EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Diálogo, diálogo, diálogo

Juan García Costilla

Junio 29, 2016

Pocos conflictos sociales agitan y polarizan tanto el debate público como el de la reforma educativa. Agitación y paolarización en todos los niveles, desde los protagonistas principales, pasando por los partidos y la clase política, los trabajadores del magisterio, los funcionarios educativos, los medios informativos, editores, reporteros y comentaristas, hasta los ciudadanos de a pie, especialmente los de Oaxaca, Chiapas y Guerrero.
Todos sostienen y defienden posturas y opiniones encontradas, opuestas, cáusticas, ásperas, a menudo belicosas, ofensivas, intolerantes e irreconciliables. Básicamente, dos bandos: a favor o en contra de la reforma, del gobierno, o de los maestros movilizados. Blanco y negro en alto contraste, la verdad de los propios o la mentira de los ajenos, los buenos y los malos, los héroes y los villanos.
Neta, no conozco a nadie, a muy pocos, al menos en Guerrero, ubicado en el justo medio del conflicto, que prefiera juzgar con ponderación, respeto, prudencia, frialdad, objetividad e imparcialidad; en cambio, conozco a muchos, casi todos, que prefieren condenar con pasión, descalificar con vehemencia, y desacreditar con encono.
A nadie conozco, o muy pocos, con ganas de dialogar, ceder, aceptar, reconocer, acordar, resolver y entender ideas y argumentos; y a muchos, casi todos, con ganas de pelear, discrepar, rechazar, acusar, culpar, complicar y desentenderse de ideas y argumentos que no sean los suyos.
Sepa la bola quiénes son más, ni cuántos más son, de cada uno de los bandos; sabe Dios si son más los que apoyan la reforma, o los que la rechazan; los simpatizantes del gobierno, o de los maestros; los que piden represión y desalojo violento, o los que la condenan; quién dice la verdad y quién la mentira, quiénes tienen razón y quiénes no, quiénes aciertan y quiénes se equivocan.
Lo único que sé, como cualquiera que habite en esta tierra, es que donde vaya, la gran mayoría discute intensamente sobre el conflicto. Lo único que me consta, como a cualquiera que conviva a diario con su gente, es que los unos dicen horrores del gobierno, y los otros de los maestros.
¿Quiénes son más y quiénes menos? No lo sé ni me consta, porque no conozco encuestas ni sondeos confiables al respecto; sólo me parece, a ojo de buen cubero, que unos y otros son suficientes para agravar el conflicto, y que son ambos igual de intensos, ásperos, belicosos e intolerantes, y se ostentan como dueños exclusivos de la verdad.
Ya sé, en medio de semejante lío, con griteríos tan estridentes, encontrar la verdad pura, prácticamente cualquier verdad, tá cabrón, muy cabrón. Para acabar pronto, la verdad pura ni existe, es una utopía inalcanzable que sólo inspira y anima al que busca.
Por eso lamento la polarización agitada del conflicto, porque a pesar de que la verdad pura es una utopía, para encontrar una solución mínimamente satisfactoria y justa para todos, de mucho serviría mayor voluntad, inteligencia, prudencia, serenidad, buena fe, compromiso, respeto, imaginación, información y seriedad en el debate, principalmente de los protagonistas directos, pero también ayudarían mayores esfuerzos afines de la sociedad civil.
Principalmente de los protagonistas directos, obviamente; quizá más de los gobiernos federal y estatales, porque para ellos el ejercicio de la buena política no sólo debe ser un recurso, sino un requisito, una obligación implícita; pero también del magisterio disidente, porque es una clara demanda de la sociedad a la que se deben y sirven.
Con la gravedad que ha adquirido el conflicto, es inaceptable y condenable que ambas partes mantengan la cerrazón intolerante y violenta de sus posturas, argumentos y estrategias, sobre todo porque ninguna de ellas está libre de culpa ni reproche.
Unos dicen que han violado sus derechos adquiridos, y los otros dicen que son privilegios mal habidos. Lo que ninguno dice, es que ambos son corresponsables de lo que denuncian y acusan, ambos tienen colas largas que pisarles.
La violencia del domingo 19 de junio en Oaxaca dejó muertes anunciadas en una crónica que escribieron y protagonizaron ambas partes desde días y semanas antes. Ambas corresponsables. El gobierno, al apostar por la violencia legal para reprimir y desalojar las manifestaciones y bloqueos magisteriales, consciente del alto riesgo de saldos rojos y fatales; los maestros, al provocar lo mismo, conscientes del valor político e impacto mediático de un desenlace idéntico.
Eso lo sabe, entiende y reconoce la mayoría ciudadana; independientemente de sus expresiones públicas a favor o en contra de los antagonistas, el malestar y la irritación social implica a ambos. La mayoría ciudadana sabe, entiende y reconoce que detrás de las banderas de las partes en conflicto, se esconden intereses y propósitos políticos; que la reforma del gobierno es más laboral que educativa; que las protestas del magisterio afectan a todos, no sólo a las autoridades; y que los argumentos que ofrecen a la sociedad para defender sus razones, más que información, es propaganda.
Y principalmente, la mayoría ciudadana, al menos la parte más pensante y responsable, sabe, entiende y reconoce que el diálogo y los acuerdos son la única solución aceptable para el conflicto.
Como dijo, y dijo bien, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Enrique Graue Wiechers: “Los recientes hechos en Oaxaca son resultado de la radicalización, de la sinrazón, la intolerancia, así como de la incapacidad para dialogar y de lograr los acuerdos”.
Ante el Colegio de Directores de la UNAM, Graue sostuvo que, “sólo los acuerdos y los consensos entre las partes dentro del marco de la ley, del respeto a las diferencias, del diálogo constructivo y de la razón podrán dar como resultado el verdadero proyecto de nación que el país se merece y al que los mexicanos aspiramos”.
Además, Graue condenó los recientes acontecimientos que “no pueden ni deben repetirse en nuestro país. La UNAM reprueba enérgicamente el uso de la violencia, en cualquiera de sus expresiones, como un medio para dirimir conflictos o expresar inconformidades, y llama a un nuevo clima de concordia, en donde se esclarezcan los hechos, se deslinden responsabilidades y se actúe en consecuencia”.
Señaló que en el actual ambiente enrarecido “hay voces que llaman a que la Universidad se polarice y tome partido. No será así”. Advirtió que sostener posiciones irreductibles, “nos puede conducir a una escalada de violencia que nadie desea y que es contraria a los intereses de México y de los mexicanos”.
En pocas palabras, diálogo, diálogo, diálogo.

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