EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Guerrero  

En El Charco fue herido, detenido y torturado por militares que amenazaron con tirarlo al mar

El sobreviviente de la masacre, Juan García de los Santos, de Mesón Zapote, cuenta que en la escuela había civiles y armados (guerrilleros) y vio que junto a él los soldados ejecutaron como a siete indígenas

Junio 08, 2022

A la izquierda, el sobreviviente de la masacre de El Charco ocurrida el 7 de junio de 1998, Juan García de los Santos, en el mitin en Ayutla del lunes Foto: Emiliano Tizapa Lucena

Emiliano Tizapa Lucena

Ayutla de los Libres

El sobreviviente de la masacre perpetrada el 7 de junio de 1998 por el Ejército en la comunidad El Charco, municipio de Ayutla, Juan García de los Santos, de 47 años de edad, originario de Mesón Zapote, relató que esa madrugada lo hirieron y detuvieron los militares, después lo amenazaron con arrojarlo al mar desde un helicóptero en su traslado hacia Acapulco.
Además, su familia enterró un cadáver de otro hombre que tenía su rostro destruido a balazos por militares, pero a los nueve días envió a su familia su ropa como señal de vida.
Este lunes, en entrevista con El Sur en la Unidad Deportiva de Ayutla (UDA), antes de iniciar una marcha para exigir justicia a 24 años de la masacre, el campesino dijo que en aquellos años el entonces alcalde Odilón Romero Gutiérrez se negaba a entregarles fertilizante, por eso acudió a El Charco con el comisario de su pueblo, su suplente y el secretario de la comisaría.
“El día 6 (de junio) estuvimos platicando de lo que necesitamos, porque no hay comunicaciones, no hay clínicas, no hay escuelas, las carreteras están en pura terracería, falta un puente pero el gobierno no lo hace… somos gente pobre y no podemos ir a Chilpancingo a solicitar lo que se necesita”, contó.
Juancho como le dicen sus conocidos, agregó que eran como a las 3 de la madrugada aquel 7 de junio cuando cayeron los militares en las aulas de la escuela primaria Caritino Maldonado, “ahí con nosotros había unos armados (del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente, ERPI), había civiles, muchachos de 15, 16 años y hasta a ellos les tocaron”.
“Casi todos estaban dormidos, apenas me acosté y gritaron levántense compañeros, llegaron los militares, en ese tiempo cayó el agua, nos levantamos y los soldados gritaban sálganse esa (la primaria) es casa del gobierno, echaban cohetes que alumbraban (bengalas) para saber qué personas estaban”, dijo.
Contó que por eso se quedaron callados y no salieron, “los que estaban en otro salón tampoco salieron, estaban esperando que nosotros saliéramos, como la gente no quería salir, un militar gritaba, ya chinguen a su madre, váyanse a la verga y nos empezó a chingar, indios pata rajada y nos echamos todos boca abajo, empezaron a tirar, agarramos fuerza y junto a unos muchachos empezamos a tirar”.
Los militares rodearon toda la escuela, el gobierno dice que fue enfrentamiento pero no, afirmó Juan, “nosotros estábamos dormidos”.
Contó que los militares comenzaron a disparar en dos ocasiones y le pegaron a uno de sus compañeros y él se desmayó, después algunos respondieron el ataque y comenzaron a tirar granadas y una esquirla le pegó en un ojo, ya no vio y quedó ensangrentado, mientras que a otro de sus compañeros le cayeron las postas en la garganta, pero ahí no se murió, otro compañero quedó todo sangrado.
Dijo que así estuvieron hasta las 6 de la mañana, cuando ya había amanecido y se podía observar quiénes estaban adentro.
“Yo tenía mis zapatos y ropa de civiles y salimos con ropa de civiles. Otros de civil salieron boca abajo, y los militares ya estaban bien bravos. Nos gritaban, dejamos las armas y nos quedamos sin nada. Decían vean quién trae ropa negra o verde y comienzan a matar de a un tiro, ejecutan como a siete”.
El sobreviviente comentó que uno de sus compañeros no podía hablar castellano y los militares no le entendían, “yo hablo un poquito, pero el otro era un adulto como de 42 años, yo tenía 21, me decía échame la mano diles que yo no cargo armas, yo le dije que no, llegó un militar y le dio de patadas y le decía ya cállate hijo de tu chingada madre, te voy a matar y lo mató.
