EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Calentamiento de surfer en la playa mental

Federico Vite

Julio 18, 2023

(Primera de tres partes)

Entro a la cafetería para guarecerme de la lluvia. Pedí un café americano y empecé a quitarme la mochila de la espalda. La coloqué sobre una silla. Clavé la vista en la pantalla. En escena, dos gays —uno bien maduro y otro jovencísimo— entablan una discusión amatoria e intensa. Discuten por los gustos pasados de moda del hombre maduro. El joven dice elevando la voz: “A ti te gusta todo lo viejo; primero, me llevas a Acapulco y luego me das este celular. Entiéndelo, todo lo que te gusta es viejo. Tenemos que darnos un tiempo”. Regreso la mirada a la barra, recibo el café y pienso en esa certeza: Acapulco es viejo.
Y como los pensamientos son básicamente variaciones de tono y melodías, ¿qué se puede esperar de la literatura guerrerense en un puerto avejentado? No hay muchas opciones. Sería fatídicamente inocente decir lo contrario. Basta con enumerar la cantidad de autores que se van por un tiempo (y si pueden para siempre). Basta con volver a mirar nuestro puerto para lamentar las posibilidades de crecimiento personal, laboral e intelectual. Siendo honesto, el puerto ahora parece una ruina. ¿Por qué no tienen profundidad ni fuerza los proyectos culturales de Acapulco ni de Guerrero? Obviamente Guerrero, ni Acapulco, son sitios que se caracterizan por invertir en la formación artística; de hecho, no se interesa por nada, salvo, el turismo. Es decir, a Guerrero le interesa el dinero, sin duda, ¿en qué lo gasta? ¿En traer más turismo? Esa fórmula de riqueza no le ha dejado nada al puerto, apenas y le ha alcanzado para mantenerlo. Pero el turismo es dinero, nada más. No es un proyecto a futuro; pronto el cambio climático nos obligará a entender este terrible problema y a replantear nuestro futuro que seguramente no será la industria sin chimeneas.
Se habla de la violencia, de la lucha contra la pobreza, pero no se mueven los puntos esenciales de esta supuesta transformación cultural de Guerrero. No se mueven porque son los mismos de siempre: apoyos económicos + festivales = relumbrón político. Es decir, los encargados de resarcir ciertos atrasos en materia artística y cultural sacuden la polilla de los muebles y con eso montan un esquema al que llaman proyecto cultural de gobierno, ya sea estatal o municipal. Montados en esa idea, los funcionarios públicos abusan del folclor para hacer ruido, pero no se pone en perspectiva la urgencia de formar artistas. Los políticos insisten en “buscar” la identidad de los guerrerenses y los acapulqueños en festivales. La buscan con fervor. Pero ven sin ver. Lo que tienen al frente ya no habla de nosotros sino de lo que fuimos, porque estamos siendo otros. Se montan en la entelequia de la identidad y se vanaglorian por ello, pero todo eso es baladí.
En voz de la alcaldesa, Abelina López Rodríguez, o de la gobernadora, Evelyn Salgado Pineda, se pregona el cambio, pero la realidad es otra. Se aferran a eso que fuimos, temen acercarse al presente que nos define y eso podría resolverse si se invirtiera más, mucho más, en formación artística, porque el arte y sus diversas expresiones ofrecen dispositivos de reflexión sobre este asunto, lo que somos, lo que estamos siendo. Con la reflexión metódica se prescindiría de los funcionarios y su relumbrón festivalero, que no está mal, pero resulta demodé. Como los funcionarios tienen la mirada en el pasado y a eso le llaman cambio, nuestra realidad no encaja con sus proyectos. Si no, dígame usted, ¿por qué las cuestiones en materia artística son de un nivel escolar?
