EL-SUR

Jueves 17 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Bruno Newman: eso ya no se dice

Adán Ramírez Serret

Octubre 29, 2021

 

Entre las muchas cosas estrafalarias que tiene mi familia –como todas, ya dijo Tolstói que cada familia infeliz (o sea todas), es única– está una característica de mi papá, que de repente, en medio de una conversación, cuando aquél dice, “ah chirrión” o “ah carambas”, le dice a su sorprendido interlocutor: “Híjole, eso ya no se dice”.
Recuerdo la primera vez que se lo escuché decir, yo era un adolescente y mi papá jugaba-molestaba a su hermana sobre no recuerdo qué circunstancia; ella le respondió enojada que se “fuera a la goma”. A la cual él respondió, “híjole, eso ya no se dice”, y ella más indignada aún, reviró, “no seas tarugo”. “Ya tampoco se usa esa palabra”, respondió mi papá hacia mi sorprendida tía que lo dio por intratable con justa razón.
A partir de ese momento, siempre que escucho una palabra “antigua”, pienso en mi papá y en quién es el árbitro que delimita qué se dice y qué no. Porque si se toma sensibilidad sobre esto, se descubre la cantidad de palabras en desuso que decimos día a día, “ponerse trucha”, “al tiro”, además de la ascendencia de nuestra familia. Según lo que digamos, sabemos de dónde venimos.
También descubrimos, que conforme va pasando el tiempo, no sólo envejecemos, sino que también nos vamos convirtiendo en un museo de palabras.
Recuerdo a mis abuelos decir “botica”, “telefonema”, “recórcholis”, “canijo”, “pillo” y demás palabras que ya no se dicen y las cuales para mí están rodeadas de un halo de nostalgia al haber sido pronunciadas por personas que ya no están, y que su sola mención, rememora otros tiempos.
Es curioso descubrir cómo todo aquello que pensamos y somos es abrazado por el lenguaje, por las palabras. ¿Estamos en desuso cuando nuestras palabras comienzan a ser viejas, es decir, a ser incomprensibles para las nuevas generaciones? Quizá no caigamos en desuso, pero sí comenzamos a ser parte de la historia de un país con nuestras palabras que van envejeciendo al igual que los héroes nacionales, los deportistas o los artistas famosos.
Por lo tanto, de alguna manera, todos los seres humanos, en cuanto más vivamos y más preservemos el lenguaje del mundo que nos formó, nos convertimos cada vez más en literatura.
Siempre me ha gustado pensar en expresiones antiguas y de dónde vienen. Me gusta, por ejemplo, saber que se les dice Paco a los Franciscos porque San Francisco es el Padre de la Comunidad, Pater Comunitas, el hipocorístico Paco conjunta las iniciales, o Pepe a los Josés por abreviar Pater Putativus.
Me puedo pasar tardes y más tardes hablando de esto, por lo cual me hizo muy feliz que cayera a mis manos el libro de Bruno Newman, Las de endenantes, una obra que compila muchas palabras que como dice mi papá, “ya no se dicen”.
Va en orden alfabético explicando palabras como A chaleco, A fuerza. Única opción. Obligatorio o A la malagueña, de mala fe. Muchas son conocidas, pero también algunas se dicen tan poco ya, que son incomprensibles, al menos para mí, por ejemplo, Andar a raiz, Vestir sin ropa interior o Andar muy girito, sentirse envalentonado o algunas entrañables, como Mosqueado, individuo que se siente intimidado y atemorizado o Morlacos, pesos mexicanos, varos.
Esta maravillosa compilación de frases y palabras no sólo es divertida al descubrir la riqueza de las palabras que compartimos, sino la prueba de que el lenguaje no solamente es un museo; es también la expresión viva de lo que cambiamos y de la absoluta maravilla de heredar una lengua.
Hay muchas palabras que ya no se dicen, pero ellas siguen siendo nosotros y permanecerán cuando ya no estemos aquí.
Bruno Newman, Las de endenantes, Ciudad de México, La Gunilla editores, 2021. 199 páginas.