EL-SUR

Lunes 21 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

De los vínculos afectivos en la literatuta

Federico Vite

Octubre 15, 2024

(Primera de dos partes)

Con el paso de los años, la vida se ha encargado de recordarme que la amistad es algo serio, pero los vínculos afectivos rebasan toda proporción cuando se habla de escritores. Se podría enfatizar la extravagancia, la intensidad y la estridencia, pero a final de cuentas me refiero a esa firme convicción de los afectos que siempre es ejemplar. Un libro que ilumina mi horizonte es Due vite (Italia, Neri Pozza, 2021, 121 páginas), de Emanuele Trevi, texto de apetencia autoficcional, biográfica y ensayística que bien podría considerarse un tratado de la amistad. O visto con ojos de un narrador, un testimonio de la sobrevivencia.
La voz que cuenta estos diversos y humanos estadios es justamente la de Trevi. Perfila y documenta los afectos con dos escritores: Rocco Carbone y Pía Pera. Ambos con una trayectoria singular en el ámbito literario de Italia. Rocco se consumó como un narrador. Tuvo algunos problemas médicos; de igual manera Pía, a quien la vida le dio la etiqueta de excéntrica, primero, como traductora de ruso al italiano, después como narradora. Estamos ante un ejercicio de estilo unívoco: Trevi habla de varios individuos con la misma significación.
La amistad está blindada. Primero, porque la excentricidad de Pía va acompañada de un carácter volátil; en segundo plano, porque Rocco tenía un mal que le complicaba los vínculos afectivos. “Roco Carbone suena en efecto como una pericia ecológica. Y en muchos aspectos de su carácter, para nada fácil, sugieren una obstinación, una rigidez del reino mineral”.
Pía siempre estuvo a la caza de aventuras extrañas, de aprendizajes alquímicos sobre la literatura y otras artes, porque ella iba y venía de Roma, viajaba en el extranjero y daba la impresión de ser una especie de “Mary Poppins al revés, por la nula pedagogía, dotada de una peligrosa reserva de incoherencia y de susceptibilidad extrañamente amalgamada con una dulzura de carácter que a veces conmovía por el sobresalto irónico y malicioso”. En sus primeros años fue una fiel devota de Tommaso Landonfi, incluso organizó un coloquio al que asistieron “expertos que hablaban largamente a través del micrófono sin ninguna manera de interlocución con el público”. Saltaba del ruso al italiano y residía en Londres.
La tesis de licenciatura de Rocco es sobre la novela I Malavoglia, de Giovanni Verga, un texto que apareció en 1881 en el Continente Literario italiano, pero de alguna u otra manera le ayudó a Rocco a entender su origen sureño, más bien, le recordaba su origen (yo leí hace varios años esa novela, y tengo en la mente escenas de una comunidad pobre y violenta que son contrarias a la vida burguesa de Nápoles; los personajes de esta historia brindan un retrato naturalista de Italia y el lector navega entre el hambre y las enfermedades con una soltura que me hace pensar en algunas cosas que yo he visto en comunidades muy cercanas a Acapulco; es curioso, pero tengo la impresión de que muchos de los autores que leo –aunque extranjeros– no hablan de otros lugares sino de Acapulco y eso empieza a convertirse en un eco de idiomas diversos, pero lo interesante es que algunos de los personajes de I Malavoglia son tan pobres que no tienen ni para comprar granos de sal y comen así, sin sabor, la sopa de pescado). Trevi se pregunta, ¿por qué Rocco lee una y otra vez a I Malavoglia? Pensar en ese libro implica marcar una distancia social y económica muy grande entre la vida de Pía y la de Carbone. ¿Qué secreto hay en las páginas de una novela que desmenuza la pobreza y los abusos de líderes sociales en el sur de Italia? ¿Por qué releerlo obsesivamente? Aparte del tema –donde se atisba la miseria como una condena cíclica– debe decirse que hay una recreación del lenguaje popular; no hay llanto, no hay tanta sangre, pero el sufrimiento de los personajes se sobrelleva con un pundonor casi místico. Cuando el lector piensa en Carbone, indudablemente asume que la contraparte es Pía. Un hombre que viene del sur y una mujer pudiente, culta y excéntrica nacida del norte (Lucca). El romano es Emanuele. El norte y el sur templados por el ensayo de Trevi –por cierto, este hombre se ha dedicado a escribir sobre varias figuras literarias de Italia y siempre con acierto.
Pía estaba ahí, con ellos, como si fuera de otra especie y se ocultara del mundo junto a dos chicos que estaban interesados por la literatura italiana. Trevi se ciñe a Rocco, a quien intenta conocer mejor en estas páginas y a través de una entrañable serie de recuerdos modula las emociones que nunca se convierten en un paño de lágrimas. En algunos de esos pasajes de la vida está el futbol, la zona natal de Rocco (Reggio Calabria) y, por supuesto, Roma y París, porque Carbone hizo un doctorado en Panthéon-Sorbonne. Pero en especial, los recuerdos impactan en la literatura; por más intensas que hayan sido sus experiencias vitales, Trevi siempre lleva la vida al terreno de la literatura y analiza el trabajo de Pía y de Rocco con una sobriedad luminosa; lo mismo señala lo erróneo que lo acertado y explica por qué escribieron lo que escribieron esos dos ilustres autores. Pero el aspecto más interesante, como bien lo señala el autor, es lo humano y cómo esa experiencia de estar vivo se transforma en una intención literaria. ¿En qué ayudó Roma para que tanto Rocco como Pía pudieran ser lo que fueron? No es algo que pueda resolverse, sobre todo, porque los dos tenían sus pies en Roma, pero no podrían considerarse romanos de prosapia, aunque sí ciudadanos activos de esa ciudad y ese capital simbólico (habitar la Città Eterna) le permitió a los tres (Carbone, Pera y Trevi) publicar en editoriales importantes. Quien hace el recuento de los daños es justamente el ensayista, quizá porque es el género que podría analizar mejor este sentimiento (la amistad) y permite retratar sin aspavientos el descenso de esa relación, un declive que sólo puede finiquitarse con la muerte. Este aspecto nos conduce a una virtud mayor de Due vite: la sobrevivencia termina por convertirnos en narradores. Y para hablar de la muerte de dos autores disponemos de un espacio en este diario la siguiente semana.
* La traducción de las líneas entre comillas es mía.
I Malavoglia (Italia, Fratelli Melita Editori, 1980, 249 páginas).