EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

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Arturo Martínez Núñez

Junio 03, 2005

Siempre me ha sorprendido la facilidad que tienen los políticos europeos para renunciar a sus puestos. Tras la derrota electoral sufrida por su partido (SPD) en los comicios de la región de Renania del Norte-Westfalia, el canciller Alemán Gerhard Schroeder, decidió anticipar casi un año las elecciones generales previstas originalmente para el otoño de 2006.

Más recientemente, tras el duro varapalo que los electores propinaron al gobierno encabezado por Jaques Chirac –donde la agenda nacional se impuso a la europea y en los hechos el referéndum sobre la Constitución Europea, se convirtió en un referéndum al gobierno– el primer ministro Raffarin renunció instantáneamente y fue sustituido por el ex canciller Dominique de Villepin, recordado por su intervención contra la invasión a Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Los gobiernos son órganos vivos que necesitan ser modificados y evolucionar para adaptarse a las condiciones políticas cambiantes. Los mejores gobernantes son aquellos que saben interpretar los tiempos de la política y mueven sus fichas anticipando el panorama venidero. Quizás la mayor virtud –o carencia– de un gobernante sea su capacidad para integrar y modificar su equipo de trabajo.

El mejor ejecutivo es aquel que conoce y reconoce sus carencias. Hay que desconfiar de los todólogos porque usualmente fracasan estrepitosamente. El mejor líder se rodea de personas talentosas que le ayudan a mejorar y a suplir los defectos propios. El líder, como el director de una gran orquesta, normalmente no es el mejor solista en ningún instrumento, sin embargo es el engrane alrededor del cual gira toda la maquinaria.

El gobernante mediocre se rodeará de personas mediocres que no le hagan empequeñecer. Muchos anhelan convertirse en el árbol más alto aunque su bosque sea de bonsáis. Muchos confunden al equipo de trabajo con su grupo de amigos, cómplices o socios. Otros piensan que el gabinete debe integrarse con sus empleados de mayor confianza. Algunos más colocan amarillos, colorados y azules, más para cubrir las cuotas acordadas cupularmente que buscando a las mejores mujeres y hombres sin importar su filiación partidaria. Se equivocan rotundamente.

El gabinete de gobierno debe integrarse con los mejores profesionales en cada una de las áreas. Los titulares de cada dependencia no son ni los cuates ni los empleados del gobernante, aunque en la línea de mando sean sus subordinados. Los palafreneros y cortesanos en nada ayudarán y únicamente contribuirán a que el gobernante desarrolle la esquizofrenia característica de palacio que hace que los pies se separen paulatinamente del suelo.

El área de Comunicación Social es fundamental. Hay gobernantes como López Obrador que no necesitan de operadores hábiles en esta materia, porque él mismo y desde las 6 de la mañana fija posición y coloca la agenda nacional. Por contraparte, el gobierno de Fox ha sufrido desde el inicio del sexenio en esta materia. Cuatro voceros en cinco años hablan del fracaso en el área. Pasamos de la cultura del chayote al abandono total. Del control gubernamental, al alto vacío.

Comunicar no significa emitir boletines mal redactados y distribuir fotos con pies de página a modo. Comunicar no significa ser el publirrelacionista del gobierno y acudir a cuanta comida o francachela se presente. Comunicar no significa acordar en lo oscurito con los dueños o concesionarios de los medios de comunicación.

Para comunicar con efectividad, hacen falta en primer lugar tener qué comunicar. Hacer un listado del número de kilómetros que se construyeron o de las toneladas de cemento o fertilizante que se repartieron no equivale a llenar el vacío de información. ¿Usted imagina al presidente de algún país desarrollado o al gobernador de alguna comunidad autónoma del mundo entregando en mano subsidios y becas, repartiendo bicicletas o inaugurando escuelas y mercados?

En descargo de los voceros (voz ceros), cabe señalar que si el jefe no tiene nada que comunicar y se empeña en convertirse en secretario de todo, no hay nada que hacer. La relación con los medios de comunicación debe de ser clara, equitativa y respetuosa, y esto únicamente se consigue proveyendo de información pronta y efectiva.

El gobernante exitoso tiene que saber anticiparse a los acontecimientos y tener listos los diversos escenarios posibles. Tiene que saber hacer los cambios necesarios a tiempo y tener la sensibilidad para comprender en qué momento se ha agotado un ciclo. Hacer cambios en un gobierno significa reconocer lo que no ha funcionado.

Hay gobernantes que se empeñan en rotar al mismo grupo de personas en diferentes puestos. Otros, ratifican en los suyos a funcionarios grises con resultados magros, únicamente para apaciguar a los grupos. Lo que los gobernantes suelen olvidar, es que la gente los eligió a ellos y no a sus colaboradores y que es a ellos a los que les pasará la factura.

Después de cuatro años y medio de torpezas y fracasos, Santiago Creel deja la Secretaría de Gobernación para buscar la candidatura presidencial de su partido. Fox ha elegido a Carlos Abascal para sucederle. En honor a la verdad, hay que reconocer que la gestión de éste al frente de la Secretaría del Trabajo ha sido positiva y que propios y extraños le reconocen, cuando menos, capacidad de interlocución y diálogo que dadas las circunstancias es ya suficiente. Por otro lado, haga o deje de hacer al frente de la política interna de México, su resultado será sin duda mejor que el de Creel, cuya única preocupación verdadera desde el inicio de la administración fue conseguir la anhelada candidatura presidencial de Acción Nacional, aún a costa del desprestigio de su jefe y de la concordia del país.

En los países con desarrollo político, los funcionarios dejan sus cargos o los someten al escrutinio de las urnas al menor indicio de fracaso. Fox ha tardado 54 meses en hacer el cambio previsto y ni siquiera ha reconocido que se equivocó. El presidente y el país pagan ya el alto costo de haber mantenido en el Palacio de Covián, al hombre que sueña con llegar a Palacio Nacional a través del Palacio de Hierro.

 

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