25 agosto,2023 5:26 am

Héctor Abad Faciolince y los entresijos del corazón

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Adán Ramírez Serret

El cuerpo es el lugar que conocemos con profundidad, lo habitamos siempre, pero cuando en verdad sentimos su existencia, su peso nos duele, nos satisface o decepciona; es con el dolor o el placer, siempre. Muchas veces mezclados hasta confundirse. Quizá por eso se vean usualmente tan ligados el amor y la enfermedad. El amor duele profundamente y las enfermedades son vulnerabilidad. Y dentro de nosotros, de ese cuerpo, de órganos y emociones, una de las partes más sensibles para la vida y para su sentido, es el corazón.
Sobre estos fenómenos del cuerpo versa la novela Salvo mi corazón, todo está bien, de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958), uno de los autores más consolidados y populares de Colombia.
Es la historia de dos curas, Aurelio, quien cuenta la historia, y Luis, sobre quien gira gran parte de la trama. Estos presbíteros son particularmente cercanos, pues le ha tocado vivir en la misma casa durante mucho tiempo. Hasta que Luis, un hombre gigante, de más de ciento veinte kilos, se enferma del corazón y tiene que abandonar la casa, pues está llena de escaleras que ahora le hacen daño y se va a vivir a la casa fresca y plana de una mujer italiana con tres hijos, quienes lo acogen con alegría, porque es un hombre encantador, experto en cine, referencia en ópera para toda la ciudad, melómano con voz de bajo y goloso hasta el cansancio. Dice uno de los niños, “Hay un gigante viviendo en mi casa. Nos cuenta cuentos, nos pone películas, nos canta canciones y nos da confites que no hacen daño”.
Aurelio cuenta la historia de su amistad con Luis, a quien llama siempre para sí mismo El Gordo. La casa sin el gigante le parece vacía y se dedica a rememorar los días que han vivido y narrar cómo le va a su amigo en su nueva vida, en la cual se ha convertido en un padre de familia.
Aurelio recuerda los días llenos de ópera, de cine y comilonas que vivía con su amigo. Los episodios cuando el doctor lo puso a hacer ejercicio y llevar una dieta estricta por sus problemas cardiacos, hasta que Luis, en un ataque de desesperación, le aventó puños de arroz a la cara y le dijo que se acababa la dieta. Y horas después, culpable y reflexivo, le dijo que dejaría el ejercicio y la dieta, que él no era eso. Y que, si debía morir, lo haría feliz siendo el sedentario y goloso que era.
Aurelio reflexiona mucho sobre el corazón. Sobre el de su amigo que es gigante en todos sentidos. Sobre aquella cualidad de tan sólo tener un corazón, piensa, “me quedé repasando esa misma idea de que las cosas únicas o repetidas que tenemos en el cuerpo: es curioso que los hombres tengamos dos testículos y un solo pene. Un solo cerebro, aunque partido en dos hemisferios con funciones distintas, y una sola alma, según se nos enseña, indivisible e inmortal. Cinco dedos en cada mano y en cada pie. Pero de nada tenemos tres, ese número mágico que tanto nos atrae”.
La novela reflexiona con melancolía sobre la abstinencia, sobre el control que debe tener un hombre dedicado a la religión sobre los placeres y los excesos. Sobre esa extraña contención que trae la salud del cuerpo y del alma. Pero esta novela es placer puro, la belleza de la comida y de la bebida. El incansable amor que lastima, pero que es lo más hermoso de la vida. La amistad, el sexo y el amor como aquello que destroza el corazón, su funcionamiento práctico y también emocional, pero que es preciso, aunque tan sólo tengamos un corazón y no dos. Y así, la vida continúa, se come y ama en exceso, y salvo el corazón, todo estará bien.
Héctor Abad Faciolince, Salvo mi corazón, todo está bien, Ciudad de México, Alfaguara, 2023. 357 páginas.