En este mes se cumplen cinco años que inició la pandemia que conocimos como Covid-19, causada por un virus que tuvo su origen en China y que se contagia a través de las “gotículas” que se liberan al hablar o estornudar, entrando al cuerpo de otra persona a través de los ojos, nariz y boca, … Continúa leyendo A un lustro del Covid-19
Marzo 17, 2025
En este mes se cumplen cinco años que inició la pandemia que conocimos como Covid-19, causada por un virus que tuvo su origen en China y que se contagia a través de las “gotículas” que se liberan al hablar o estornudar, entrando al cuerpo de otra persona a través de los ojos, nariz y boca, el cual en poco tiempo se propagó al resto del mundo sin importar estatus social, afectando con rigor a las personas más pobres y vulnerables, con bajas defensas, y sin recursos para guardarse del contagio ante la necesidad de salir a trabajar.
Como el contagio era casi mortal la sociedad vivió un período de miedo y desesperación por la falta de cura y prevención, pues aunque en el récord de un año se encontró el antídoto y la producción de la vacuna la gente infectada saturaba los hospitales y los pacientes morían por miles en el mundo por falta de oxígeno.
Durante el tiempo que duró la epidemia cada quien vivió en el encierro y aislamiento esperando la invención de la vacuna y su aplicación mediante una prioridad que la mayoría respetó, dejando en manos del Estado el monopolio de su adquisición y la estrategia para aplicar las dos dosis que se suministraron.
Los que seguimos vivos somos sobrevivientes de aquella calamidad que cimbró a la humanidad y quedamos de pie gracias al ejemplo y entereza del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador quien diariamente, en la conferencia mañanera, estuvo pendiente de la salud de la población invirtiendo lo necesario para la reconversión del sistema de salud que el neoliberalismo dejó en bancarrota.
Pero después de que durante mucho tiempo el Covid-19 se convirtió en el único tema que ocupó a la sociedad, parece que a la distancia de un lustro ha sido olvidado, si no fuera porque siendo tan fuerte su impacto todavía se ven las secuelas en calles y plazas de esa generación adulta envejecida y dañada como sucede después de una guerra.
Para muchos la pandemia significó un antes y un después en su vida porque entre las cosas positivas que nos dejó fue como una sacudida del cuerpo pero también de la conciencia que nos permitió volvernos a ver de manera completa para revalorar nuestro paso por este planeta con quienes nos acompañan y acompañamos en este viaje.
En los días más largos de la pandemia mi mujer y yo nos ocupábamos haciendo recuento de las personas obligadas a trabajar por necesidad que pasaban por nuestra calle, y ayudábamos en lo que podíamos a los recolectores de basura, pepenadores y vendedores ambulantes cercanos a nosotros.
Cada vez que podíamos alentábamos y felicitábamos a las enfermeras valientes y a los médicos que atendían a los enfermos, algunos verdaderamente enloquecidos por su miedo a morir que sin pensar los infectaban.
Todos nos volvimos solidarios en ese tiempo, aunque unos más que otros, y durante la pandemia vivimos los momentos estelares del apoyo familiar sabiendo que todos estábamos pendientes del bienestar de los demás.
Las semanas y meses sin salir de casa también fueron de gastar poco y ahorrar como nunca con nuestra pensión vitalicia que recibíamos de Amlo.
El tiempo que pasamos aislados lo programamos muy bien para mantenernos ocupados. Comíamos sano, hacíamos ejercicio, nos manteníamos hidratados y descansados durmiendo la siesta. Dedicábamos tiempo para los juegos de mesa y organizábamos encuentros familiares esporádicos guardando la sana distancia. Entonces teníamos conciencia de que éramos afortunados.
Nos dimos tiempo para armar rompecabezas y ver las series de televisión a nuestro antojo, y de vez en cuando nos íbamos de paseo aprovechando tantas playas desiertas.
Ese despertar de la conciencia obligados por el aislamiento durante la etapa del contagio nos permitió el encuentro consigo mismo, porque además de las secuelas que dejó en cada quien la pandemia como el marcado desequilibrio en la movilidad, la falta de memoria y las dificultades para hablar y oler, los dolores crónicos de cabeza o incomodidad intestinal, nos hizo conocer y reconocer esa realidad familiar ausente de diálogo y reveladora de desajustes que nunca confrontamos por falta de tiempo estando juntos, conviviendo a nuestro pesar con las diferencias, manías y conductas de los demás.
De los gritos, reclamos y confrontaciones violentas las familias en ese tiempo pasaron a la reconciliación convencidos de la importancia que tiene aprovechar el tiempo para vivirlo en plenitud.
Como sociedad aprendimos las ventajas de ser empáticos y dejamos de ver como excentricidad a la gente en la calle con el cubrebocas puesto, y no nos causó ninguna extrañeza, aunque sí sorpresa vernos por miles de viejos tomando nuestro lugar en las filas de vacunación esperando pacientemente nuestro turno.
Los medios de comunicación tuvieron un papel protagónico en la pandemia porque nos permitieron conocer en tiempo real lo que sucedía en casi cada parte del mundo, y en ese ir y venir trayendo y llevando noticias, vivimos colectivamente el miedo al fin del mundo, la desesperanza frente al sufrimiento humano y las medidas coercitivas de los gobiernos de países considerados modernos y cultos que nos sirvió para valorar con el gobierno que habíamos conquistado.
Nos impresionamos mirando en los parques y calles desoladas de las grandes ciudades animales salvajes recuperando sus praderas y selvas sin estar seguros de que habría un mañana para los humanos.
Pero enfrentando al Covid-19 cambiamos para bien nuestros hábitos y conducta. Aprendimos a lavarnos las manos con más frecuencia y asumimos como deber que los productos, aún los del supermercado, no todos son estériles y entonces lavarlos es obligado antes de guardarlos en el refrigerador.
Aprendimos a trompicones la importancia de comer sano y hasta nos hicimos especialistas en distinguir qué clase de alimentos nos conviene consumir .
Tuvimos tiempo de más para dedicarnos a ver y atender cada detalle de nuestras relaciones familiares, reconocimos cada parte de nuestras casas, las plantas y flores de jardín, la pintura donde hacía falta, las pequeñas reparaciones, los días sin agua y la cantidad de su gasto diario, sin faltar la repartición más democrática de los quehaceres domésticos.
Para no sentir eterno el tiempo del aislamiento aprendimos a ocuparnos del otro o los otros, valorando su compañía y disfrutando con mayor frecuencia e intensidad cada día.
Volvimos a reír como artimaña para sentirnos bien y bailamos pensando en las bondades del ejercicio, abrazándonos cada vez para confirmar que estamos vivos.
Entre los recuerdos de desconcierto en aquel tiempo que debo contar están las fiestas que religiosamente celebraban cada fin de semana los vecinos de la esquina que nos mantenían despiertos con sus risas y gritos de borrachos acompañados del ruido escandaloso de un tosiento que se escuchaba de veras enfermo pero que a nadie acongojaba más que a nosotros que contábamos los días en que no tosería más.