uno hace. Sin regodearme en esa estancia, la de la fe y la escritura, me interesa poner sobre papel un aspecto: escribir no es esencialmente útil, ni busca la comunión; quizá, en el mejor de los casos, la epifanía, pero eso es otro aspecto que no puede agotarse en un texto.

Escribir no es un acto sacro, mucho menos escribir prosa (prosaico) y eso no puede, casi casi por definición, acercarse al acto de orar (oralizar). Pero es el espíritu de nuestro tiempo, el de la corrección moral (esa manera políticamente correcta que toma en cuenta los valores de todos los grupos humanos y evita cualquier posible discriminación u ofensa hacia ellos por motivos de sexo, preferencias sexuales, ideología política, religión, raza, etcétera, etcétera, etcétera), lo que nos lleva a esa curiosa y angelical manera de emparentar la creación literaria con los rezos.

Para encabezado de periódicos está bien una aseveración de ese calibre, para mover la obra de un escritor, también resulta generosa tal afirmación; pero si le otorgamos la belleza de pensar a esos nudos semánticos, créame, no hay sustancia para el análisis. Este tipo de dichos me recuerda a otros autores mexicanos que suelen hacer comparaciones grandiosas para salir del paso cuando no tienen una respuesta a cuestiones inquietantes. Por ejemplo, si alguien le pregunta al Maestro sobre la literatura reciente en México, el Maestro en turno toma la lata de refresco de cola, da un trago y dice: La literatura reciente de México es burbujeante y dulce. Pero vamos, eso es decir nada y con eso se la llevan de a muertito los Maestros porque finalmente los lectores no exigen más, nadie critica esos desplantes y en aras de lo políticamente correcto se queda callado el respetable.