EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de los perdedores sagrados

Federico Vite

Junio 18, 2024

 

(Primera de tres partes)

Recién pasado el huracán Otis empezaron algunas lamentaciones por los daños; en mi caso, padezco la pérdida de la biblioteca que he ido reuniendo durante mi periodo de sobriedad, desde hace diez años a la fecha. Eran aproximadamente mil quinientos ejemplares en cuatro idiomas: italiano, inglés, francés y español. Algunos de los libros que sobrevivieron a la catástrofe la pasaron muy mal. Hubo mucha agua, mucho viento, muchos golpes y muchas, pero muchas, magulladuras. Empecé a secarnos al sol. A darles un poco de limpieza con algodón y ofrecerles una especie de terapia intensiva que a mí me servía para idealizar el futuro. Dicho de otra manera, eso me daba esperanza. Los días calcinantes sin agua y las noches calurosas sin luz me hacían pensar en la dulce modernidad que prodiga la energía eléctrica y, por supuesto, el ventilador y el aire acondicionado eran algo similar al maná. Era un paraíso imaginarme frente a un ventilador a toda potencia. La abundancia era tener agua para bañarme las veces que fueran necesarias. El sudor, sin embargo, me recordaba lo aciago del momento. Después, la sed derrumbaba lo edificado durante las horas de sol. Pero algunos de los ejemplares que sobrevivieron, del librero “De los que no se han leído”, quedaron listos para recibir a un lector. La páginas arrugadas, la tinta borrosa y una que otra mancha de hongo, de humedad y derivas por el estilo, todo eso era peccata minuta para quien suscribe esta experiencia.
Tres meses después del huracán, algunos de esos ejemplares se convirtieron en objetos distantes del ideal de un libro: páginas inflamadas, arrugadas, amarillas, pestilentes; hongos oscuros al centro de la caja de texto. Me deshice de más sobrevivientes. Quedaron cinco de ese librero; aún tienen la linda huella del agua en sus páginas, pero se dejan leer. He comenzado a leerlos y en cierta forma entiendo por qué se salvaron. Elegí tres para abrir una conversación.
El crítico literario Harry Silvester publicó en agosto de 1952, en The New York Times, una reseña sobre el libro inaugural del narrador judío Bernard Malamud: The Natural (1952). Habla de un libro de culto para los deportistas. Y señala un aspecto digno de atención: “Malamud tiene una misión y le otorgamos ciertos privilegios, incluido el uso del superrealismo que alterna con el naturalismo. Malamud también se basa en gran medida en la leyenda y la historia del béisbol, casi indistintamente, su ambición es grande”.
El libro, con una discreción abrumadora, se posicionó firmemente como un referente de ventas ese año. A pesar de que en septiembre apareció East of Eden, de John Steinbeck, Malamud tuvo muy buenas reseñas, buenas ventas, pero no ha tenido la fortuna de ser un best-seller. Sin duda alguna dejó libros entrañables. Falleció en 1986. Su libro debut cumple 72 años de edad ahora. Y luce jovencísimo. Lo leí pensando que antes de The Natural, yo había disfrutado The Fixer (hice una reseña de esa novela en este diario hace algunos años). Ese libro me dejó un grato sabor de boca.
The Natural logra mostrarnos un modelo de esa gente tremendamente dotada para ciertas cosas, en este caso hablo del beisbol, pero no consuman esa superioridad. Lo superlativo del antihéroe de este libro es su habilidad para luchar a pesar de que eso implica herirse. Roy Hobbs llega del Oeste al Centro de Estados Unidos. A los 19 años de edad fue contratado por un cazatalentos y lo lleva a un campo de entrenamiento de las Grandes Ligas. Una chica misteriosa le dispara con una arma de calibre pequeño, pero la intención de matarlo fue grande. Una habitación de hotel atestigua esa tragedia. Así sale Roy del mapa del deporte norteamericano profesional. Fue una promesa del béisbol. Se perdió en la noche del tiempo. A los 34 años de edad vuelve a un equipo pequeño de la Liga Nacional y, con un bat poderoso, hecho por el mismo Roy, conduce a su equipo a empatar por el primer lugar con una escuadra de  ricachones. Logra esto a pesar de diversas tribulaciones femeninas, a pesar de problemas con los compañeros de trabajo y a pesar de una absurda necesidad de competir por una femme fatale con un apostador tuerto. A pesar de sí mismo es un deportista superdotado. Un genio del beisbol.
Pero lo que leemos es la historia de un hombre literalmente herido por su primer amor. Se recupera tarde de esa lesión y vuelve al deporte profesional, casi alcanza la grandeza, luego distraído, o traicionado por personas que nunca consideró leales, pierde la oportunidad de convertirse en una superestrella del deporte. Y el contexto de tanta calamidad se reduce a una simple certeza: hay veces que la gente está destinada a fracasar. No importa lo que hagan, no importa incluso si son buenos, fracasarán. Roy es de ese tipo y lo hace con tal fortaleza que sus fracasos no son una calamidad sino una lucha constante, paciente y elaborada por demostrar que no saben perder, sin embargo, su vida ejemplifica lo contrario.
Capitaneando un equipo “chico”, Roy llega al “Clásico de otoño” y juega la serie mundial en contra de hombres bien alimentados, bien cuidados mentalmente, con estabilidad económica, con psicólogos y muchas otras cosas que los ayudan a ganar, porque esa es su meta: ganar siempre. Roy, en cambio, sufre la tentación del dinero y le proponen un jugoso contrato con enormes beneficios económicos si se deja perder. Es decir, si “evita” conectar un solo hit, así se abrirá las puertas de la grandeza. Cierra el pacto y durante el partido cambia de opinión. Se suman más calamidades, su bat de la suerte se rompe, su ex novia le anuncia que debe ganar, porque esperan un hijo y el niño quiere verlo triunfar. Así que con una seña a la tribuna rompe el pacto que había hecho. Pero las cosas no salen como él hubiera querido. Entiende que todos estaban en su contra porque su destino es perder y que ante eso no puede hacerse absolutamente nada. Salvo resistir, porque esa es la escuela estoica del fracaso, resistir. Y me imaginaba a Roy, un fortachón tocado por el daño psicológico, intentando enamorar a una mujer que se declara francamente interesada por el dinero, así que no lo elige como esposo porque él no tiene para mantener los lujos que ella necesita. ¿Qué hace un hombre como él en una situación así? Bueno, siempre es revelador leer una historia de perdedores sagrados.
Técnicamente la novela es sencilla; todo es contado por un narrador omnisciente que dosifica con elegancia la información. La línea del tiempo es clásica: inicio, desarrollo, conflicto, desenlace y final. Los personajes no son extravagantes, se someten a un realismo elaborado decentemente. Pero la magia está en hacer de un hombre una leyenda oscura, un ángel sin alas, alguien que anhela el cielo y se debe conformar con una certeza: el destino no le permite volar. No esta vez. Cerré las páginas de este documento pensando que hay historias bien escritas, conservadoras, pero bien escritas, que transmiten una energía inquietante. Y comparé a Roy con Acapulco. Tiene todo para ser mejor, pero algo no lo deja. Yo pensaba en ello cuando me iba a dormir en el suelo anhelando el arribo de la energía eléctrica. Los sueños no eran placenteros. Pero me recuerdo leyendo a The Natural. Fue como ir al cine a ver Casablanca.

* Para este artículo recurrí a The Natural, Estados Unidos, Penguin, 2002, 227 páginas.  Y la traducción del párrafo entre comillas es mía.