EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Edna O’Brien y la justicia

Adán Ramírez Serret

Octubre 06, 2023

Para Karina Albornoz

La justicia, o, mejor dicho, la ausencia de ésta es uno de los móviles más potentes para la filosofía y para la literatura. El mundo natural se nos aparece salvaje, en donde el más fuerte devora al débil. Nuestro consuelo ahí es que se trata de un ciclo natural y que no hay maldad. Lo más probable es que así sea, que sólo nosotros somos crueles. El mundo humano es terrible porque la ley del más fuerte tendría que estar regulada, detenida acaso, por la inteligencia humana. Naturalmente –sintomática palabra–, sabemos que no es así. La justicia es imposible, pero al menos podríamos tener un mundo menos injusto.
Este hecho del mundo malo y terrible es uno de los detonantes más fuertes para la literatura. En este caso en particular para La chica, de la autora Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930), quien luego de una polémica, prolífica y brillantísima carrera literaria, se fue a Nigeria a sus más de ochenta años para platicar con las mujeres que habían sido secuestradas, esclavizadas y violadas en las guerrillas políticas y religiosas que han azotado ese país.
El resultado es una novela cruda, que, por extraño que parezca, hace creer de nuevo en la humanidad.
No es casualidad que se le haya ocurrido a O’Brien ir a escuchar la vida de las jóvenes que sufren abusos, porque ella misma fue una mujer vulnerable en Irlanda, pues creció en un pequeño pueblo en donde sufrió todo tipo de abusos sobre los que gira su primera novela, Chica de campo, que la hizo célebre en su país y en el Reino Unido, primero, y después en el mundo; pero por la cual no ha podido volver a su pueblo.
A partir de esta obra, O’Brien se ha consolidado como una de las autoras más importantes del horizonte literario, uniendo dos puntos que normalmente no se juntan, la militancia, por un lado, y un estilo cada vez más deslumbrante por el otro. Escribiendo obras de teatro, ensayos, novelas y cuentos.
A partir, pues, de su viaje a Nigeria, O’Brien escribe La chica, que cuenta en primera persona la historia de una niña nigeriana que es raptada en su pequeño pueblo. Es el relato del secuestro por grupos paramilitares que la roban y con quienes pasa su primera juventud. Aquellos años de su primera menstruación y el descubrimiento adolescente son devastados por soldados salvajes que la roban, violan y después casan con uno de sus reclutas.
Es un mundo violento que se hace más brutal al estar contado desde la sensibilidad de una niña; y, es precisamente esto, lo que le da luz a la novela. La capacidad de esa niña de nunca dejar de ser humana y de estar sostenida por el amor a la vida.
En algún momento, los guerrilleros son atacados y destruidos por otro ejército. Es cuando la chica huye con su pequeña bebé amarrada a la espalda y tomada de la mano de una de sus compañeras / amigas del lugar. Relata así los instantes de la huida, “Estábamos eufóricas. Besábamos las cortezas húmedas y musgosas y apretábamos la frente contra la corteza en señal de gratitud”.
Nunca sabremos si acaso esto formaba parte del relato de las jóvenes que entrevistó O’Brien en su visita a Nigeria, o si es el propio talento de la autora para sorprender con la belleza en medio de la oscuridad. Pues lo usual es que alguien que ha sufrido tanta violencia odie el mundo, la vida; pero estas chicas que están huyendo en medio de las bombas entre la tupida selva, sólo piensan en agradecer a la naturaleza, a la tierra, por su libertad.
En La chica de O’Brien la justicia no estriba en la poesía –legítima y potente– de conocer el relato de mujeres olvidadas por la historia y el mundo; la poesía habita en el hecho del amor a la vida, a la libertad y el amor en medio de la más cruenta violencia.
Edna O’Brien, La chica, Madrid, Lumen, 2019. 183 páginas.