Si la mejor apuesta del gobierno estatal es ir constantemente a Los Pinos a mostrar “sabores y texturas de Guerrero”, las cosas no están muy bien. En el ámbito municipal, la carta fuerte es el festival de La Nao. Insisto, las cosas no van bien, pero no es culpa de los funcionarios sino de nosotros. Ellos brindan lo que pueden, y pueden muy poco, eso ya sabemos, en especial, en materia de formación artística o de promoción a la lectura. Ellos contribuyen a reafirmar la frase de esa escena que me llamó tanto la atención en la cafetería: Acapulco es viejo. Pero no es viejo como Praga o como Belgrado, sino que se acerca más a lo decrépito. Está anquilosado, pero no queremos reconocerlo ni trabajar al respecto para revertir ese daño, ese atraso. Por ejemplo, el Centro de Convenciones. Alguien le endulzó el oído al presidente de la República, AMLO, le dijo que ahí estaría bien un hospital, que la inversión no sería mucha. Bastaría con algunas cosas y listo: tendría su obra final para cerrar el sexenio y así quedaría bien con Guerrero. Yo creo que el presidente debió mirar hacia la Plaza de Toros, en Caletilla, un sitio de veras en el abandono, donde cabe un hospital y las zonas adecuadas para el tránsito y el estacionamiento de ambulancias. Tendría los mismos problemas que en Costa Azul: turismo, tráfico y violencia. Si hubiera escogido la Plaza de Toros le daría vida a la zona tradicional que ahora posee un ligero brillo en temporada vacacional, nada más, pero los extorsionadores, los sicarios, los “chicos malos” se han apropiado de esa región otrora “familiar”. Si ese alguien que le vendió la idea del hospital hubiera dicho que Caletilla es una zona popular, ¿qué habría pasado? Honestamente, nada. Es de un relumbrón mayor tener los 15 mil metros cuadrados del Centro de Convenciones. Sería lindo, dicho sea de paso, que la Orquesta Filarmónica tenga nuevamente su sede ahí, a un lado del hospital, en el teatro Juan Ruiz de Alarcón. Travestir un Centro de Convenciones para darle la fachada de hospital conlleva algunos pendientes de infraestructura: tomas de agua, drenaje; energía eléctrica, etc. Poner la cara de una cosa a otra y convertirla en algo nuevo, bien podría ser un sello distintivo de la arquitectura moderna del puerto, bien podría ser también un gesto político para pulverizar los baluartes urbanos de Acapulco. Acapulco viejo. Hace diecinueve años, justo en la planta baja del Centro de Convenciones, existió una librería Gandhi, pequeña, muy bonita, pero literalmente oculta para los lectores. Se inauguró en noviembre de 2004. La viuda de Mauricio Achar, el fundador de la Librería Gandhi en Cdmx, Aline de la Macorra, señaló que fue él último proyecto en vida del señor Achar: “Quiso hacer de Acapulco un mar de libros”. La gerente de Gandhi Colorines fue Isis Rodríguez Cárdenas. A ella la entrevistó El Universal en febrero de 2006. Su aseveración fue contundente: “Las ventas no eran lo suficientemente fuertes para sostener la librería”. La librería planeó mudarse al Centro o en alguna zona de la Costera, pero las rentas le parecieron muy elevadas a los administradores y fue imposible seguir en Acapulco. Gandhi no estuvo mucho tiempo. Con dolor, vergüenza y pérdidas monetarias, cerró la librería, la que sin duda alguna hubiera logrado abastecer de material especializado a los aspirantes a escritores. En otro momento y otro lugar, conversaba a menudo con Francisco Goñi, ensayista y, desde más de una década, feroz promotor de las actividades literarias de las librerías Gandhi. Hablaba con él sobre Acapulco. Obviamente las conversaciones derivaron en la fiesta, la noche y el alcohol, eso que ampliamente procura el puerto. Le pregunté sobre ese proyecto de Gandhi en el Centro de Convenciones. Me comentó que simplemente no jaló, fallaron los lectores. A mí me parece que los lectores de literatura siempre han fallado en Acapulco y temo que todo es básicamente por un sistema de prejuicios que nos evita comprender a la lectura como un acto gozoso de libertad. No como un juego de libertad al estilo Che Guevara. No, algo más atractivo, más lúcido, más placentero y personal. Pero la cuestión es la misma, ¿qué se puede esperar de la literatura guerrerense en un puerto anquilosado?