EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

LA POLÍTICA ES ASÍ

Días de muertos

Ángel Aguirre Rivero

Noviembre 04, 2022

Los días primero y dos de noviembre o días de muertos, revivimos una tradición con origen prehispánico, modificada durante la conquista española (que aportó nuevos elementos), y que en nuestros días, se ha modernizado hasta mostrar tintes festivos en los desfiles alegóricos de catrinas de muchas ciudades.
Pero con la modernidad, tenemos que luchar contra deformación de nuestra idiosincracia con la adopción del “treat o trick” mexicanizado al “queremos halloween”, que resulta más cómodo, ya que muchas casas adornan sus frentes con esta moda extranjera. Y bueno, aunque no estamos de acuerdo respetamos las costumbres de cada quién.
Los días de muertos están en nuestras raíces: hay registros de esta celebración realizada en culturas como la totonaca, mexica, purépecha y maya.
En la tradición mexica, Mictlantecuhtli es el señor de la oscuridad, creado por los dioses Huitzilopochtli y Quetzalcóatl en el Omeyocan, un lugar equivalente al cielo.
Mictlantecuhtli reina en un lugar llamado el Mictlán, donde recibe a todos los humanos que mueren de forma natural. Su reino consta de nueve niveles (Consultar: Mictlantecuhtli, el dios mexica de la muerte / Gaceta UNAM https://cutt.ly/KNFZu22 ).
El día de muertos tiene tal importancia, que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, decretado por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), a partir del 7 de noviembre de 2003.
Cada quien vive estos días según su devoción y sus creencias. Hay familias que en estas fechas erigen sus altares, para recibir en casa, el día primero, la visita a los niños que trascendieron, y en el día dos a los adultos.
En los altares se incluyen papel picado, velas para alumbrar el camino; sal para que no se pierdan: muchas familias colocan, fotos, cigarros, la bebida favorita de los que se fueron, viandas como el mole y el arroz, café o chocolate. Adornados con las infaltables flores de cempasúchil.
La visita a los panteones tiene carta de naturalización, ahí los familiares lavan las tumbas, colocan flores, reza, les llevan serenata.
Muchos pasan varias horas en la noche, que dan como resultado vistas espectaculares por los cientos o miles de veladoras que son encendidas, ejemplo de ello es Huitziltepec en Eduardo Neri (Zumpango), y Mixquic, en Tláhuac en la Ciudad de México.
El Día de Muertos, es nostalgia, recuerdo, atisbar a la eternidad con la esperanza de reencontrarnos con quien nos enseñó algo, quien nos hizo felices. Es una ventana que se abre en acto de fe, donde hacemos comunión con el mundo sobrenatural.
También es reflejo de nuestra identidad, oportunidad de ver la parte luminosa, espiritual y amorosa, ocasión de reencuentro, ante un evento identificado con momentos lúgubres y tristes, separación, silencio, dolor, ausencia.
La complejidad de esta celebración va mucho más allá de una simple costumbre o tradición, ya que implica la creencia o la esperanza de que existe vida después de la muerte, y que nuestros seres queridos nos visitan.
La mejor lección que tenemos que aprender sobre el día de muertos, es que sólo tenemos el ahora, ese pequeño instante donde tenemos a las personas que nos hacen fuertes y nos dan su cariño, y que es ley de vida, en algún momento perderlos en su forma física, pero no en nuestro corazón y nuestro recuerdo donde siempre vivirán, hasta que nos reencontremos.

Del anecdotario

Corría el año 2004 cuando asumí ser mayordomo de las fiestas de San Nicolás de Tolentino, quien fue un fraile, sacerdote, místico, católico italiano y el primer santo de la orden de San Agustín.
Sin duda la fiesta más concurrida de mi tierra en la que se congregan miles de paisanos para profesar su fe en San Nicolasito, pero también para disfrutar de la fiesta y la algarabía del famoso “toro de petate y sus vaqueros y de su personaje central, el terrón”.
En aquella ocasión, debido a mis responsabilidades como presidente de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública no me fue posible asistir el 11 de septiembre a la magna celebración, y sucedió un hecho que fue motivo de muchos comentarios en nuestro querido pueblo.
Durante un año se celebran rezos en casa del mayordomo para testimoniar la fe en San Nicolás de Tolentino, y a quienes acuden se les obsequia pan, tamales u utensilios para la casa, costumbre que se encuentra muy arraigada.
Es hasta el día de la “fiesta grande” cuando la estatuilla del santo se entrega al nuevo mayordomo.
Y justamente en ese día y en el momento en que mi hermana María Dolores entregaba el santito, el piso del comedor se empezó a levantar, a lo que los asistentes les dieron diversas explicaciones. Algunos decían que San Nicolás se encontraba muy enojado ante mi ausencia y esa era la razón de ese fenómeno paranormal. Otros señalaban que era una bendición pues la figura que se había formado era muy parecida al de una cruz, en fin… Especulaciones de todo tipo, que propició que el sacerdote del pueblo, don Rafael Cortez (QEPD) acudiera hasta mi casa para constatar el hallazgo.
La realidad es que el comedor de mi casa se encuentra junto a una fuente de cántaros que fue diseñada por mi amigo el arquitecto Marciano Peñaloza (QEPD), y debido a la humedad había propiciado el levantamiento del piso.
Mi hermana Lolita, que es un amor, me insistió en que reparara el daño y el agravio con San Nicolasito, del que soy fiel adorador, por lo que nuevamente asumí la mayordomía. Pero esta vez no falté, por aquello de no te entumas.
La vida es así.