EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

360 grados

Juan García Costilla

Noviembre 26, 2005

Canal Privado

Un amigo, priísta de hueso colorado desde siempre, rumiaba en una reunión los errores que a su juicio ha cometido el gobernador Zeferino Torreblanca Galindo, criticando amarga e indiscriminadamente sus declaraciones, discursos, proyectos, decisiones, ideas, nombramientos… en fin, no dejó títere con cabeza. Los que integrábamos su forzada audiencia sólo cabeceábamos, sabiendo que su disgusto obedece en buena medida a los perjuicios privados que le ha causado la derrota del PRI.

Como su perorata parecía no tener fin y amenazaba seriamente con boicotear el buen ánimo de todos antes de su discurso, un cuate –declarado fan de Zeferino e incansable obrero de su campaña política– no aguantó más e irritado se levantó de su asiento y enfrentó al insensible orador.

–Ya wey, ¿qué tanto chingas? A ver, ¿tú querías el cambio? –le preguntó.

Sorprendido, el aludido apenas alcanzó a menear su cabeza de un lado a otro y a susurrar “… n-n-no”.

–¡Ahí está!, ¿entonces de qué te quejas? Como no ha cambiado nada con este gobierno, puedes estar contento –y se volvió a sentar satisfecho.

La espontánea y aguda ocurrencia del desencantado zeferinista provocó la carcajada general, clausuró el culebrón del espontáneo y rescató del fracaso la convivencia.

La anécdota me recuerda un gracioso dislate semántico, por su implícito candor contradictorio, de similar ironía a la del salvador de aquella reunión: aquel que alguien comete cuando quiere definir el cambio radical de una circunstancia específica diciendo: “Las cosas dieron un giro de 360 grados”, sin darse cuenta de su error geométrico.

A veces siento que algo parecido sucede en Guerrero cuando observo los desencuentros de las últimas semanas entre Zeferino Torreblanca y Alberto López Rosas; y entre éste y Félix Salgado Macedonio.

“No hay funcionarios de segunda o de primera”, dijo el gobernador para esconder la señal de desaire que le envió al aún alcalde de Acapulco en su tercer informe de gobierno en la persona de su representante oficial. “No hay ningún conflicto con Alberto”, matizó por su parte el alcalde electo después de anunciar que las primeras acciones de su administración serán un puñado de auditorías a los estados financieros de su antecesor.

No es mala onda, no hay nada oculto, sin jiribillas, declaran a los medios. ¿De veras piensan que alguien les va a creer? Digo, porque los guerrerenses ya no nos chupamos el dedo y no somos los que antes compraban retórica tan torpemente cifrada y arcaica.

Francamente sólo hay de dos sopas: o mienten con todos los dientes, o no saben absolutamente nada de política. Porque se mantienen en lo dicho: no hay bronca. Y Zeferino manda a su secretario de Finanzas al informe de Amador Campos; no hay bronca. Y Félix anuncia más auditorías.

Lo peor es que piensan que nuestra memoria política no da para mucho y que no recordamos el escenario de hace cuatro años: René Juárez Cisneros era el gobernador y Zeferino Torreblanca alcalde de Acapulco. Entre ellos: distancia, frialdad, desconfianza, engaños y acusaciones mutuas disfrazadas de corrección política. Aquí no pasa nada, sólo signos de la democracia, mentían.

¿Perciben el deja vu? Igualito que ahora, ¿no? A eso se le llama dar un giro de 360 grados.

Sim City

Hay un videojuego de simulación particularmente adictivo. Se llama Sim City (ciudad simulación, sin jiribillas, que conste) y lo fabrica la empresa estadunidense Maxis. El objetivo principal es construir una ciudad virtual y administrar de manera eficiente y racional, con un presupuesto limitado, los servicios básicos y la infraestructura que requiere cualquier asentamiento urbano en la vida real: agua potable, energía eléctrica, calles y avenidas, áreas verdes, recolección de basura, seguridad pública, tráfico, transporte público, medio ambiente, recaudación de impuestos, industrias, etcétera.

