EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Acerca de los perdedores sagrados

Federico Vite

Junio 25, 2024

 

(Segunda de tres partes)

También recuerdo que los problemas de comunicación fueron graves, sobre todo durante noviembre y diciembre. En Las Playas, donde tengo mi epicentro, no gozábamos de la señal de teléfono en esos meses. Fueron regularizando el servicio a principios de enero. La conexión a internet fue lenta, pero afortunadamente se consumó en febrero. La señal dejó de ser inestable y empecé a checar mi correo con regularidad; en ese momento había muchos cortes de energía. Hablo de marzo. La ilusión de normalidad empezó en ese mes. Ya había señal de teléfono, se estabilizó la luz, también el servicio de internet. Había montones de basura en las calles, los problemas eran de otro tipo: higiénico. El servicio de agua potable también se volvió regular y los productos de primera necesidad empezaron a tener variantes de marcas, tamaños y precios. En ese contexto uno puede sumergirse al trabajo sin quejas. O más o menos, pero afortunadamente ya había condiciones para no anhelar las maravillas de la tecnología. Simplemente para disfrutarlas. Empecé a leer The circle (Estados Unidos, Random House, 2004, 521 páginas), de David Eggers. Y me vino a la mente un libro de ensayos, Farther away (2013), del novelista Jonathan Franzen, quien aborda justamente lo postulado por Eggers en este libro: los peligros de la superficialidad en las redes sociales y el uso de esas herramientas para llevar de una mejor manera, con más comodidad, nuestra vida cotidiana. Franzen fue rudo, recuerdo, y señalaba que la retórica humanista de ‘empoderamiento’, ‘creatividad’, ‘libertad’, ‘conexión’ y ‘democracia’ favorecen la creación de monopolios, esas virtudes encumbran a los tecno-titanes; la nueva máquina obedece los dictados de una lógica de desarrollo y esa máquina la integraban justamente las redes sociales. Esta idea la expone Eggers en esta novela atractiva, aunque de innecesaria apariencia infantiloide, pero bien escrita, sin duda, bien planeada y punzantemente bien elaborada la crítica a nuestro presente. Eggers muestra en el relato la más esclavizante y adictiva relación que hemos tenido con la complacencia y con nuestro ego. Es decir, lleva hasta el delirio el uso de las redes sociales.
Grosso modo, abordamos obra y milagros de Mae Holland, una mujer de 20 años, quien consigue un trabajo en la enorme empresa de medios sociales, una empresa tecno-sexy, The Circle, es una combinación de Facebook, Google, Twitter, PayPal y todos los grandes consorcios que hemos conocido hasta ahora.
The Circle recluta cada semana “cientos de mentes jóvenes talentosas” y ha sido considerada como “la empresa más admirada durante cuatro años consecutivos”. Entre sus inventos se encuentra “TruYou”, una interfaz de usuario que ejecuta y agiliza cada interacción y cada compra en internet: “Un botón para el resto de tu vida en línea”. Su filosofía es la transparencia total y su campus es un portento arquitectónico hecho puramente de vidrio, un templo para gozar de todo el entretenimiento y de todas las comodidades geek-chic que se pueden comprar. Todo ahí está tocado por el rey Midas: las ganancias son ilimitadas.
Percibí que la novela empañaba mi visión del futuro. Yo acaba de volver a la edad moderna debido a la catástrofe llamada Otis. Si fuera Mae, créame, también estaría agradecido por la oportunidad de trabajar en este nuevo mundo feliz. Ecos de Aldous Leonard Huxley resuenan como redobles de tambores anunciando la guerra en este documento.
Eggers asume que la vida doméstica pronto será afectada por la tecno-intrusión total. La propia Mae termina sugiriendo que el gobierno debería hacer obligatoria una cuenta en The Circle. Hace de esta proposición la forma más efectiva para aumentar la participación electoral. Viniendo de la protagonista del libro, esta proposición es atrevida y renueva toda esa incredulidad hacia la buena voluntad del ser humano. Esa propuesta alimenta las conspiraciones paranoicas que esconde el “mundo feliz”. Pero vamos, yo acababa de salir de las cavernas. Y un huracán eligió esta lectura. Agrió en cierta forma el espejo del futuro inmediato.
