3 diciembre,2024 5:23 am

Hecatombe

TrynoMaldonado

METALES PESADOS

Tryno Maldonado

Esta columna jamás debió existir. “Las masacres no existen. Hemos terminado con las masacres. Nunca más se dará la orden a las fuerzas armadas de atacar al pueblo”.
A estas alturas del terror no necesito citar la fuente de este conocido proverbio goebbeliano de un régimen promilitar.
Y, sin embargo, con todo su descarnado terror cotidiano acechando a la vuelta de la esquina, las masacres, hoy mismo, existen.
Y, sin embargo, las ejecuciones extrajudiciales perpetradas a manos de las fuerzas armadas –con un poder sin precedente– contra la población civil inerme abundan y resultan oprobiosas por su cotidianidad y su extensiva pedagogía del terror por todo el país. Existen.
Es por eso, paradójicamente, que esta columna jamás debió existir. Pero, muy a mi pesar, existe. Como existen y nombramos la más reciente ola de masacres que tuvieron lugar tan sólo el fin de semana pasado. Treinta personas asesinadas.
Hecatombe. Su etimología proviene de la misma voz en latín hecatombe. Y, a su vez, del griego hekatómbē, que reúne ἑκατόν, hekatón (cien) y βοῦς, boũs (buey).  El uso de la palabra se extendió a cualquier sacrificio que implicara a un gran número de víctimas. En la Ilíada tiene lugar una hecatombe de 12 bueyes. Otra de 50 carneros. Mientras que en la Odisea se narra una hecatombe de 81 bueyes. En su origen en la Grecia antigua, la hecatombe representaba al pie de la letra el sacrificio de 100 reses u otras víctimas en el mismo número para sus dioses. Más adelante el concepto se extendería para cualquier sacrificio ritual en el que es mayúsculo el número de víctimas. Inmolación. Desgracia. Catástrofe. Pero, también, mortandad de personas pertenecientes a una misma comunidad. O, como solemos citar en este espacio, la instauración de una “pedagogía del terror” mediante la inmolación de cuerpos no combatientes en aras de un supuesto bien mayor administrado por el Estado capitalista patriarcal.
Si bien hay que guardar con estricto cuidado y respeto las obvias proporciones, un término más actual allegado a una hecatombe –sobre todo en lo tocante a sus peculiaridades prácticas y morales– se acuñó durante el cambio de paradigma estadunidense de guerra contra el comunismo al de la contemporánea guerra contra los narcóticos. Es decir, los “daños colaterales”.
Si ya en su tiempo el ex presidente Felipe Calderón –que importó el paquete contrainsurgente y retórico de Estados Unidos de “guerra contra las drogas” para validar su triunfo en las urnas– no tuvo reparos en hacer un símil moral de la hecatombe mexicana propiciada por él, con el de los miles de civiles aniquilados por sus fuerzas armadas como “daños colaterales”, es verdad que también el ex presidente López Obrador solía representar en la misma escuela a los millones de pobres como “animalitos” a los que había que alimentar, y a esas masacres en las que moría el “pueblo bueno”, como inexistentes.
En Jiutepec, Morelos, este fin de semana, como un eslabón más en esta interminable hecatombe sexenal, un escuadrón armado y montado en motocicletas acribilló a siete personas en la colonia Vista Hermosa. Los reporteros locales afirman que en el interior de la casa donde estaban las víctimas había una fiesta. En los mismos días, en Cancún, Quintana Roo, otro grupo armado mató a cuatro personas, entre las que se encontraban dos menores de edad en las afueras de su domicilio. Y en el infierno en que se ha convertido Sinaloa durante los últimos dos meses, 11 personas fueron asesinadas. Por si fuera poco, en Apaseo El Grande, en Guanajuato, fueron ejecutados ocho civiles más: dos de ellos eran bomberos, Ulises Ramírez Vázquez y Alejandro Ortega; Ricardo López Ortega, paramédico, y Arturo Escobar Ramírez, trabajador del Comité de Agua Potable del municipio.
Por las 30 personas a las que quitaron la vida el fin de semana en medio de esta guerra, esta columna jamás debió existir. Porque ninguno de esos asesinatos, masacres, feminicidios y desapariciones forzadas tampoco debieron haber tenido lugar jamás. Y, sin embargo, existen con toda su tragedia y su dolor. Como existe también el hecho oprobioso de que, tan sólo durante el primer mes de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum –continuadora de la guerra calderonista y del militarismo obradorista– ocurrieron más de 10 masacres como las aquí relatadas en todo el país: Chiapas, 12 de octubre, con cuatro muertos; Tabasco, 26 de octubre, tres muertos; Chiapas, de nuevo el terror, 30 de octubre, tres asesinatos más; Guanajuato, 2 de noviembre, tres muertos; Tabasco, 3 de noviembre; Puebla, 4 de noviembre; Chiapas, nuevamente, 3 asesinados; Guerrero, una pesadilla sin fin, 6 de noviembre, 11 muertos; Querétaro, 9 de noviembre, una matanza de 10 personas; Estado de México, 10 de noviembre, cinco personas asesinadas.
En total, 2 mil 564 homicidios dolosos únicamente durante su primer mes como administradora del Poder Ejecutivo: 6.6% más asesinatos que en la guerra de su antecesor López Obrador. (Y a la fecha se han acumulado 4 mil 948 homicidios dolosos, según el monitoreo La guerra en números, de Carlos Penna Charolet en TResearch). En tanto que los feminicidios aumentaron 2.9% interanual. Si su protector López Obrador mintió sobre el hecho de haber terminado con las masacres en el país, ahora el sello de la casa de su cancerbera Sheinbaum son justamente las masacres.
La hecatombe actual y cotidiana que vive México nunca debió tener lugar. Es obscena. En su etimología: lo que debería ocurrir fuera de escena, lo impúdico, lo que no debería existir. Tal como esta columna obscena que acumula dato tras dato de una guerra sangrienta y que, por principio, tampoco debió existir.