1 marzo,2021 8:02 am

Fallece Pal Kepenyes, escultor iconoclasta que usó el arte como arma de cambio

Con su compleja obra, el artista húngaro le dio imagen a Acapulco, donde vivió desde los años 60 del siglo pasado. Murió aquí de causas naturales a los 94 años, informa su esposa, Luz María Dehesa

Acapulco, Guerrero, 1 de marzo de 2021. El artista húngaro radicado en Acapulco Pal Kepenyes murió ayer domingo poco antes de las 7 de la mañana en su casa-estudio, ubicado en Cumbres de Llano Largo.

Fue el autor de “El pueblo del sol”, la emblemática escultura monumental localizada en el bulevar de Las Naciones, en la zona Diamante de Acapulco. Tenía 94 años, informó su esposa, Luz María Dehesa Orozco, en breve charla telefónica; añadió que el deceso fue de causas naturales.

Sus restos fueron velados en su casa-estudio ayer mismo, y posteriormente serían cremados.

Trascendió que sus cenizas serían llevadas a su país natal, donde recientemente fue considerado héroe nacional por su participación en la Revolución húngara de 1956 contra el gobierno prosoviético.

Nacido en Kondoros, Hungría, el 8 de diciembre de 1926, Pal Kepenyes fue escultor, pintor e investigador del arte.

Prisionero político del régimen estalinista –estuvo en su país dos años incomunicado y tres en trabajos forzados– llegó a México en 1959 y poco después se avecindó en Acapulco.

De hecho, su amor por Acapulco lo obligó muchas veces a señalar lo que pocos: el daño que le han hecho al puerto los políticos y la gente espiritualmente pobre que sólo se ha enriquecido a expensas del puerto.

“Amo a Acapulco, me gusta mucho su naturaleza, su ambiente, es como vivir en tu propio paraíso acompañado incluso por mi propia obra”, aseguró en una charla ofrecida a El Sur en abril de 2015, en su estudio.

No obstante, señaló que “lamentablemente México sigue atrasado, como cuando llegué, está dejando de lado la expresión artística, no la usan como conocimiento, ni como arma política, por eso hubo un tiempo en que me fui a Estados Unidos, donde el arte y la cultura son incluso negocio, mucho dinero.

“Los gobernantes no ven nada, hace muchos años les hablaba del turismo cultural y nada; aquí fue un pueblo de pescadores y tuvo suerte por la guerra (la Segunda Guerra Mundial) y lo americanos querían viajar, pero no podían ir a Europa pero ahora hay otras circunstancias”.

Ellos, los políticos, aseguraba, “no estuvieron ni están a la altura; pero eso sí, hubo una casta que se enriqueció”, y reiteraba que “estamos ante un grupo de gente espiritualmente pobre”.

Con dichas declaraciones no era improbable que se ganara, al paso del tiempo, la enemistad precisamente de dicha casta, de dicha gente espiritualmente pobre.

Su primera patria

Kepenyes era un joven idealista que tras la Segunda Guerra Mundial se inscribió en la Escuela de Artes Decorativas en Budapest, como un paso previo para ingresar a la Academia Superior de Bellas Artes.

No obstante, eran las épocas de cuando Hungría estaba bajo el yugo de la ya extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); el régimen estalinista que se instaló tras la guerra no contribuyó al desarrollo del país, al contrario, mostró la cara más cruel del socialismo que con cada protesta presionó más y más al pueblo hasta que éste tomó las armas.

Kepenyes fue detenido en 1948 acusado de pertenecer a una conspiración armada contra la URSS y se le envió a una cárcel comunista, la Maria Nostra –la última estación antes de la temida Siberia–, que lo dejó en malas condiciones.

Fue hasta que llegó la amnistía, en 1956, que el hacinamiento, la mala comida, los trabajos forzados y las vejaciones terminaron.

Para entonces él apenas y pesaba 52 kilos y su camino por el arte continuaría en Francia, para estudiar en la Escuela Superior de las Bellas Artes, en París, y en medio de su participación en la Revolución húngara de 1956, un movimiento revolucionario espontáneo de alcance nacional contra el gobierno de la República Popular de Hungría y sus políticas impuestas desde la URSS.

Su segunda patria

En aquella charla de 2015, el artista relató que llegó a México en un barco en 1961 atraído por la cultura y de la mano de su recuperado espíritu creador, conociendo poco después al puerto para no volverse a ir –teniendo breves temporadas en el extranjero– y asentándose de manera definitiva a principios de los años 80 del siglo XX.

“Llegué a Acapulco y dije ¡caray, esto puede ser la estrella de la riviera! La ventana de México y mira a dónde hemos llegado”, lamentó.

“Ellos, los gobernantes, no ven nada, hace muchos años les hablaba del turismo cultural y nada; aquí fue un pueblo de pescadores y tuvo suerte por la guerra (la Segunda Guerra Mundial) y lo americanos querían viajar pero no podían ir a Europa pero ahora hay otras circunstancias.

