EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ángeles Manzano o La Anunciación

Florencio Salazar

Febrero 25, 2020

 

Líbrenme, pero déjenme.
Fernando Pessoa.

La noche se alarga tanto que si nos sumergiéramos en ella pareceríamos acólitos de la oscuridad. Los momentos van reduciendo la luz ofreciendo condiciones para sentimientos de tristeza, pesadumbre, abandono. El día y la noche se suceden, no se reemplazan y menos aún están en pugnacidad. La noche, con todo lo pesado de sus párpados, es el fondo de las estrellas.
Hay poetas que se dejan caer en un hoyo negro y ven en la oscuridad lo irremediable. La mayoría sólo roza esa posibilidad. Del alma dolorida se dispara la desesperanza, la incredulidad o el dolor. Las palabras, vuélvanse cenizas, son decrépitas, están podridas. Jeroglíficos del pesimismo en tránsito. La poesía, recorre –diría José Carlos Becerra– El territorio de la noche en el poemario de Gela Manzano.
Los poemas de El territorio de la noche tienen palabras clave que se multiplican igual a la imagen en una habitación cubierta de espejos. La poeta se agita, reclama, se duele. Está el dolor en los pasillos del nosocomio y ahí espera, sólo espera, impotente: En esta hora terrible

Cuando la luz se pierde en el horizonte cuando el tiempo se desmorona

El poema se niega a sí mismo pretendiendo olvidar el aroma de las flores. El desasosiego toca los bordes y se contiene, pero al tiempo rebasa el sentimiento, sin el cual no hay poesía. Para algunos autores la poesía es idea traducida en imágenes (Max Jacob); para otros, la idea aleja a la poesía (Hugo Hiriart). En todo caso, el lirismo –la ira de la poeta– solo puede rasgar las cuerdas del sentir: padecer, sufrir, doler.
Es el sentimiento el que conduce el poemario de Gela, pero también la idea de los mínimos dominando las cosas. Y lo conduce como las gráficas de la economía, en líneas quebradas ascendentes y descendentes, pues lo mismo pasan los días

Como agua estancada con olor a pantano, a musgo podrido

Que busca sueños líquidos en la almohada como la suspensión sobre lo terrenal, a la blancura que solo puede sostener la liviandad del alma. Es decir, reclama a lo supremo, aunque al final no se atreva porque Los designios de Dios / son insondables. Pero si arriba el litigio está perdido, abajo va a ser tenaz. Por ello declara su rebeldía:

Resistiré, Señor, a tu aliento cálido que cae sobre mi rostro cual tormenta en esta hora de lágrimas.

Busca la mirada sobre el rostro lacustre, sin pedir que el dolor se sacuda, porque en el dolor –sobre todo en el dolor– se expresa la vida. Se escucha el deseo de seguir, aunque en algún momento se tense la cuerda por el movimiento de mi intestino grueso. La poeta busca fugarse en la ruptura de la estética, en el probable anuncio pútrido del desecho, para que lo divino la mantenga atada a lo terrenal y deshaga los nudos de su íntimo ser.
A los designios los busca y los desafía para encontrar las palabras en El territorio de la noche. De la noche, como el hallazgo que se entrega a la poeta por esa angustia asentada en el hueso y la sangre, que va llenando de clamores y de enojo. Son las palabras, las irredentas, las que suenan y llaman; las que aparecen cuando quieren y solo quieren con quien cumple sus ritos.
Los quehaceres desarrollan habilidades y cuando éstos se sistematizan se crean métodos para los procesos. Igual a los automóviles, la poesía también puede ser objeto de ensambles. En la poesía, sus atributos impresionan y conmueven; surgen del verbo inspirar, que da a la lírica hambre en el hartazgo y sed a la boca llena de vino y besos. La poesía es sentimiento y se revela en el momento en que dicta y dicta porque la inspiración tiene en la mano el útil instrumento para la escritura. La poesía es una de las pocas cosas que se conocen sin llegar a saber lo que son (Jaime Jaramillo Escobar).

Gela Manzano ha podido domeñar al lenguaje, porque vive en el firmamento en donde Bailan los sueños cada noche la página se asoma al abismo del silencio brota la palabra que se maneja sola y sin nadie.

El territorio de la noche, habitado por los poemas de la angustia, es también el de la lluvia y la frontera. No obstante, nostalgia hurga en la cocina de las palabras y en la biblioteca de los guisos. Observa el patio, las puertas, las ventanas… En su dormitorio, apegada a la vida y los sueños, encuentra la otredad poética.
¿Se duele la poeta porque tiene la impresión de que el pesimismo rodea al mundo? Ella intuye, no le gusta lo que ve. No, no, no habla en defensa propia. Anuncia y advierte:

¿Quién dijo que somos necesarias?
¿Quién habló de la lucha inexistente? deshilando pacientemente el caos nuestro
de cada día.

El nombre de la poeta es anunciación: dejar el tedio del Edén para hacer la vida. Imbricación de Ángeles: Eva y Adán, cumpliendo la Voluntad al compartir el manzano, formando aguaceros/aparece la palabra. O sea, la misión suprema de encontrar La Palabra.
Se ha dicho que Alejandra Pizarnik decidió partir porque se le acabaron las palabras. Gela Manzano sigue llegando porque está inundada de ellas. Y esa abundancia de palabras ha conspirado para que Leonel Maciel ilustre el poemario. Qué comunión creativa. Un goce la sombra iluminada.

* Presentación del libro El territorio de la noche, Gela Manzano, editorial IKygai, Sigla, 2019.