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Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

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Marginación, olvido y violencia, la vida de una mujer nahua de 78 años en Ayotzinapa, Tlapa

  Doña Francisca tiene 78 años, unos 50 los vivió en el ir y venir de su comunidad a los campos de cultivos del norte del país como jornalera, para mantener a sus hijos, desde que se casó a los 13 años. Sentada en una piedra, afuera de su casa de adobe y lámina en … Continúa leyendo Marginación, olvido y violencia, la vida de una mujer nahua de 78 años en Ayotzinapa, Tlapa

Antonia Ramírez, Carmen GonzálezAyotzinapa, Tlapa

Mayo 24, 2018

 

Doña Francisca tiene 78 años, unos 50 los vivió en el ir y venir de su comunidad a los campos de cultivos del norte del país como jornalera, para mantener a sus hijos, desde que se casó a los 13 años.
Sentada en una piedra, afuera de su casa de adobe y lámina en la comunidad nahua de Ayotzinapa, del municipio de Tlapa, doña Francisca Modesto Ortiz contó que no sabe leer, no fue a la escuela porque tuvo que ayudar a su mamá en los quehaceres de su casa, por ser la mayor de cinco hermanos.
Ella se casó a los 13 años, pasó cinco recibiendo golpes de su marido, y agresiones verbales de la familia porque no se podía embarazar, “no era mujer y tenían que curarla”.
Después de ese tiempo, tuvo a su primera hija, parto que coincidió con el nacimiento de uno de sus hermanos y la muerte de su mamá, de quien no pudo despedirse.
Desde entonces empezó a salir como jornalera al corte de pepino, chile, tomate y jitomate, entre otras verduras, a Morelos, Sonora, Sinaloa y Baja California, con su esposo, para que les alcanzara para mantener a sus hijos.
En ese recorrido por el país como jornalera enviudó mientras trabajaban en Morelos, no supo las causas de la muerte de Agustín de la Cruz, su marido, lo que si recuerda es que andaba bebiendo y la dejó muy joven, porque apenas tenían cinco hijos, y que recogió su cuerpo para sepultarlo en Ayotzinapa.
Siguió alquilando su mano de obra como jornalera al responder los llamados de los mayordomos o enganchadores oriundos de su comunidad, donde no hay trabajo, la agricultura es de temporal y para subsistir unos meses.
Es una comunidad de muy alta marginación, con mil 693 habitantes, donde más del 70 por ciento es analfabeta y sin educación básica terminada; su casa no tiene drenaje, agua potable ni electricidad.
Otra actividad que tenía la comunidad era la venta de leña, pero los árboles de encino y pino se sobrexplotaron y ahora las montañas están erosionadas.
La manufactura de sombreros de palma en greña, que los acaparadores compran en la localidad, es parte del ingreso adicional de estas familias desde hace décadas. Hoy les pagan a 5 pesos cada sombrero, a 60 pesos la docena, compran el ciento de palma a 65 pesos y hacen uno o dos sombreros al día.
Otra actividad que les permite tener ingresos es la siembra del maíz, “a los que se van, cuando vuelven, nosotros les vendemos maíz o lo intercambiamos con los que ellos traen”, dijo.
Doña Francisca dijo que en los últimos 10 años dejó de trabajar como jornalera; porque acordó con su hija, Aurelia de la Cruz Modesto, que se quedaría a cuidar a sus nietos, porque su marido la dejó por otra mujer y el único trabajo que puede hacer es el de jornalera.
Sin embargo, eso no duro mucho tiempo, porque su hija Aurelia fue asesinada en el camino al poblado; la gente dice que el asesino es su ex pareja, por lo que la abogada Neil Arias Vitinio, del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, exigió que su caso se considerara feminicidio.
No recuerda cuántos años han pasado, tres o cuatro, sólo sabe que le quedó la responsabilidad de cuidar a dos nietos: Agustina y Martín Francisco, quien era un bebé el día que mataron a su mamá y terminó en su espalda, amarrado en su rebozo, lleno de sangre y mojado por la lluvia de esa mañana.
Recuerda que su hija salió a buscar crías de cerdos al poblado de Tlatlauquitepec, municipio de Atlixtac, para vender la carne en un negocio que habían emprendido para dejar de salir como jornaleras; les estaba funcionado, pero eso se acabó la mañana del martes, cuando le avisaron de su muerte.
Tras el feminicidio, la falta de dinero y con la responsabilidad de dos nietos y sus 78 años, doña Francisca intentó regresar a los campos como jornalera, pero esta vez se topó con que ya no recibían a los adultos mayores, “nomás con que te vean tres pelos blancos en la cabeza, ya no te reciben”, se queja.
Cuenta que los mayordomos le dijeron que las empresas no quieren contratar a personas mayores porque ya no rinden.
Ahora la única opción que le queda es sembrar maíz en su tierra, alquilarse como trabajadora y tejer sombreros para sostener a Agustina, que cursa el cuarto grado de primaria, y a Francisco, que está en preescolar, con la resignación de que su nieta repita la historia de ella y su hija, casarse antes de los 15 años y ser jornalera, hasta que envejezca.