EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AMLO: la pureza sectaria

Humberto Musacchio

Junio 15, 2017

Mientras más se acerca López Obrador al poder, mayores son los obstáculos que él mismo interpone en su camino. Las elecciones del Estado de México mostraron que los gobiernos priistas (y panistas) están dispuestos a cualquier cosa para detener al líder de Morena. Y lo hicieron con la complicidad de los organismos electorales, tanto de la entidad como del país.
Ante el cochinero mexiquense, por no mencionar otros, y en la perspectiva de que en el 2018 veamos la misma película corregida y aumentada, cabe preguntar a Andrés Manuel si tiene caso insistir en la vía electoral, si continuar en la misma ruta no es llevar a sus seguidores a la decepción y al abandono de la política, cuando no a la represión y a la muerte, que resulta previsible de seguir las cosas como van.
Una casta política caracterizada de arriba abajo y a lo ancho por la corrupción hará todo por preservar sus privilegios, dispondrá de cualquier recurso para evitar la entrega del gobierno y sus mecanismos, incurrirá en toda clase de gastos, legales e ilegales, para que sus eventuales verdugos no dispongan del poder del Estado.
Por supuesto algo, así sea muy poco, del sistema electoral todavía es funcional y resulta loable el empeño de AMLO para que sus seguidores se mantengan dentro de las reglas del juego. Pero los conductos legales se estrechan, las marrullerías crecen y ningún partido o líder político puede ignorar estas realidades.
Desde luego, rechazar la podredumbre del sistema electoral y a las autoridades ciegas y sordas no implica necesariamente un llamado a las armas, pero sí a la desobediencia civil, a una enérgica movilización social que para ser eficaz ha de estar acompañada por una intensa campaña de denuncia ante los organismos internacionales.
Pero si AMLO y Morena aún confían en el INE, el IEEM, el Trife, la Fepade y amigos que los acompañan, deberán tener muy claro que necesitan ganar por amplísimo margen, y que el Movimiento de Regeneración Nacional, por sí mismo, no puede reunir todos los votos que se requieren, lo que obliga a integrar un amplio frente.
Con buenas razones, López Obrador y los morenistas desconfían de los dirigentes del PRD, pero rechazar groseramente toda posibilidad de alianza sólo sirve a los adversarios. Lo menos que debe reconocer AMLO es que en el PRD no todo apesta y que todavía existen fuerzas sanas, capaces de aliarse y aportar a un eventual triunfo en 2018.
Ante la posibilidad de negociar y alcanzar acuerdos con grupos o personajes del PRD, la actitud de López Obrador ha sido grosera e irresponsable, especialmente cuando llevado por una inadmisible soberbia responde a las propuestas de alianza en forma despectiva, señalando que quien quiera apoyarlo simplemente se sume a sus contingentes.
Lamentablemente para este país, tan urgido de un cambio de personas, de formas de gobierno y de instituciones, la política no es asunto de ángeles y demonios, no hay una línea que separe a los buenos de los malos. La política es negociación y acuerdo y se negocia y se acuerda precisamente con los diferentes y a veces con los adversarios y hasta con los enemigos.
Las alianzas bien trazadas permiten avanzar, pero nunca igualan del todo a las partes. Para decirlo con crudeza, hay riesgo de contagio, pero es mínimo. Las diferencias, sobre todo las ideológicas, se mantienen, pero se unen esfuerzos para conseguir objetivos claros y previamente determinados. Pero antes hay que sentarse a negociar, conceder y recibir para que ambas partes ganen.
Si López Obrador no es capaz de entender que necesita de otras fuerzas, ya desde ahora podemos anunciar su derrota en el 2018 y, lo que es peor, la decepción generalizada que producen los fracasos repetidos. De poco sirve en esos casos la pureza sectaria que ocasiona derrotas y lleva a la disgregación de fuerzas.
Nadie ignora que Morena y su líder están sometidos a una guerra mediática, a una feroz campaña que pretende mostrar a ese partido y a su líder tan corruptos como el PRI y sus dirigentes. En esa dirección fueron todos los esfuerzos del flotillero que dizque dirige el PRI, pero es evidente la superioridad moral de López Obrador y su partido. Lo que hace falta es que tal ventaja ética, ciertamente valiosa, se distinga claramente de las necesidades políticas. De otro modo, en 2018 presenciaremos de nuevo el triste espectáculo de las elecciones robadas o compradas por el adversario, y en ese caso, la pureza moral de poco sirve.