A Juan una bala le entró en su muslo izquierdo, recuerda como los miltares lo insultaban, le decían “pinche indio pata rajada”, después les dijeron que se acostaran boca abajo, sin despegar el rostro del piso, a pesar de que las hormigas le picaron, no levantó el rostro, y ahí escuchó que un militar decía que ya llevaba siete (asesinados).
“Me sacaron de ahí (la primaria) como a las 8 o las 9 de la mañana”, contó Juan, y añadió que mientras estuvieron en el piso los militares les pasaban por encima, y también escuchaba los chorros de agua, pues los militares se orinaban encima de ellos, “nos hicieron feo”.
Debido a que su rostro estaba ensangrentado, su suegro quien estuvo también en la comunidad no vio cuando los militares se lo llevaban. Antes de salir de El Charco, le pusieron sueros e inyecciones, le rajaron su ropa, y se quedó acostado. A la una de la tarde del 7 de junio, lo levantaron y escuchó llegar a los helicópteros y más militares.
Fue escoltado por dos jóvenes miltares, a quienes les pidió al llegar a un río permiso para tomar agua porque tenía sed; “me dijeron que no, pero le preguntó al jefe y me dejaron tomar de esa agua que estaba fea.”
Lo subieron a un helicópotero y lo trasladaron al hospital naval en Acapulco, recuerda cómo en el trayecto le decían que lo aventarían.
“Aquí te vas a quedar, me decían, de aquí te voy a botar desde arriba, otro, lo amarras y de aquí lo vamos a aventar cerca del mar, que se vaya a los peces, así nos decían a todos, todos íbamos amarrados a unos fierros en el helicóptero, creo que íbamos dos y los demás eran militares”, sostiene.
Ya en el hospital los miltares los acusaban de que eran “encapuchados, nos maltrataban, no podíamos hacer nada”.
Juan se sentía débil por la sangre que había perdido por sus heridas, estuvo 15 días en el hospital naval, y gente civil los cuidaba, no sabía si eran policías o militares, además los primeros tres días no les dieron de comer, tampoco agua, hasta que llegaron organizaciones de derechos humanos.
Después fue trasladado al hospital general, ahí eran judiciales armados quienes los vigilaban.
Fue ahí que en una visita del promotor de la educación de la zona indígena en Ayutla, Benito Narciso, envío su ropa a su familia para avisarles que estaba vivo.
Juan relata que su hija mayor en aquel año ya tenía 7 años, y fue a ella a quien le entregaron la ropa y dio la noticia de que seguía con vida, sin embargo, este recuerdo aún lo conmociona.
La entrega de su indumentaria fue un alivio a su mujer, quien nueve días antes por un error de su hermano  al confundirlo con otra de las víctimas asesinadas, lo sepultaron pensando que era él.
“Mi familia lo enterró con mi ropa de casamiento, ella se confundió también porque al que mataron le dieron plomazos en la cara y quedó bien hinchado”, cuenta.
Del hospital general lo enviaron al reclusorio, donde estuvo cuatro meses, recuerda que donde comía era un lugar con muchas moscas, además estuvo junto a otros tres compañeros que estuvieron más graves por sus heridas que él.
Cuando regresó a su casa le dijeron que se habían acabado todo el dinero en su supuesta sepultura, pero él respondió que no importaba porque su lucha era por la vida.
Actualmente cuenta, su esposa padece diabétes al igual que él, no ha recibido ningún apoyo del gobierno, y en su comunidad se dedica a la siembra de maíz  y cacao, además de criar algunos chivos.
A 24 años, nos cuenta que las víctimas están divididos, algunos otros compañeros, como Efrén Cortés y Éricka Zamora, tienen otra ruta porque “saben por dónde entrarle y nosotros no como indígenas”, argumenta que él estudió hasta tercero de primaria.
Desde hace dos años junto a Eustolia Castro Ramírez y otras viudas y sobrevivientes se acercaron al Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, para que los apoye a seguir su lucha legal por justicia y reparación del daño.
A pregunta de si han cambiado las condiciones en su comunidad que hace 24 años, respondió que en el Mesón Zapote llegaron los comunitarios de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), de la que incluso fue comandante.
“Los militares ya no entran, pero está igual que siempre, nos faltan muchas cosas, carreteras, escuelas, una clínica que funcione”.