EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Creer o no creer

Juan García Costilla

Diciembre 14, 2016

El pasado 8 de diciembre, en una conferencia de prensa, el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, afirmó que alzaría “no una, sino las dos manos” para que el Ejército vuelva a las tareas que le corresponden constitucionalmente. Y recordó que “nosotros no pedimos estar aquí (en las calles), no nos sentimos a gusto. No estudiamos para perseguir delincuentes, nuestra función es otra y se está desnaturalizando”.
La declaración seguro sorprendió a los 63 lectores certificados de este espacio, tanto como a su escribidor. Y cómo no, si lo dijo así nomás, sin necesidad aparente, ni pregunta particularmente expresa. Digo, más allá de la vigencia latente pero sorda del tema, siempre en la agenda del debate, pero en suspensión recurrente.
O sea, en ese momento, lugar y entorno particulares, no existía presión ni pertinencia como para obligar la declaración del general. Claro, indirectamente sí, como casi siempre que se levantan olas de violencia, sobre todo cuando son tan altas y feroces como la de esos y estos últimos días.
Como el pasado 16 de marzo de este año, cuando el general Cienfuegos reconoció que el Ejército ha cometido errores en el combate al crimen organizado. “Uno de ellos fue cuando entramos de lleno al combate a las drogas, hacer un lado a la policía, porque muchas policías estaban comprometidas y se habían corrompido y entonces hicimos a un lado a las policías y nos quedamos con un problema que no nos toca, que no nos corresponde”.
Pero nunca había sido tan claro y vehemente como el pasado 8 de diciembre, cuando declaró y sorprendió a muchos. Obviamente, de la sorpresa ipso facto vino la reacción del debate intenso, la polarización de opiniones y la proliferación de historias y rumores para explicar las razones y motivos de lo dicho.
Unos, suscribieron con beneplácito la postura del general, pues “el Ejército no debe cumplir tareas policiacas”. Otros, la reprobaron con irritación, pues “la emergencia por el crimen organizado exige su participación”.
Unos y otros, defendiendo sus posturas con historias y argumentos reales y congruentes la mayoría, aunque no pocos fabricando versiones febriles, tan populares en redes sociales.
Como en muchos debates políticos intensos y polarizados como éste, me cuesta mucho trabajo formarme en la fila de ninguno de los debatientes, y mucho más creer y defender ciegamente una de las verdades opuestas.
¿Deben los soldados convertirse en policías, patrullar nuestras calles y perseguir criminales?
Semejante pregunta me parece terriblemente compleja y difícil; casi cualquier respuesta me parece relativa y engañosa, cuestionable o sustentable con razones, hechos y datos duros.
Mis coincidencias con los debatientes son muy pocas, pero convencidas:
los soldados no deben ser policías ni estar en las calles… pero en esta crisis son indispensables.
No deben, porque están entrenados para disparar a matar a sus enemigos, no para perseguir, someter y detener delincuentes. Por ello, su labor policiaca es proclive a excesos y abusos. Como reconoció el propio general Cienfuegos: “No se puede tasar igual a una persona que robó comida que a un criminal, pero a veces vemos que está pasando”.
Son indispensables, porque los policías son impotentes, incapaces, corruptos y/o cómplices ante el crimen organizado, mucho más que los soldados. No sé a ustedes, pero el Ejército me inspira más respeto, confianza y seguridad que la policía… mucho más.
Por eso, la opinión y el trato que reciben y merecen de muchos mexicanos me parecen injustos.
En primer lugar, porque un Ejército pelea guerras sabiendo que cuenta con el respaldo y respeto de su pueblo, a menos de que la guerra sea interna, contra enemigos también mexicanos como ésta.
En este sentido, Cienfuegos habló de la difícil tesitura en la que trabajan los soldados, quienes enfrentan los grupos delictivos entre el temor de terminar en la cárcel por violar derechos humanos y el miedo de ser procesados por desobediencia. Por ello, exigió que las Fuerzas Armadas tengan “un marco que les respalde cuando tengan que actuar”.
A pesar de que el Ejército ha escrito páginas obscuras en su historia reciente, ha escrito más de valor, sacrificio, esfuerzo y lealtad. No sólo en desastres naturales como el del huracán Paulina en Acapulco, cuando los soldados paleaban incansables para liberar de lodo y escombros casas y calles, ante no pocos vecinos que los miraban sin rubor sentados en la banqueta. También en la alternancia democrática, cuando se mantuvieron sin tentaciones para evitar la derrota del PRI hegemónico.
A pesar de suficientes muestras, no se les agradece ni reconoce como merecen. A mi padre y a su seguro escribidor nos gusta saludar a los soldados al pasar a su lado. Muy pocos ciudadanos lo hacen. Por eso se sorprenden cuando alguien lo hace, acostumbrados a ser invisibles como seres humanos, a pesar de su notoria presencia en las calles.
Aunque les parezca ingenuo, erróneo o inocente, quiero confiar en el Ejército mexicano. Quizá porque creo que necesitamos confiar en algo, si queremos cambiar para bien. Quizá porque creo que el cinismo y la desconfianza crónica siempre conducen a la indolencia y la pasividad, al despropósito de no cambiar nada porque todo está mal, a no rescatar nada, por darlo todo por perdido.
O quizá son los ánimos y el espíritu propios de la época navideña, mis ganas de creer en milagros y mesías, en nacimientos virtuosos y buenas voluntades. Quizá solo sea un desliz de mi grinchismo que, cansado de tanto pesimismo automático y conflictos irresolubles, me dio chance de desear a mis queridos lectores y paisanos, la más feliz de las navidades.

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