“No estuvieron ni están a la altura (los gobernantes); pero eso sí, hubo una casta que se enriqueció”, y reiteró que “estamos ante un grupo de gente espiritualmente pobre”.

Fue aquí, en medio del apogeo de Acapulco, que alcanzó la fama y el éxito, pero a su vez, el desprecio de dicha casta y dicha gente espiritualmente pobre.

El hombre y su obra

Su estancia en París no fue para nada romántica, pues tuvo que buscar una oportunidad en un país ajeno al suyo, convulso, revolucionario, teniendo a la cabeza a gente como Jean Paul Sartre o Albert Camus, pero que finalmente le ofreció la oportunidad de refrendar su compromiso con el arte.

Ya desde entonces trabajaba la idea de que la escultura era más que la reproducción o creación de una figura y que por el contrario tiene que ver con el movimiento, el tiempo y el espacio.

Del mismo modo, la idea del hombre y sus infinitas posibilidades, su multidimensionalidad y su relación e interacción con el espacio y los demás seres con los que cohabita.

“A partir de ahí me dio por intentar una escultura distinta, con otras particularidades; antes en París, gente como (Alexander) Calder ya intentaba escultura móviles y habían otros intentos por par de un escultor suizo que mediante motores hizo una escultura sobre rieles que trepidaba”, declaraba en aquel abril de 2015.

Así es que se gestó el rasgo que caracterizó sus piezas a lo largo de su vida: obras móviles, poliformes, desde miniaturas y joyas escultóricas hasta piezas monumentales ubicadas en sitios públicos de distintas ciudades del mundo.

Tal es el caso de la icónica El pueblo del sol, escultura monumental localizada en el bulevar las Naciones, de la zona Diamante, de Acapulco, y que recién apenas hace un par de años fue terminada tras 25 años en medio de la polémica debido a que el gobierno del estado pretendió modificarla sin su permiso (El Sur, ediciones del 25 de febrero, 2 y 6 de abril de 2019).

El trabajo, elaborado en acero, de ocho metros de diámetro y 17 toneladas de peso, representa a un sol en cuyo interior contiene una serie de personajes bailando desnudos y pretende mostrarle a la gente la relación especial que existe entre el sol y Acapulco, entre los seres humanos, la tierra y el mar.

Si bien durante todos estos años él y su obra viajaron por todo el mundo, no dudó de seguir en el puerto.

Ello a pesar de que en 2017 recibió una invitación para viajar a Hungría –fue nombrado Héroe Nacional entonces–, “mi viaje a Hungría es una coronación”, afirmaba con certeza y confianza el escultor, quien en mayo de aquel año expondría más de 100 piezas de autoría en el Museo de las Artes, en Budapest.

De hecho, el año pasado recibió el Premio Kossuth, máxima condecoración que otorga Hungría para reconocer el desempeño de sus artistas, haciéndolo dudar.

En otra charla, en octubre del pasado 2020 declaraba en medio de tal honor, sentirse muy contento pues después habían transcurrido unos 70 años sin tener contacto alguno con funcionario del actual gobierno de aquel país.

Asimismo, y cuestionado sobre su sentir acerca de su recién retomada relación con el país que lo vio nacer –incluso había planes de erigir un museo con su nombre–, el escultor comentaba que quizás sí debería regresar a Hungría, ya que actualmente, si bien estaba muy a gusto en Acapulco, no hay mucho apoyo a la cultura.

No obstante, se resistió y se quedó a compartir su visión del mundo, de la cultura, de la vida, con todo aquel que quisiera escucharla.

Asimismo, la idea de que en Acapulco debería existir un verdadero Museo de Arte Contemporáneo.

Fue el 25 de marzo del 2015 cuando la última exposición en Acapulco del artista, en la Gran Galería del Centro Cultural Acapulco y que llevó por nombre Revelaciones.

En ella, una sencilla retrospectiva a la que acudieron más de un centenar de personas, presentó diversas esculturas que son capaces de ofrecer no sólo un perfil estéticamente agradable sino también una serie de lecturas que el espectador puede interpretar no sólo al verlas sino al tocarlas y transformarlas.

Esto es, se presentó a sí mismo más allá de sus intensos ojos azules y su piel tostada por el sol.

Y en un apartado, a manera de presentación, escribió un sencillo manifiesto que bien pudiera ser resumen de su vida:

Proclamo que soy un ser que vive.

Que soy joven y viejo

que necesito respirar, comer.

Que quiero a todos.

Que quiero verme

que estoy jugando.

Que creo en lo que hago.

Que el arte no es arte

que es magia, religión, ilusión.

¡Qué es sentir la vida! / que su función es vital.

Que quiero que lo juzguen.

Que si existen las máquinas, quiero que la mano sobreviva.

¡Qué sobreviva el individuo!

¡Qué no haya muerte!

Texto: Óscar Ricardo Muñoz Cano / Foto: El Sur