EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dos proyectos escriturales y el mercado

Federico Vite

Julio 16, 2024

Un hecho que me parece inaudito es el caso del español Javier Marías, quien decía con arrogancia que él no corregía sus libros. Se dejaba envolver por la trama y escribía páginas tras página hasta encontrar el final de la novela. Pero lo asombroso es que se dedicaba a escribir diariamente, terminaba el libro y lo mandaba al editor; después, decía Marías, simple y sencillamente esperaba la impresión. No volvía a corregir. Nunca. Para lograr eso, es decir, para afinar el oficio a tal grado, hay que tener muchas, pero muchas horas de trabajo. Y, en especial, es inobjetable otro aspecto: debe tener mucha, pero mucha confianza en lo que hace. Traigo esto como un punto de lanza porque la obra de Marías tampoco es tan sencilla, ni mucho menos se definiría como fácil o popular. No, no es un autor popular, tiene un estilo, una forma peculiar de encarar la prosa, porque se propuso edificar una muy buena plataforma literaria en la que campea, en especial, la inmersión psicológica de la voz narrativa. Marías puso la vara muy alta. No cualquier autor tiene tanto dominio sobre su oficio. Pertenece a otra generación. Un autor de altura, digamos, y de comprobada suficiencia, pero con poco arrastre para el lector de a pie. No es García Márquez pues. No. Este hombre se cuece aparte. Tiene lo suyo. Y dejó una obra decorosísima. Ni duda cabe.
Un caso distinto es el de la escritora estadunidense, de ascendencia croata-persa, Ottessa Moshfegh (1981). Ella es autora de las novelas McGlue (2014), Eileen (2015) y el libro de cuentos Homesick for another world (2017). Tiene buenas ventas, buenas críticas literarias y se le considera “rara”. Es una autora que  adjetivaría como impopular, pero bien vendida. Sus libros son rudos y parecen estar diseñados para asustar a los lectores. Escribió un artículo, en 2015, en la publicación digital The master review que bien vale la pena tener en cuenta al hablar de métodos de escritura porque, aunque no pareciera, se validan mutuamente estos dos casos que hoy expongo. Uno en contra del pópulo; otra, a favor.
El artículo de Moshfegh que me gustaría reproducir, tiene un título de apetencias fisiológicas y se titula How to shit. Es decir, Cómo cagar. Y dice: “Lo mismo ocurre con las reglas para escribir ficción. Cualquier paradigma que exista en nuestra conciencia colectiva es solo eso: un modelo de interpretación o una estructura interna para proyectar una realidad”. Ottessa desarrolla un poco más la idea y señala: “Cuando lees una historia o una novela, suspendes tu lealtad a tu propia realidad y te entretienes con una que el escritor ha creado. Si la discrepancia con tu propia realidad es demasiado grande, tal vez digas: ‘No puedo entrar en esto’ y dejes el libro. O tal vez sea una mala pieza de escritura. Hay muchas por ahí. Aun así, el acto de leer ficción es verdaderamente mágico. El poder imaginativo hace que sólo lo literalmente cierto se sienta literalmente verdadero; esto es un aspecto maravilloso de la conciencia humana. Significa que somos capaces de imaginar realidades distintas a la nuestra. Además, una gran pieza de escritura puede cambiar permanentemente nuestros paradigmas. ‘Este libro cambió mi vida’, dice la gente”. Cuando ella habla de libros “buenos”, habla de libros interesantes para el lector. Y, finalmente, Ottessa sentencia: “No me gusta hablar de cómo escribir ficción. No me gustan los términos “artesanales”. Las discusiones sobre el oficio refuerzan lo que me parece un paradigma institucionalizado de ficción dictado por la industria editorial. Cuando pienso en “narrativa”, convencionalmente hablando, mi mente se refiere a esto: un personaje (con pensamientos, sentimientos, instintos, voluntad, un archivo de experiencias y gestos habituales) aparece en un entorno. Se presenta una situación, generalmente nacida de un conflicto o de un deseo. El personaje hace algo. A menudo el resultado es comprometedor. Sobreviene el drama. A partir de la adversidad se crea un nuevo aspecto del personaje. El personaje hace otra cosa. El efecto da origen a una nueva realidad. El personaje ha cambiado. Todo es muy razonable. También es muy limitado. En mis escritos, me gusta utilizar el paradigma dominante y torcerlo para señalar sus limitaciones. He descubierto que ésta es una forma de expandir la conciencia sin alarmar violentamente a las personas sobre sus propios delirios. Hace unos años, cuando estaba arruinada, decidí escribir una novela que atrajera a más público que mi libro anterior. Adopté deliberadamente la estructura de narrativa convencional para llegar al mainstream. Me imaginé una audiencia aplaudidora de lectores ávidos, personas que viven indirectamente a través de libros; en otras palabras, personas con vidas aburridas. Consideré el paradigma personal de una persona aburrida e imaginativamente escapista. El aburrimiento es un síntoma de negación, pensé. Una persona aburrida es en esencia un cobarde. Así que concebí un personaje atrapado por las costumbres sociales, que sondea las profundidades de sus propios delirios y hace algo increíblemente valiente. Pensé que sería divertido para el público. Así nació Eileen. Y gané un poco de dinero. Digo esto porque muchas de mis decisiones creativas fueron motivadas por el vacío de mi cuenta bancaria. Miré el paradigma dominante y abusé de él. Entonces se podría decir que participé en el paradigma que tanto critico”.
Marías ganó premios, tuvo prestigio, pero no cedió en cuanto al prototipo habitual de una novela. Al contrario, radicalizó su propuesta escritural. No puedo decir lo mismo de Moshfegh, pero ella es la que se vende como “rara”, cuando en realidad es típica. Lo extraordinario es lo que hizo Marías. Sumando estos dos aspectos, bien valdría una certeza: las reglas para escribir ficción las pone el autor; no el mercado. Lo demás es mercadotecnia, no literatura.

*Como es habitual en este espacio, la traducción de frases entre comillas es mía.