EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

2 de junio, sin salirnos de nuestras casillas

Ana Cecilia Terrazas

Junio 08, 2024

Las cifras de la pasada jornada electoral son brutales, descomunales, inéditas, con un estimado superior a 60 millones de personas votantes; instalación total de más de 170 mil 292 casillas; impresión y uso de más de 317 millones de boletas electorales; casi 50 mil personas entre capacitadores-asistentes y supervisores electorales y –para quien está dedicada esta columna– una participación honorífica de más de 1.5 millones de personas, ciudadanas, funcionarias de casilla.
Todo un triunfo a nivel humano, de equipo, éxito socioantropológico, reto funcional. Nuestra muy mexicana y disímbola maquinaria social, coordinada por el Instituto Nacional Electoral, permitió que se llevara a cabo quizá la jornada electoral más nutrida de la historia.
En el detalle, adentro de cada casilla, estaban las admirables personas funcionarias ya sea ocupando la presidencia, las secretarías, el puesto de escrutadoras o de suplentes. Esta columna reconoce y agradece ampliamente a quienes ofrendaron, en promedio, no menos de 18 horas de esfuerzo corporal, mental y emocional, el pasado domingo 2 de junio de 2024, en favor de todas y todos los demás, por la patria. Estas personas que no rehuyeron su responsabilidad cívica, para que se pudiera llevar a cabo la jornada electoral: estudiaron dos guías completas; asistieron a la capacitación en línea y al simulacro físico; llegaron a las 7 de la mañana para poder tener todo listo a las 8; aguantaron la angustia de ver cómo suplirían a quien no llegaba o llegaba tarde y, en algunos casos, ante las ausencias definitivas, suplicaron a los primeros formados en la fila le entraran con ellos a este trajín agotador. Armaron mamparas, mesitas, urnas y carpas, aunque no supieran cómo (aunque faltaran piezas y a pesar de que los modelos muestra en los que practicaron fueran totalmente distintos). Vencieron el reto gravitacional –había que voltear los recipientes a tiempo y esperar a que bajara el líquido– para que la tinta del cojinete y la del sello digital realmente llegara a los destinos que habría que entintar.
Escribieron y escribieron incidencia tras incidencia tras incidencia. Contestaron mil preguntas, de todas, de toda la gente y de todo tipo. Fueron regañadas, carrereadas, felicitadas o ignoradas por miles y miles de votantes.
Vieron derretirse de calor a las crayolas. Se aguantaron la sed, las ganas de ir al baño, las ganas de sentarse otro ratito, el hambre y lo vencido del cuerpo, del pensamiento, de las articulaciones. No pudieron distraerse, prácticamente, ni un momento. Tuvieron que acomodar y coordinar el paso de multitudes, de filas de votantes, amables, rijosos, de todo. Hicieron equipo con quienes les simpatizaran o no; y se adaptaron a la diversidad de caracteres, temperamentos y maneras de ser y de pensar. Atendieron con especial cuidado a personas adultas mayores y a personas con discapacidad. Se inventaron formas, métodos, estrategias y líneas de producción para resolver lo que parecía imposible. Buscaron qué ponerse para vestir de colores neutrales y no incurrir en la promoción subliminal del voto. Sus manos se cansaron y les dolieron de tanto y tanto escribir y apoyar, de tanto perforar la credencial –en promedio se hicieron 800 perforaciones por casilla–, de tanto doblar y recortar boletas (lo cual en muchos casos no se podía sin la ayuda de una regla de metal, porque las rayitas para recortar del librito, en realidad no funcionaban como lugar de corte, sólo estaban pintadas).
Entrada la noche de un inacabable día, hicieron milagros para contar, con o sin focos, con o sin extensiones, con o sin claridad mental. Exhaustas, volvían a empezar a contar en caso de dudas, errores o cuando alguna boleta se colaba en la urna equivocada. Leyeron y cantaron frente a representantes de partidos los votos con muchos “sí” o “no”, con leyendas como “hasta que te encuentre”, “vivos los queremos”, “anarquía humanista”. Veían que se acercaba la madrugada sin que se vislumbrara el final de su trabajo. Se familiarizaron con el llenado y armado de paquetes electorales que parecían cajitas alienígenas con decenas de bolsitas y compartimentos, y más requisitos para llenar. Colocaron las sábanas afuera de sus casillas. Se responsabilizaron para entregar los paquetes, el tesoro de la jornada.
Va un agradecimiento también a otro equipo fundamental: familiares y amistades, equipo autoinsaculado y sororo, quienes apoyaron con aguas, cafés, refrescos, galletas, material de papelería, servitoallas, chapatas, gansitos, barritas o pingüinos helados a todo el funcionariado heroico de tantas casillas.
Esto, de acuerdo con datos de tres crónicas desde la capital del país. ¡Qué tantas más anécdotas podrán contarse de esas otras partes de los muchos Méxicos, en otras latitudes, en donde habrán realizado también, sin duda, esfuerzos tremendos, inigualables!