El jueves, desde un cerro comenzaron a disparar contra dos casas del centro, todos los vecinos se escondieron y no salieron hasta el sábado. Esas viviendas eran ocupadas por 20 hombres que llegaron de fuera, que día y noche vigilaban su búnker con armas desde la azotea. Al empezar las ráfagas respondieron el ataque; el enfrentamiento duró tres días, cuentan vecinos. Los pobladores tienen miedo de que regresen los agresores, y en una semana unos 600 han abandonado la localidad
Lenin Ocampo TorresPueblo Viejo, sierra de Tlacotepec
Septiembre 01, 2017
La guerra por el control de la producción y el trasiego de heroína tiene secuestrados a los pueblos de Filo Mayor de la sierra, que están en la marginación y sin condiciones de seguridad para vivir en una de las zonas más pobres y olvidadas del estado.
Los niños dejaron de ir a la escuela porque los maestros no llegan, no hay doctores ni medicinas, sólo han quedado los ancianos y mujeres con sus niños; los hombres salen de los pueblos por miedo a ser reclutados por los grupos de la delincuencia.
Pueblo Viejo, municipio de Heliodoro Castillo, es la última de las comunidades que ha vivido un infierno, de tres días, la semana pasada.
Un grupo comandado por Juan Castillo Gómez, identificado en la zona como El Teniente, atacó dos viviendas en el centro de la localidad.
“Desde el cerro comenzaron a disparar hacia las viviendas, todos nos escondimos y no salimos hasta el sábado”, dice Mario, un niño de 8 años.
El jueves 24 de agosto el grupo de El Teniente asaltó la población a las 5 de la tarde, su grupo de al menos 100 sicarios se apostó en un cerro desde donde se puede ver todo Pueblo Viejo que cuenta con al menos 200 viviendas.
El ataque fue directo a dos casas “donde vivían 20 jóvenes” que no eran de la región, señala un vecino, llegaron el año pasado y tomaron la casa que fue dejada por sus dueños hace dos años.
“De repente llegaron y ahí dormían, de día y noche era vigilada con armas en la azotea, nunca se metían con la gente y ni nosotros con ellos”, menciona el lugareño que por temor no dice su nombre.
Una de las viviendas es de dos pisos y está construida de concreto, en la parte de enfrente tiene dos cortinas de metal verdes que se usan para los comercios o tiendas; en su interior hay varios cuartos con colchones en el piso. Quedaron cobijas y algunas botas tipo militar olvidadas. Hay un cuarto con ropero de niños y libros de primaria. En el piso ropa tirada y decenas de casquillos de AK-47 conocidos como cuernos de chivo.
La vivienda vecina tiene dos puertas, en una de ellas hay sólo llantas y un altar a La Santa Muerte que al parecer fue profanada por el grupo rival. En la otra puerta hay un cuarto y dos colchones, un San Judas Tadeo con veladoras y libros de texto de primaria tirados. El techo de lámina está perforado.
Las dos casas son conectadas en la parte trasera por un gran patio, donde quedó abandonado un perro Pit Bull y un automóvil Bora blanco con impactos de bala. Además hay algunas matas de mariguana sembradas.
Las fachadas traseras de las casas están totalmente agujeradas por el impacto de las balas; podrían tener más de mil orificios. La de dos pisos tiene un barandal de cemento pintado de blanco y adornado con cisnes, en su totalidad están perforados por los tiros. Los vidrios están rotos.
Ese jueves sólo estaban siete de los jóvenes que vivían en en esa casa; estaban en la cancha cuando comenzaron los disparos, coincide la mayoría de los pobladores que contaron el suceso.
Al empezar las ráfagas los siete corrieron a la casa y defendieron lo que hasta ese día era su bunker. Respondieron el ataque del grupo de El Teniente y el enfrentamiento duró tres días.
“Se ve que los chamacos se defendieron, porque fueron muchas horas de disparos; de repente se callaban y de repente volvían, nadie supo si hubo muertos o heridos, todo el pueblo estaba escondido”, señala una señora de 70 años que junto con al menos 80 mujeres se congregaron en la cancha para recibir a un grupo de reporteros que llegaron la tarde del miércoles.
Pueblo Viejo es una comunidad enclavada en la Sierra Madre del Sur, el 90% de sus viviendas son de madera y techo de lámina; sólo unas pocas están construidas de concreto. Su población es de mil 200 habitantes y la mayoría es de tez blanca.
La comunidad se encuentra a siete horas de la capital del estado, para llegar a ella se tiene que viajar tres horas en carretera y cuatro en terracería. De Filo de Caballos se toma el crucero a Carrizal de Bravo; después se pasan los pueblos El Sereno, Tres Caminos, Puerto Hondo, Cruz de Ocote, Hierba Santa, Escalerilla, La Vuelta, Jilguero, La Guitarra y Las Juntas.