Dan, el jefe de Mae, es descrito como “inquebrantablemente sincero”; asiente “enfáticamente, como si su boca acabara de pronunciar algo que sus oídos encontraron muy profundo”. Es un tipo robótico, pero efectivo para darle sobriedad y verosimilitud a ese mundo ideal que postula el autor. Los jefes son amables en un mundo feliz y lo son porque controlan todo de sus empleados.
Un pasaje de la novela que ahuyentó mi anhelo de volver activamente a Facebook fue el siguiente: Mae intenta elevar su “PartiRank”, la puntuación relativa de participación social en The Circle, calculada gracias a la cantidad de interacciones digitales realizadas en un día. Se siente frustrada porque no es más popular que antes, es decir, sigue siendo igual de popular que hace 23 horas. Así que después del trabajo, un poco frustrada, se sienta durante horas frente a innumerables pantallas y publica en 11 grupos de discusión, se une a 67 feeds más, responde 70 mensajes, confirma la asistencia a docenas de eventos, firma peticiones y ofrece “críticas constructivas” generalizadas antes de darse cuenta que, para lograr un verdadero avance, será mejor que se quede despierta toda la noche y comente, sonría, se una a más grupos, frunza el ceño, haga más amigos, invite a más personas a debatir, celebre felicidades ajenas y sonría nuevamente. Siempre. Más. Y mi experiencia, al volver a Facebook, no fue satisfactoria. De hecho, agrandó mi vacío. Simplemente resultaba irreconciliable lo que ahí veía con lo que yo vivía. Abismado entonces volví a The Circle. Di más fuerza a ese espejismo.
Lo atractivo de la novela es que Mae tiene un ex novio, Mercer, su antagonista. Mercer pasa horas pensando en las maneras de “cancelar la suscripción a listas de correo sin herir los sentimientos de nadie”. Sabe que la sobredosis digital del mundo le deja “vacío y disminuido”, y que existe “esta nueva necesidad” de estar conectado todo el tiempo. Mercer siente que ha “entrado en un mundo-espejo, donde la mierda más tonta es completamente dominante”, y concluye, por supuesto, que “el mundo se ha atontado”.
Era curioso pensar en esta novela cuando uno vive una situación distópica (gracias a Otis), aunque yo más bien definiría este contexto como apocalíptico. Pensaba en el antitecnologista de Mercer. ¿Qué haría él acá; sobre todo, qué haría él acá cuando notara a la gente robando todo lo que encontraba a su paso? Probablemente aceptaría que todo está perdido. Pero no tengo un argumento para revocar esa certeza, sobre todo ahora, cuando han pasado ocho meses y los ejes centrales de un proyecto de desarrollo integral siguen sólo en el imaginario de los políticos. Son buenas voluntades, no un mandato, ni mucho menos un plan de acción que evitaría repetir vicios, errores y muchas, pero muchas más pifias gubernamentales. ¿Pero qué haría Mercer?
Mae y Mercer funden de manera interesante su vida en la novela. The Circle, tal vez por la sinceridad con la que está escrita, no deja espacio a la discusión técnica, pero es impecable. Un autor como Eggers no suele equivocarse en las tramas, no deja cabos sueltos; sus recursos, aunque clásicos y conversadores, le ayudan a construir una advertencia temible: el mundo está más cerca de convertirse en un monopolio. Y quizá eso sería el paraíso para muchos políticos.
Pienso en Mercer como un personaje sagrado; no tiene un motivo para sentirse contento, porque si el mundo se desploma o si el mundo sigue igual que siempre, nada será como él quiere. Nada. El fracaso es una clase magistral y estoica de aceptación. Nos ayuda a ser rotundamente quienes somos.
*Como es habitual en este espacio, la traducción de las frases entre comillas es mía.