EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Antes y después

Juan García Costilla

Noviembre 22, 2007


¿Se han preguntado alguna vez por qué cambió tanto Vicente Fox, prácticamente desde que rindió protesta como presidente de la República, del que conocimos cuando era candidato del PAN?
¿Por qué aquel agresivo, bravo, invulnerable, ocurrente, entrón y carismático opositor, se transformó en un presidente tibio, errático, torpe y defensivo?
¿Por qué descontinuó la estrategia, el discurso, el estilo y las actitudes que le generaron un enorme capital electoral, y prefirió refugiarse en el estilo convencional y ortodoxo de los políticos del viejo régimen?
Y sobre todo, ¿porqué Fox no corrigió el rumbo, a pesar del evidente y altísimo precio que tuvo que pagar a lo largo de todo su sexenio?
En su más reciente resbalón verbal –nadie podría garantizar que será el último–, el presidente Fox dijo en una entrevista para la agencia de noticias EFE –palabras más, palabras menos-, que no importaba lo que le dijera, así fuera una tontería, “total, yo ya me voy” de la presidencia.
El exabrupto –con su candidez habitual–, fue grabado en video y luego distribuido a las televisoras afiliadas a los servicios informativos de EFE.
Esa decisión de la agencia no estuvo exenta de malicia, pero tampoco de reprochable mala fe, ya que el comentario de Fox lo hizo antes del inicio formal de la entrevista, transgrediendo un acuerdo generalmente respetado en el medio, de no difundir lo que se grabe fuera de los cortes explícitos de un programa.
Sin embargo, la trampa no oculta el descuido y la ligereza de Fox, imperdonable error viniendo del presidente de una nación.
La transmisión gandallezca del segmento tampoco oscurece la precisión con que refleja el estado de ánimo del presidente de Mexico, a pocos días de que concluya su administración.
Muestra el retrato de un hombre invadido por la amargura y el resentimiento, que se siente profundamente agraviado por la inexplicable e injusta –según él– ingratitud de la opinión pública y la clase política, que no quisieron reconocer su contribución al proceso democrático.
Aunque es fácil juzgarlo, también es entenderlo. ¿Y cómo no?, si basta recordar el contexto que provocó su monumental y sexenal cruda.
La campaña foxista fue una autentica borrachera eufórica, que le ganó una gran popularidad y le construyó una imagen casi heróica. No era para menos. La derrota del PRI significó un paradigma en la historia política de México.
Pero el candidato rindió protesta como presidente de la República, sin darse cuenta de que cambiaba al mismo tiempo la percepción que de él se tenía. “Hola Cristina, hola Paulina, Vicente y Rodrigo… Honorable Congreso de la Unión…”, dijo ese día, asumiendo que la democracia había heredado su rostro, nombre y apellidos.
Desde entonces pareció convencerse de que quien criticara, disintiera, discrepara o rechazara su gobierno, saboteaba por igual la institución presidencial y la democracia.
Algo parecido le sucede a Zeferino Torreblanca Galindo.
¿O por qué aquel candidato perredista –implacable, puntilloso, claridoso, audaz, popular y accesible–, se está convirtiendo en un gobernador receloso, huidizo, retórico, rencoroso, desconfiado e inaccesible?
Apenas el 15 de noviembre le preguntaron al gobernador su opinión acerca de la exigencia de muchos sectores guerrerenses, de que se reduzca el precio del peaje en la Autopista del Sol, mientras termina la reparación de esa vía.
Zeferino Torreblanca respondió que está “en la dinámica de que se descuente, pero estoy también en la dinámica de que haya más recursos presupuestales. Yo estoy en la dinámica de que Capufe, que si no mal recuerdo utiliza, de cada peso de las cuotas de las carreteras, 70 centavos para el rescate carretero, de nada va a servir si seguimos postergando que se reparen con recursos presupuestales que no hay”.
Más allá del galimatías de la declaración, lo que cuesta más trabajo no es entender lo que quiso decir, sino reconocer en el declarante a la misma persona que hace pocos años se caracterizó por carecer de pelos en la lengua y por abanderar con audacia y agresividad reclamos tan generalizados como el de la Autopista del Sol.
¿Qué hubiera respondido aquel Zeferino a la misma pregunta? Con precisión no lo sé, pero estoy seguro de que algo muy diferente a lo que dijo el miércoles pasado.
Recuerdo algo que decía don Manuel Seyde –el célebre reportero y columnista de deportes, autor del infame pero certero apodo de Los ratones verdes–, al criticar el mediocre desempeño de un joven delantero de Cruz Azul.
Recién incorporado al equipo titular, y presentado por la directiva cementera como un promisorio talento e inminente crack del futbol mexicano, el novato fue descubierto en el llano, debido a su estilo aguerrido, luchador, entrón e incansable.
Sin embargo, luego de su brillante participación en los dos primeros partidos, que despertaron los elogios, el interés y una enorme cobertura de los medios, el debutante abandonó el piso y se creyó consagrado.
En el tercer partido, abandonó su estilo y jugó con la parsimonia y autosuficiencia de un futbolista técnico y tocador, justamente lo que no era.
Como Fox y Zeferino. Fueron electos por sus virtudes como férreos opositores, pero se les olvidó en el camino al poder.
Convencidos quizá de que las elecciones en México se ganan con dinero, amarres cupulares y cautela política, y de que los liderazgos sólo abonan a una buena imagen mediática, optaron por el que pensaron que era el camino más fácil.
Un error que Fox ya no tuvo tiempo de enmendar. Zeferino aún tiene cuatro años. Habrá que ver.

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