Jesús Mendoza Zaragoza
Junio 06, 2016
Hay altas expectativas en la población relacionadas con la modernización del transporte público en Acapulco. La infraestructura construida en algunas de las avenidas del puerto y las unidades del Acabús que ya empezaron a circular en su fase de prueba, hacen pensar que pasaremos de la pesadilla de los urbaneros al sueño de contar con un transporte digno. Es de esperarse que así sea. Muchos años hemos sufrido a los así llamados urbaneros como una plaga que ha hecho mucho daño a Acapulco. Creo que no será fácil remontar los efectos de un transporte público arraigado en la corrupción y en la impunidad.
Para comenzar, no ha habido ley que ponga límites a quienes han operado el transporte urbano. Ni el gobierno municipal ni el estatal han mostrado firmeza para que respeten la ley y, mucho menos, para que respeten a los usuarios. Se dice que quienes tienen el control de este transporte urbano son los políticos y los narcotraficantes. ¡Si es así, qué policía les va a aplicar la ley! Los urbaneros se han comportado como si fueran los dueños de calles y avenidas y nadie ha podido meterlos en cintura.
Por un lado, llama la atención que la Dirección General de la Comisión Técnica de Transporte y Vialidad del Estado de Guerrero haya permitido, y hasta promovido, una verdadera invasión de unidades de transporte público en todo el estado, lo que ha provocado mil problemas más. Bastaría la tercera parte de las unidades que circulan para satisfacer las necesidades de la población. Este exceso de unidades, tanto de camiones, taxis, camionetas, colectivos, etc., ha hecho daño hasta al mismo sector, que tiene que competir consigo mismo. No hay otra explicación más que la corrupción para que este fenómeno se haya desarrollado tanto.
Y por otro lado, la Dirección de Tránsito Municipal no da una. El reglamento no se aplica y los urbaneros se caracterizan por ser infractores sistemáticos del reglamento, además del pésimo trato que dan a los usuarios que tienen que resignarse porque no les queda otra opción. Las corruptelas en tránsito municipal tienen como efecto un caos urbano en todas partes y a todas horas. Y, la verdad, la gente ya está enojada y cansada.
Habría que añadir también las prácticas desordenadas que vienen de la sociedad. No tenemos la necesaria educación vial para comportarnos con civilidad y con el debido respeto a los demás en las calles y, por supuesto, en el uso del transporte público. Un ejemplo es el pedir paradas en cualquier lugar.
El Acabús es visto como una oportunidad para mejorar el transporte urbano. Pero para que esto suceda es preciso que los gobiernos estatal y municipal estén dispuestos a cumplir las reglamentaciones que están establecidas para su buen funcionamiento. Esto significa que hay que abatir la sistémica corrupción que se da en las instituciones públicas y que ha generado tantos males a la sociedad. Una verdadera modernización del transporte público requiere de la correspondiente modernización de la administración pública. Sin esta condición, simplemente se transfieren los problemas del sistema de los urbaneros al sistema del Acabús.
Acapulco necesita un transporte público digno que hace necesaria la participación de todos.