EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Chandler y Bukowski

Federico Vite

Agosto 02, 2016

En 1994 aparece en la editorial Black Sparrow la novela Pulp, de Charles Bukowski. Es el último libro publicado en vida del afamado escritor de raíz alemana, quien dedica la novela a la mala literatura, así lo especifica en la gloriosa primera página de este volumen que se construye, y crece, gracias a una serie de pesquisas, asuntos que realmente están diseñados para ganar tensión y consumar una parodia.
Edificada a base de capítulos cortos, la novela es un muestrario del talento que poseía Bukowski, no sólo para alardear, sino para centrarse en un canon, para mostrar en el amplio catálogo de sus registros que sabía cómo hacer las cosas bien (escribir como lo dictan los cánones de ciertos géneros), pero no le gustaba ser un niño bien portado ni seguir las reglas; a él, como siempre, le interesó hacer sus propias reglas.
Este caballero, conocido poeta, ebrio, bravucón y, sobre todo, polemista, es una amante de Los Ángeles. Cada libro suyo es un canto a la ciudad, pero básicamente, Pulp trata de renovar lo que había escrito, nada más ni nada menos, que el irónico Raymond Chandler, quien publicó el primero de sus libros a los 51 años: El sueño eterno (1939), pero que la mayoría de los lectores seguramente lo recuerdan por la novela Un largo adiós (1953). Chandler creó al detective Marlowe. Un tipo que se maneja a la perfección por los bajos fondos de Los Ángeles, esa urbe también es una ruta de conocimiento ilimitado para el detective creado por Bukowski: Nicky Belane. A quien Lady Death, la muerte misma, le encarga un caso verdaderamente espectacular: un tal Céline merodea por las librerías en busca de las primeras ediciones de Faulkner. Lady Death necesita que atrapen a Louis Ferdinand, quien definitivamente no murió en 1961, en Meudon. Los motivos, por los que evitó la muerte, claro está, serán revelados poco a poco por el gran Belane; después de que Lady Death, digamos que la femme fatale por excelencia, se presenta en la oficina del detective, empieza una etapa de bonanza laboral. Belane tiene varios asuntos que atender: encontrar el Gorrión Rojo, que no es el nieto del Halcón Maltés como lo afirma el personaje John Barton, y descubrir si Cindy, la mujer de Jack Bass, engaña a su marido. Pero, como ya demostró Raymond Chandler, todos los casos de un detective siempre están relacionados entre sí; entre Cindy y Céline hay un enredo atractivo para el lector. Hasta ahí, todo va bien. Cuando aparece un extraterrestre que se apropia de los cuerpos de algunos humanos, el relato comienza a perder coherencia, presenciamos el derrumbe de lo que había construido el autor. La parodia comienza a borrar las pistas de una novela dura, empieza a ganar el humor, la exagerada reflexión del detective, el pulso se transforma en un alegato a favor del realismo sucio de más baja calidad, justo el que no es duro ni realista.
Parece que a Bukowski le hubiera bastado con mostrar los trazos de profunda madurez narrativa en los primeros capítulos del libro, una congruencia inapelable que se mantiene hasta la resolución del caso Céline, donde el autor de Viaje la final de la noche expone la idolatría por la vida.
La prosa de Bukowski realmente es de alto calibre. Sobria, directa, invoca lo necesario para revestir la trama. Este alabado e imitado poeta muestra sobriedad y dominio del oficio, pero se empeña en cambiar los tonos del relato, en abrir los márgenes de la verosimilitud y en perder el enfoque durante varios momentos de la historia, es decir, va por lo grandote sin pensar en lo grandioso. Finalmente, se sale con la suya: consuma su tesis de literatura basura. Desarma lo armado, hace de la trama un conjunto de chistes, pero la virtud es que están muy bien narrados; no quiere más que reírse de los detectives y lo logra.
Como toda novela de detectives, hay una vicio de la sociedad que se desnuda, un temor que se clava en uno al comprobar que lo bueno va perdiendo la batalla. El lector encontrará un resabio del surrealismo, recurso manido y facilón, que dota de intensidad el cierre de la novela; un discurso que bien podría considerarse tramposo, pues el anclaje en la vía del realismo, en una historia de detectives, es determinante como para que un libro con esas características recurra al surrealismo, un doble opuesto o una némesis estética, y con esa herramienta, Bukowski cierra la historia.
Un año después de que Bukowski escribió Pulp, la editorial Black Sparrow se encargó de darle forma al manuscrito, mandarlo a la imprenta y antes de que muriera el autor, a causa de la leucemia, aparece este volumen sarcástico, pero con una honda huella emocional que nos recuerda la importancia de escribir sobre la geografía de un ciudad tan manoseada por los escritores, por los turistas, por los directores de cine, por la violencia, como Acapulco, justamente como Acapulco. Pareciera que durante y después de lo rudo, siempre nos quedará la risa como una forma de catársis. Que tengan una catártico martes.