EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Agüitado

Juan García Costilla

Junio 18, 2005

Canal Privado

“No te agüites”, le dicen siempre en Guadalajara a quien se siente triste o, para ser más exactos, a quien se ve triste.

Agüitar es una palabra desairada todavía por los estirados académicos de nuestra lengua, pero muy utilizada en México –especialmente en ciudades como guanatos– para definir ese peculiar estado de ánimo, mezcla de güeva, tristeza, frustración y desesperanza, aderezada con una buena dosis de languidez.

Un agüitado se distingue porque camina cabizbajo, arrastrando los pies –mínimo andando quedito–, con la boca de Capulina triste, con hombros caídos y una expresión que parece susurrar un resignado “ya ni pedo”.

Inicio con semejante rollo lingüístico para explicar con más claridad mi estado de ánimo dominante en las últimas semanas. Se oye gacho, lo sé –políticamente incorrecto, should I say–, porque nuestra actual coyuntura política debería provocarme un efecto contrario: por primera vez en la historia, ni el presidente de la República, ni el gobernador, ni el alcalde –si usted vive en Acapulco o en cualquiera de los municipios más importantes, salvo Chilpancingo–, pertenecen al partido político hegemónico de los últimos 70 años.

Es decir, se ha completado la transición política del poder; en otras palabras, estamos muy cerca de hacer realidad el sueño colectivo de tantos años.

¿Porqué entonces no me siento alegre, optimista y con ganas de participar? ¿Porqué me cuesta tanto trabajo creer que las cosas están mejor que antes y que ahora sí avanzamos con el ritmo y en la dirección correcta? ¿Y porqué tanta gente a mi alrededor parece sentirse igual que yo?

Siempre he pensado que las promesas más atractivas de la democracia son las que propician el encuentro colectivo, la armonía social, la meta compartida, el desarrollo y el bienestar social, la superación de la pobreza injusta.

Puede ser una visión pragmática y hasta romántica, pero ¿de qué sirve entonces tanto trabajo si la democracia no facilita ni construye condiciones para poder aspirar a una vida buena?

La conquista electoral del poder es apenas un arranque, el principio. Después, se trata de hacer que ese gobierno trabaje con y para la gente, de manera eficiente, honesta y exitosa.

Un gobierno democrático es insuficiente consuelo cuando representa a un pueblo que vive en la miseria mayoritaria, que no tiene empleo, que no tiene oportunidades, que se siente desprotegido, que no es feliz.

Un gobierno democrático es victoria pírrica si no logra consensar ni merecer el apoyo de la mayoría; ergo, una sociedad democrática no ha logrado nada si no ha roto el círculo vicioso del desacuerdo permanente y generalizado.

Si somos democráticos, entonces debe mandar la voz del pueblo; si es así, entonces hay mandato y gobernabilidad; si eso pasa, entonces nace un proyecto colectivo; si existe, entonces llega desarrollo, riqueza, justicia y bienestar común.

¿Porqué entonces hierven tristemente en estos días denuncia, conflicto, enfrentamiento, violencia, mentira, silencio, estridencia, desconfianza, ambición personal y oportunismo político?

Ebrios de conquistas electorales, modernizamos apenas la dinámica del mismo círculo vicioso: ni nos pelan ni los pelamos, ni mandan ni mandamos, ni esos ni aquellos, ni tu idea ni la mía, tú resistes y yo empujo, nadie gana y todos perdemos. Y ái nos la llevamos.

Es prácticamente imposible llevar la cuenta de todos los conflictos sin resolver que ahogan a Guerrero. Como si el jaloneo y la disputa eterna fueran el fin último y no meros instrumentos para encontrar coincidencias y avanzar juntos, al menos la mayoría.

La Parota es un ejemplo estupendo. Un proyecto hidroeléctrico germinado desde hace más de diez años y que todavía no encuentra definiciones. Unos lo apoyan, otros lo rechazan; ambos idénticamente tercos, sosteniéndo dos monólogos inconexos, irreconciliables.

Total, lo único claro es que la presa ni se contruye ni se cancela, ni se acepta ni se rechaza. Y ái nos la llevamos.

Pero La Parota es uno de cientos, quizá miles de casos similares, emparentados trágicamente por nuestra honda división social.

¿Debemos creer entonces que una tregua es un escenario imposible, que no podemos aceptar un lapso lo suficientemente largo para sentar a todos en una mesa, con el compromiso ineludible de no levantarse hasta lograr acuerdos y políticas de Estado en… no más de 6 temas?

¿Acaso el nivel de nuestros políticos es tan pobre que no son capaces de ponerse de acuerdo para elegir 6 asuntos que merezcan la protección colectiva en contra de sabotajes mezquinos e irracionales?

Carencias, pobreza e injusticia abundan en todo el territorio. Reclaman y merecen atención y apoyo los agricultores de Tierra Caliente, los indígenas de la Montaña, los ganaderos de Costa Chica, los horticultores de Costa Grande, los comerciantes y burócratas del Centro y más de la mitad de los acapulqueños.

Ellos son los verdaderos héroes de la tersa transición electoral que acabamos de vivir, no sólo por su voto valiente y maduro, sino especialemente por su resistencia, tenacidad, trabajo y dignidad sostenidos a lo largo de muchos años de subsistencia. Todos tiene derecho a hablar, opinar, denunciar, exigir, proponer y aspirar a un mejor futuro.

Por eso el festejo ansiado de la voluntad popular inició desde la noche del 6 de febrero; pero pronto la fiesta degeneró en caos, confusión, división, arrebato y desorden. La peor escena: los cientos, miles de aspirantes –sobre todo del PRD– a candidatos a alcalde, diputado local, regidor o a lo que se pueda, que ahora es cuando. Como cuando te preparas desde la noche anterior para disfrutar un día en el campo o en la playa, regocijado por la inminencia de un cielo azul y soleado; pero amanece, te asomas a la ventana y descubres un manto negro y sombrío, que suelta una lluvia triste.

Así me he sentido últimamente. La fiesta democrática que esperaba se frustró con un ánimo tenso, frío, agreste, agüitado.

 

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