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Economía  

Con sombrillas, bebida y comida se arman visitantes de Querétaro para ahorrar en la playa

“¡Agarra a la niña!”, gritó Ana Pérez Berreta a su hijo Noel Díaz antes de que una enorme ola la envolviera, le diera varias vueltas y luego la sacarla cubierta de arena hasta la orilla de la playa en la Tamarindos. Eran casi las 3 de la tarde. Ana, su hermana Rita Raquel Pérez Viera, … Continúa leyendo Con sombrillas, bebida y comida se arman visitantes de Querétaro para ahorrar en la playa

Karla Galarce

Marzo 30, 2016

“¡Agarra a la niña!”, gritó Ana Pérez Berreta a su hijo Noel Díaz antes de que una enorme ola la envolviera, le diera varias vueltas y luego la sacarla cubierta de arena hasta la orilla de la playa en la Tamarindos. Eran casi las 3 de la tarde.
Ana, su hermana Rita Raquel Pérez Viera, sus hijos Noel Díaz Pérez y Pablo llegaron a playa Tamarindos junto con sus nueras Camila y Joselinne. Llevaban a cuesta sillas, una mesa desarmable y un toldo.
Se instalaron en la última hilera de sombrillas que los miembros de una cooperativa habían dispuesto para los escasos bañistas. Menos de la mitad habían sido ocupadas en esa área, frente al oasis Jordan.
“No ha llegado mucho turismo”, comentó un prestador de servicios turísticos que esperaba desde la zona de palmeras a que las sombrillas y toldos fueran ocupados por los turistas. Sin embargo, después de las 4 de la tarde, apenas logró rentar dos sillas y cuatro toldos de una veintena que ayer instaló en la arena.
Ana Pérez y su esposo Regino Díaz encabezaron la instalación del toldo. Lo desplegaron y colgaron toallas para hacer más sombra; también se cubrían con una sombrilla y usaron la hielera como otro asiento.
No gastaron un solo centavo en la playa pues llevaron comida, frituras, cervezas, refresco un galón de agua y comida en un hermético.
Dijeron ser de Querétaro, ser “huéspedes” de la casa de unos “conocidos” que viven en la colonia Morelos de esta ciudad.
Una vez instalado el toldo para pasar el resto de la tarde en la playa, los visitantes se ayudaron mutuamente para embarrar sus pieles de bloqueador. Aunque, por el color que tenían, se deduce que llevaban varios días bajo el sol.
Los más pequeños del grupo, una niña de 7 y un niño de 6 también recibieron su dosis de bloqueador en aerosol, cuyo disparo generaba una estela blanquecina entre el viento que apenas corría.
Una vez cubierto el protocolo de la indumentaria –playeras, pantalones y zapatos amontonados en una esquina– el campamento quedó a resguardo de una joven pareja, la que formaban Pablo y Joselinne. El resto de la familia fue a nadar.
La más temerosa en entrar al agua, pues las olas comenzaban a crecer, había sido Camila, quien tuvo que ser lanzada por su esposo Noel. Camila era abrazada por su esposo hasta esperar a que una gran ola llegara, a pesar de que la joven mujer pataleaba como negativa por ingresar al agua.
Fueron varios intentos fallidos de Noel por lanzar a su esposa, pues Camila se le escapa de entre los brazos, hasta que una gran ola se acercó hasta sorprender a quienes nadaban en plena rompiente de las olas.
Esa primera ocasionó que trastabillaran los que allí nadaban, pues los adentró un poco más. Se acercó una segunda ola que hizo más fuerte la resaca de la primera ola y chocó contra esta. Tal movimiento provocó que Ana advirtiera que su nieta estaba en riesgo de que fuera arrastrada. Pero ella misma fue arrastrada por la fuerza del mar y la revolcó. Hizo lo mismo una tercera ola que casi le arranca la playera que llevaba puesta, pues logró salir con la prenda enrollada en el cuello.
El mar hizo lo mismo con su hermana y su esposo, quienes desorientados, escaparon de una cuarta ola que estuvo cerca de arrastrarlos por segunda ocasión.
“¡Ay! ¡La ola me arrastró!”, exclamaron primero Rita y después Ana mientras se sacudían la arena del cabello.
Esperaron a que Noel y su esposa aparecieran después de la confusión que les generó el mar, para luego volver a su toldo.
Ana sacó una cerveza de la hielera, su segundo hijo la destapó y le dio un par de largos tragos.
Luego de unos minutos, una familia vecina, contrató a un músico. El llamativo trovador iba vestido de manga larga, llevaba un sombrero de paja y se hacía acompañar de una vieja guitarra. Su repertorio incluyó piezas de José Alfredo Jiménez como Corazón, Paloma y El Rey.
Los Díaz Pérez aprovecharon las piezas más movidas y comenzaron a bailar con la música que habían contratado los miembros de la familia vecina.
Entre los escasos bañistas, se observaban recorridos de marinos y gendarmes, estos últimos a bordo de un vehículo iban y venían de un lado a otro en el amplio claro de playa bajo el sol de primavera.
Los marinos, comentaron que habían encontrado a un niño en un módulo del Asta Bandera cuyos padres reportaron su extravío hasta la hora de comida. La familia del niño de 9 años, originarios de la Ciudad de México se habían instalado en la mañana en playa Tamarindos pero no se percataron de su ausencia sino hasta la hora que le servirían de comer.