26 enero,2021 5:38 am

¡Fuerza Presidente!

Abelardo Martín M.

 

Todo tipo de versiones detonó en mensajes, chats, redes sociales y medios de información, la noticia del contagio por Covid-19 del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sus malquerientes, opositores políticos, adversarios partidistas o muchos afectados en sus intereses han dado rienda suelta, en broma, con ironía y sarcasmos, a malos deseos respecto a la enfermedad del mandatario.

También, como contraparte, una enorme cantidad de buenos deseos y parabienes para la salud del jefe del Ejecutivo que se sintetizan en una frase emergida espontáneamente en las redes sociales: “¡Fuerza Presidente!”, una de las graves carencias que hubo en los últimos sexenios en los que los gobiernos sufrieron un debilitamiento constante, posiblemente hasta premeditado, que facilitó la pérdida de rumbo para el país entero, así como una corrupción muy difícil de enfrentar, sobre todo en tan corto tiempo como el que tiene el actual gobierno de AMLO.

¡Fuerza Presidente! precisamente es lo que urge a México, un árbitro capaz de reencauzar los presupuestos y los programas que pongan fin al deterioro acumulado de los servicios de salud y de educación, principalmente, que sufrieron un desmantelamiento constante, no sólo a la vista sino al amparo de autoridades que aceptaron o promovieron prácticas corruptas para facilitar su privatización y consecuente desmantelamiento como servicios indispensables para promover la justicia social y el desarrollo.

Esa compleja tarea es la que le ha tocado al Presidente López Obrador en tiempos difíciles no sólo para el país sino para el mundo entero. La mejor prueba del rol de AMLO en los últimos días son sus conversaciones con varios líderes mundiales, entre ellos Joe Biden, el recién estrenado presidente norteamericano, y Vladimir Putin, el mandatario ruso.

Pero los tiempos electorales se enseñorean en México y resultado de ello es la andanada de ataques al presidente. Como paradoja, Estados Unidos entró a una aparente etapa de estabilización, tranquilidad y progreso, luego de tiempos electorales que culminaron con el despido del ex presidente Donald Trump.

Finalmente, luego de bochornosos y peligrosos episodios, Joe Biden logró asumir el cargo de Presidente, el cuadragésimo sexto en la historia de esta nación. Para México, siempre ha sido importante quien gobierna ese país, todavía el más poderoso del planeta y son preocupantes, entre la expectación y el temor, las locuras y necedades del ex presidente Trump para aferrarse al poder.

Con la llegada de Biden ha retornado también la tranquilidad de saber que en el principal centro político está al mando un hombre sensato, lo cual, luego de lo vivido el cuatrienio anterior, es una gran ganancia. No es que con la simple sucesión se resuelvan los problemas universales, ni siquiera los específicos del país vecino, pero sin duda ayuda mucho cuando entre los grandes líderes hay sensatez y capacidad de raciocinio.

Asume Biden en un momento en que los problemas de la humanidad se han agravado, por la prolongada y reincidente pandemia del Covid-19, que a lo largo del invierno ha mutado, recobrado fuerza, y ha vuelto a amenazar la salud y la vida humana en muy diversos puntos de la geografía mundial.

Con ello se agravan los problemas económicos internacionales derivados de la parálisis de la actividad productiva que se ha inducido para tratar de reducir los ritmos de contagio y la presión sobre el sistema médico.

A largo plazo, es evidente que habrá secuelas desde en la salud mental de quienes han padecido el embate directo de la infección en carne propia o de sus seres cercanos, o de quienes simplemente se han visto afectados por el confinamiento, la inactividad y el miedo.

También se ha afectado, aunque se hayan hecho esfuerzos individuales y colectivos de preservación, el sistema educativo, la vida artística y cultural, y programas científicos o de investigación que han debido esperar mejores momentos.

Con todos estos aspectos lidian ahora los gobiernos, aunque la prioridad mientras no se controle, es la de la pandemia. En México, por ejemplo, donde nunca acabó de irse el virus, ahora tenemos la oleada más intensa desde su inicio, del que aún no se cumple un año.

Toda el área metropolitana de la ciudad de México resiente de manera aguda este fenómeno desde diciembre. En Guerrero, donde las cifras parecían comportarse en un retroceso tranquilizador, en la última semana se descontrolaron por completo. En unos cuantos días, la ocupación hospitalaria, que había bajado a un tercio de la capacidad, se ha duplicado, y de manera similar el promedio de fallecimientos diarios, que ya había descendido de una decena, ahora se ubica alrededor de los veinte muertos por día.

La necesidad de darle un ingreso a trabajadores y sus familias, y a los prestadores de servicios en la mejor temporada, y luego de que playas y hoteles se cerraron en Semana Santa y sólo reabrieron a medias en las vacaciones de verano, llevaron a tomar la decisión de mantener el acceso, aunque con precauciones. El cálculo falló y como en el Altiplano transcurren los días más agudos de la epidemia es contribuyó al alza que se observa en el estado.

Por lo pronto, ahora en Guerrero estamos en la urgencia de reconvertir más centros hospitalarios para la atención de Covid, y se ha retrocedido al rojo en el semáforo epidemiológico de Iguala y Taxco, la primera, ciudad que desde el inicio de la pandemia ha mostrado elevados índices de contagio. Habrá que trabajar, dedicar recursos y extremar precauciones para abatir nuevamente la enfermedad.

La situación tan problemática actual muestra la complejidad que deben tomar en cuenta quienes están al mando a la hora de decidir y aplicar las medidas de gobierno. Desde Washington hasta el más pequeño o atrasado de los municipios de nuestro Guerrero.

La realidad no es broma, aunque haya quienes, perversamente, quieren acarrear agua a su molino electoral para intentar desacreditar al actual mandatario mexicano a quien, todavía la mayoría, dice ¡Fuerza Presidente!