4 octubre,2018 5:37 am

Idolatrado y odiado, Lula será clave en elecciones de Brasil 

El encarcelado ex presidente se convirtió en una especie de símbolo vacío: para algunos es el mejor de los políticos y para otros, el peor de los delincuentes. Cada candidato lo utiliza como le conviene, pero todos lo tienen presente.

Texto: Fernando Duclos / DPA / Foto: Archivo El Sur-EFE
Río de Janeiro, Brasil, 4 de octubre de 2018. Desde una pequeña celda de 15 metros cuadrados, preso en una ciudad del sur del país y sin poder grabar mensajes televisivos, Luiz Inácio Lula da Silva se convirtió en uno de los grandes protagonistas de las elecciones presidenciales de Brasil.
A pesar de su aislamiento en Curitiba, el líder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) y presidente entre 2003 y 2010, estuvo todo el tiempo presente en la campaña, al punto de que su figura y los sentimientos encontrados que genera pueden terminar definiendo la votación.
En un inicio, Lula ocupaba el centro de la escena por su imparable crecimiento en las encuestas. Preso desde abril pero aún candidato, el ex mandatario llegó a sobrepasar el 40 por ciento de los apoyos en algunos sondeos, a pesar de que su participación en el sufragio dependía de la decisión de un tribunal electoral.
En el significativo crecimiento de Lula jugaron un papel muy importante los votos del noreste, una de las regiones más pobres de Brasil. Durante la presidencia del ex líder sindical, los habitantes de ciudades como Recife, Salvador de Bahía y Fortaleza se beneficiaron de la inversión pública en una economía que crecía a paso firme.
Por el contrario, los numerosos casos de corrupción durante los 13 años de gobierno del PT y la condena de Lula en el marco de la megacausa Lava Jato (Lavado de autos) provocan al mismo tiempo un rechazo de buena parte de la población a la participación del ex mandatario.
En el sur, en donde se ubican varias de las ciudades más importantes (Sao Paulo, Río de Janeiro, Porto Alegre y Belo Horizonte), ese repudio al “lulismo” y lo que representa encuentra ecos muy potentes entre el electorado.
Sin embargo, y más allá de los factores que inciden en su caracterización como un héroe o un villano, el debate sobre Lula pareció terminarse el 31 de agosto, cuando el Tribunal Superior Electoral decidió inhabilitar su candidatura debido a su condena a 12 años de prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero.
Nada más lejos de la realidad. Una vez que, el 11 de septiembre, el PT oficializó la salida de Lula y designó a Fernando Haddad como su reemplazante, el interrogante pasó a ser el siguiente: ¿Podría el nuevo candidato, desconocido para el gran público, atraer el enorme caudal de votos que detentaba su padrino político?
Desde entones, la estrategia de campaña del PT se enfocó en mostrar que las ideas de Haddad y de Lula son las mismas. Y en consecuencia, el resto de los partidos comenzó a atacar a uno para atacar también al otro. Así, por la acción de correligionarios y también de opositores, la figura de Lula, en vez de esfumarse, se fue agigantando.
En esa “batalla”, los medios de comunicación jugaron un papel muy importante. La propaganda del PT remite constantemente al legado de su líder y usa el lema “Haddad es Lula”. En los videos, se ven numerosas imágenes del ex presidente.
Varios partidos opositores, entonces, se quejaron ante la justicia electoral y reclamaron que las constantes apariciones de Lula en televisión excedían el tiempo reglamentario y que una persona que no iba a presentarse no podía ser más protagonista que el propio candidato.
En intensas luchas por segundos de pantalla, o en la disyuntiva de decir o callar su nombre, la omnipresencia de Lula acaparó incluso los más pequeños detalles de la contienda.
El último episodio relacionado con el “factor Lula” fue protagonizado por el diario Folha de Sao Paulo. El periódico, uno de los más importantes del país, había pactado una entrevista en la cárcel con el ex presidente y un juez de la Corte Suprema la autorizó.
Pero, acto seguido, otro juez de la misma Corte prohibió la realización o posterior publicación de la nota. Según sus fundamentos, la entrevista con Lula podía provocar una “confusión en el electorado”.
El primer juez, Ricardo Lewandowsky, no dudó en caracterizar la decisión como “censura”. Luiz Fux, su compañero de tribunal, manifestó en cambio que se trataba de una “relativización excepcional de la libertad de prensa para garantizar un ambiente informativo consciente”.
La campaña de Haddad, en tanto, logró atraer un buen porcentaje de los votos de Lula. Antes de ser oficializado como candidato del PT, el ex alcalde de Sao Paulo no llegaba al 4 por ciento de las intenciones; hoy supera el 20 por ciento en todas las encuestas y se presume que avanzará a segunda vuelta.
En el caso de que esto suceda, no obstante, el panorama no es tan alentador. Haddad y Jair Bolsonaro, el candidato ultraderechista que lidera todas las encuestas, están virtualmente empatados en una potencial segunda ronda que se realizaría el 28 de octubre.
La figura de Lula sirve tanto a los intereses de Haddad como a los de Bolsonaro. Uno lo identifica como el mejor presidente que tuvo Brasil y el otro, como el más corrupto. Así, por admiración y contrapunto, en el caso de que se realice una más que probable segunda vuelta entre estos dos candidatos, se estima que la figura del ex mandatario seguirá presente en todos los debates.
Lula se convirtió en una especie de símbolo vacío: para algunos es el mejor de los políticos y para otros, el peor de los delincuentes. Cada candidato lo utiliza como le conviene, pero todos lo tienen presente. Desde una comisaría en Curitiba, él marca el paso de estas elecciones.