El camino es accidentado y afectado por las lluvias de la temporada, además de que los camiones que bajan madera dejan intransitable gran parte de las brechas.
Un imponente paisaje cobija junto a la neblina gran parte del viaje. La temperatura es fría y los pueblos cercanos están totalmente desolados.
Sólo hay una calle pavimentada que conecta una cancha de basquetbol con la iglesia. Aunque la zona es rica en sembradíos de amapola, contrasta con la pobreza de la comunidad.
Don Ángel Sandoval Romero, presidente del comisariado de Pueblo Viejo, platica que no puede “controlar a la gente que anda con miedo, lo que queremos es que se establezca un cuartel, que ya no haya grupos, que haya más estabilidad del gobierno”.
“Ahorita ya se están yendo por miedo, piensan que el gobierno se va (militares y policías) y el grupo armado regresará. Estamos marginados, yo le digo a la gente que aguante, como autoridad me están dejando solo”, expone el comisariado de unos 70 años.
Desde la llegada de las fuerzas de seguridad, el sábado, han salido en tres días al menos 600 habitantes de la comunidad. Algunos han viajado a la cabecera en Tlacotepec, otros le han dado a El Paraíso, municipio de Atoyac y pocos a Chilpancingo.
En el lugar nadie quiere hablar de la guerra de los grupos delincuenciales por el control de la siembra de amapola y trasiego de la heroína. En los pueblos desde hace décadas se ha producido la goma de opio y muchos coinciden en que hasta hace 10 años no habían tenido problemas tan graves como los de ahora.
La zona serrana de los municipios Heliodoro Castillo y Leonardo Bravo es peleada desde hace meses por el grupo de El Teniente en contra de Isaac Navarrete Celis, conocido como el de la “i” y oriundo de Izotepec.
De Juan Castillo no se sabe mucho, aunque hay pobladores que señalan que no es de la región y que fue traído de Tamaulipas por Juan Carlos Moreno Flores La Calentura, un operador de Joaquín El Chapo Guzmán, que fue asesinado en mayo del 2015 en el estado de Jalisco. Pero hay gente que señala que es de Tecomazuchil comunidad de Heliodoro Castillo.
Hasta antes de la muerte de Arturo Beltrán Leyva El botas blancas, en diciembre del 2009, todos pertenecían a los Beltrán y estaban protegidos por su grupo de sicarios llamado Los Pelones, que tras su muerte se convirtieron en Los Rojos.
Desde ese año la sierra de Guerrero se encuentra en guerra por el control del territorio, que ha dejado miles de desplazados, y cientos de muertos y desparecidos.
En Pueblo Viejo todos se quejan del olvido del gobierno. No sólo en la salud y en la educación; sino también en la seguridad.
El día que comenzó el enfrentamiento “ningún gobierno llegó”, revela doña Roberta, de las mujeres que han decidido quedarse en su comunidad. “Se escuchaba el sobrevuelo del helicóptero y al mismo tiempo la balacera; ¿voy a creer que no se dieron cuenta de la situación?”.
Muchos vecinos optaron por esconderse en los tanques de agua, que es lo único que tienen construido de concreto en la comunidad. No salieron de su casa en tres días hasta que llegaron las autoridades. El grupo agresor se replegó caminando a la sierra. De los habitantes de las casas no supieron más.
Un reporte oficial del gobierno del estado informó que hubo dos muertos y tres heridos, los dos eran hermanos oriundos de Chautipan municipio de Chilpancingo; además una camioneta blindada baleada y el decomiso de 32 paquetes de mariguana, dos armas largas AR-15 con tres cargadores, 30 cartuchos y una granada construida de manera artesanal.
Desde hace una semana no hay luz en el pueblo, los víveres se están acabando y los proveedores no quieren subir. Hay dos Urvan de pasajeros que van a Chilpancingo dos veces por semana. Desde el jueves 24 no han reanudado los viajes.
Hasta antes del ataque, los pobladores tenían que viajar con miedo, en los caminos se encuentran a Los Pintos, como llaman a los hombres armados porque portan uniformes camuflajeados tipo militar.
“Ponen retenes y nos revisan, a veces no nos quitan nada, pero el temor a que nos pase algo es el que hace que la gente no salga o se vaya de sus casas”, expresa un anciano que desde hace años se dedica a la tala de árboles en esa región.
“El gobierno presume que destruye plantíos de amapola, sale en la televisión que combate el narcotráfico; pero nunca habla de los grupos que nos tienen secuestrados, ya no podemos hacer nada, estamos a expensas a lo que Dios diga”, dice.