Aunque es un juego, su dificultad es alta y sus variables numerosas. Si la ciudad que creamos no está bien trazada, ni adecuadamente definidas sus zonas residenciales, comerciales o industriales, la ciudad no crece, no atrae a nuevos habitantes y los recursos se van agotando; si no hay suficientes áreas verdes, escuelas, seguridad, o si el drenaje, el agua o la luz escasean, los efectos negativos son inmediatos; si los impuestos son demasiado altos, si la basura se acumula, si las calles se deterioran, la popularidad del alcalde (el jugador) se desploma y la ciudad se empobrece y afea.

Reconozco que sería descabellado proponer elevar el jueguito al rango de ley y que se incluya dentro de los requisitos de elegibilidad para poder ser candidato a alcalde.

Lástima, porque estoy seguro de que muchos de nuestros inminentes nuevos ediles no pasarían la prueba y que sus índices de popularidad entre sus virtuales gobernados serían escandalosamente bajos.

Pero si alguno de ellos tiene un tiempecito vale la pena que lo intenten, porque ganen o pierdan pueden aprender la lección más importante de Sim City: para gobernar bien una ciudad se debe ser una especie de intendente general y cuidar de que todo funcione perefectamente.

El problema es que a muchos el título les suena demasiado modesto, por debajo de sus ambiciones políticas.

Por momentos parece que nuestros gobernantes han perdido la brújula y la capacidad de escuchar a la gente. Con demasiada frecuencia justifican errores y deficiencias con el viejo y falaz argumento de que no es posible mejorar nuestra calidad de vida sin dinero, que primero es indispensable generar riqueza y atraer inversiones. ¿De veras no se puede avanzar en los dos sentidos al mismo tiempo?

Por momentos parece que nuestros gobernantes escuchan sólo lo que les conviene y coincide con sus ideas. Los que resisten, se oponen, o critican, dicen, obedecen a intereses perversos, mezquinos, obscuros, son personajes ocultos que quieren desestabilizar la democracia… ¡qué paranoicos! ¿Por qué le temen al pueblo? ¿Por qué les da miedo acercarse, escuchar, aceptar, corregir?

La modernidad, las encuestas y la televisión atrofiaron la habilidad de muchos políticos de interpretar bien el mandato electoral de la gente.

López Rosas creyó que todos los votos que lo llevaron a la alcaldía eran suyos, e ignoró lo obvio: un porcentaje importante ordenaba continuar el trabajo de Zeferino.

Torreblanca creyó que todos los votos que lo llevaron a la gubernatura eran suyos, e ignoró lo obvio: un porcentaje importante era el voto duro del PRD, que demandaba no sólo un gobierno honrado y más eficiente, sino una nueva agenda pública que reivindicara los reclamos populares más urgentes.

Félix cree que todos los votos que lo llevaron a la alcaldía quieren una especie de Zeferino reloaded, e ignora lo obvio: un porcentaje importante lo eligió por lo que representa y por lo que es, con todo y su peculiar estilo; los que buscaban un nuevo Torreblanca votaron por Walton, no por Félix.

El cambio, es cierto, es una idea intangible y nebulosa a la hora de someterla a un debate y un análisis teórico. Pero si se busca en terrenos menos sofisticados y más cotidianos, se pueden encontrar pistas valiosas.

Un alcalde, por ejemplo, antes que cualquier otra tarea debe cumplir sus responsabilidades básicas: que haya agua, que las calles estén limpias, que no haya baches, que las lámparas en las calles sirvan, que la policía y los agentes de tránsito protejan y respeten a los ciudadanos, que no se corrompan, que se cumpla la ley, empezando por ellos mismos. Que las cosas funcionen, insisto.

Si quieren, les regalo un copia de Sim City.

 

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