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Saben de la violencia en Acapulco, pero les preocupó más el oleaje, dice la familia Guzmán, de la CDMX

  La familia Guzmán Munguía, de la delegación Álvaro Obregón de la Ciudad de México, no planeaba venir estas vacaciones de verano a Acapulco, sin embargo la cancelación de otra familia, por enterarse de un asesinato en la avenida Costera, les favoreció. La señora Hilda Munguía, viene de una colonia también conflictiva de la capital … Continúa leyendo Saben de la violencia en Acapulco, pero les preocupó más el oleaje, dice la familia Guzmán, de la CDMX

Abel Salgado

Agosto 07, 2017

 

La familia Guzmán Munguía, de la delegación Álvaro Obregón de la Ciudad de México, no planeaba venir estas vacaciones de verano a Acapulco, sin embargo la cancelación de otra familia, por enterarse de un asesinato en la avenida Costera, les favoreció.
La señora Hilda Munguía, viene de una colonia también conflictiva de la capital del país, El Piru.
Dijo que salir por tres días le sirvió de terapia: “soy de las personas que salen de la casa de usted para olvidarme de todo lo de allá y venir a disfrutar del momento”.
Su preocupación de estos días fue sólo el oleaje, compartió entre risas, y aseguró que el sol de Acapulco es el mejor porque no le quema la piel, a diferencia de otra de las playas que conoce de México, la de Veracruz, “es muy seco allá, no lo tolero, me gustan las playas de aquí”.
De las cuatro playas que visitó: Puerto Marqués, La Roqueta, Caleta y Bocana, la última fue la que menos le agradó por las piedras que sólo están en ese punto y el oleaje que “es pesado, no aguanté porque me tumba”.
La playa que le gustó fue la de Puerto Marqués por la claridad del agua y la arena dorada “y también el ambiente”.
La señora Hilda dijo conocer la situación de inseguridad en Acapulco y fue por una “nota roja” del lunes de la semana pasada que otra familia, también de 10 integrantes, decidió cancelar su visita. “Salió un reportaje de lo que estaba pasando en Acapulco y por eso no quisieron venir. De hecho también estaban diciendo que había marea roja”.
Consciente de la situación y aprovechando la oportunidad de la vacante en espacios, coin su familia, de 10 integrantes, planearon venir confiando que en Acapulco nada les pasaría, y así fue. Su último día, dijo, fue tranquilo.
La señora de la tercera edad, Antonia Mendoza, abuela de los Guzmán, resumió lo que su nieto, el organizador del viaje, no supo expresar cuando se le preguntó porqué hacía un viaje familiar por tercera ocasión en tres años: “por disfrutar el momento, ahora que estamos vivos”.
La abuela es la única que recuerda con pesadumbre el Acapulco que ya no es y se volvió más triste: “ya no está La Diana Cazadora, tampoco está una Sirenita acostada una gorda, toda gordita y ya la quitaron”.
La modernidad del Zócalo de Acapulco no le gustó y recordó que hace cinco años que vino todavía existían el kiosco, las bancas y los restaurantes, y que se podía bailar lo mismo danzón que otro baile moderno; “ahí me divertía hasta las 12 de la noche, ahí bailaba yo pero ahora ni hay. Está muy cambiado, lo están destruyendo porque era más bonito con el kiosco, incluso tenía una foto ahí, me subí y me tomé la foto”.
De los tres días que pasó por el Zócalo no tuvo la intención de bajarse a recorrerlo: “ni quiero ir, lo veo al pasar pero está muy feo y luego que con eso que ahí los andan asustando, menos. Mejor ando con el grupo es más seguro”.
El señor David Hernández Guzmán, de 40 años, prefiere seguir visitando Acapulco que otros lugares que ha conocido como Tecolutla, Veracruz; “allá es muy diferente, Acapulco va seguir siendo Acapulco, su clima y sus playas son lo mejor”.
Hace 10 años, cuando conoció Acapulco, fue casi en la misma situación: con sus compañeros de trabajo se cooperaron para rentar un autobús y venir en familia, “nos la pasamos padre”.
En grupo y como forma de autoprotección todos rentan en la misma zona, y ayer más de tres toldos y sombrillas eran del mismo autobús que horas antes pagaron dos noches en una casa en la zona Tradicional.
Para ir a Puerto Marqués, el grupo desde antes de bajar del autobús programa qué va a pedir y cuánto puede gastar, porque saben que en esa zona restaurantera los precios pueden ser engañosos: “muchas veces dan un precio y pues hay que regatearles un poquito”, reveló como si fuera un secreto para que no abusen de ellos.
Por persona en promedio, calculó, se gastan mil pesos diarios por comida y bebida. Y sí, para ellos la comida es cara si se compara con balnearios cerca de la Ciudad de México, “si es mucho pero vale la pena venir hasta acá”.