EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El diablo en la ciudad, maneras de documentar el caos y la maldad

Federico Vite

Diciembre 12, 2023

(Segunda de tres partes)

Philip Marlowe es uno de los grandes personajes de la novela angloamericana. Posee el encanto que pocos escritores logran comunicar estéticamente. Es curioso, pero no envejece, al contrario, se pule en la medida que pasa el tiempo y revitaliza su existencia con cada relectura. Me refiero especialmente a la aparición de ese detective en The long good-bye * (1953), traducida al español como El largo adiós, de Raymond Chandler. Este libro ambicioso me parece el mayor logro de Chandler. Posee grandes dosis de literatura. No lo dejaría en el terrible mundo de los subgéneros. Es un producto gozoso en el que el autor manifiesta una tesis importante; ante el poder, el poder real, claro está, no queda más recurso que la resistencia maliciosa. Chandler, en una carta que le envió a su editor, manifestó una preocupación terrible desde la escritura de The big sleep: “Marlowe es un hombre completo y un hombre común; un hombre inusual. Es un hombre solitario y su orgullo es que lo trates como a un hombre orgulloso o te arrepentirás de eso. Habla como habla el hombre de su época, es decir, con un ingenio grotesco, un vivo sentido de lo grotesco, con disgusto por la farsa y desprecio por la mezquindad”. Y lo logró.
Philip Marlowe hizo su debut en The big sleep luego de varias apariciones en cuentos de pulp-fiction. Chandler comentó sobre su célebre estilo: “Soy un intelectual snob que tiene afición por la lengua vernácula estadounidense, en gran parte porque crecí con el latín y con el griego”. Y aunque usted no lo crea, Chandler fue educado en Dulwich College, una escuela fundada por Edward Alleyn, el gran actor y director de la compañía Admiral’s Men. En esa institución se incluía la enseñanza de clásicos en su idioma original y, por supuesto, la obra del poeta y dramaturgo Christopher Marlowe, el mito del teatro inglés.
En esta novela también se habla de T.S. Eliot con suficiencia. Chandler menciona tanto a Waste land como a The love song of J. Alfred Prufrock. Ni siquiera los poetas regionales conocen la obra de Eliot y mire, Marlowe se da el lujo de argumentar una crítica a la poética de un titán en unas cuanta líneas, justamente cuando conversa con el chofer de la hija del señor Potter; un chofer, por cierto, que sabe de poesía y un detective que desmenuza los aires renovadores de Eliot. Nada mal.
En The long good-bye hay dos referencias a Acapulco; una, al principio de la novela, donde se menciona que sólo los millonarios estadunidenses pueden pasar largas temporadas en las paradisíacas playas del puerto. Especialmente, habla de la hija de un magnate que detenta el poder en Los Ángeles, el hombre que teje la trama de manera subrepticia y el que ofrece una versión sumamente actual de lo que es realmente el poder, algo que Orson Wells también hizo en el Ciudadano Kane (1941). La otra mención al puerto es al final de la novela, cuando se habla del mafioso Mandy Menéndez, quien presuntamente viajó a Acapulco para seguir con las apuestas y el juego, sus dos principales afluentes monetarios. Es decir, se perfilan una imagen de Acapulco que bien valdría la pena replantear ahora: para disfrutar este sitio es indispensable tener dinero. Primero vinieron los magnates, después los mafiosos. ¿Usted cree que Marlowe se equivocó? Evidentemente, yo no. Quizá eso se veía en Acapulco desde hace más de 50 años. Hoy sólo es más obvio ese perfil.
Pero la novela es valiosa no por la mención al puerto sino por la disposición técnica, por la musicalidad de la prosa, por la bondad y la gracia de los diálogos; en especial, por los personajes. Tanto el detective, quien lleva la voz cantante, como el magnate Harlan Potter –curioso que las hijas del millonario siempre se oculten tras el apellido Potter– y ex militar Terry Lennox están perfectamente construidos. A la par de ellos aparece un escritor alcohólico, cuya esposa de esplendente belleza logra imantar a Marlowe para que se acerque al escritor e intente salvarlo de sí mismo, del daño sicológico producido por el alcohol. Ese escritor de éxito se queja de que su editor le pida libros voluminosos, “porque a la gente le gustan los libros de muchas páginas. ¿Por qué?”. Pareciera una broma dentro de la novela de 448 páginas. Y en realidad es una confesión, porque mientras Chadler escribía este libro él tenía problemas con su esposa, bebía mucho y en la vida real, como en la novela, la esposa del escritor se suicida con barbitúricos. Pero todo eso forma parte de una trama bien ensamblada, cuya resolución final muestra la habilidad del autor para analizar en los recovecos de la sique humana muchos aspectos de la vida de los millonarios, en especial, la de los tipos que vivían en los suburbios de Los Ángeles. Había grandes fiestas, mucho alcohol y rubias fascinantes que acompañaban a hombres atormentados, con dinero a raudales, pero atormentados y ligeramente blandengues. Sí, como en los cuentos de John Cheever, sin duda. En este punto, la similitud de los cuentos de Cheever con Chandler es grandiosa. Pareciera que la vida galante de Los Ángeles y la de Queens era muy parecida. Tanto Chadler como Cheever lograron sacarle oro al foso sin fondo del patetismo. Pero lo que más debe apreciarse del autor de The long good-bye es la habilidad para mostrarle al lector que el mundo de los magnates y el de los mafiosos se toca en un punto, son bordes unidos por el dinero. No puede haber uno sin el otro, como si el mundo delictivo fuera, así lo indica Chadler, un reflejo del oropel producido por la economía rampante.
En medio millar de páginas hay mucho que ofrecerle a un lector, sobre todo la habilidad narrativa para sugerir, sin demostrar ni llegar a la obviedad, la forma en la que opera el poder. “Alguien le dijo a una jefe policiaco que Potter está contento con ciertas decisiones, después ese alguien le comenta a un juez y éste a un shérif; luego él a los policías. Todos tienen una orden y funciona de esa manera, con una indicación desde arriba”. El gesto de un poderoso se obedece sin chistar. Basta con una frase, un rumor: “Dicen que le caes bien a Potter, Marlowe”. Y por eso sigue con vida el detective, pero sólo por un tiempo. El poder, ante la justicia, es un buen contrapeso, pero sobre todo, una furibunda manera de hacernos creer que el poder nunca pide nada y todo lo deja al libre albedrío de los ciudadanos. Al contrario, la virtud mayor de este libro es remarcar el ejercicio de resistencia de un detective, alguien que se niega rotundamente a seguir las órdenes del poderoso, pero no puede contra ello, no lo logra, termina sucumbiendo a la corriente salvaje del más fuerte y a pesar de eso mantiene la dignidad intacta, porque la resistencia no es una lucha escandalosa, sino una estrategia borboteante de malicia, para hacerle creer al poderoso que uno no representa al enemigo, sino que resulta una pieza más en el tablero de ajedrez que es la vida pública y, por supuesto, la vida política.
Durante los recorridos que hace Marlowe por la ciudad, el goce pleno como lector se debe a que nada puede superar el vigor de una voz tan característica, tan sólida y tan peculiar como la de un hombre que transita de un lado a otro del caos (dinero y mafia/mafia y dinero = política y mendacidad) con la certeza de que va perder, pero lo hará con una integridad absoluta que apabulla. Nos recuerda que vivimos con el diablo en la ciudad; el caos y la maldad no son sus herramientas sino la cortina de humo. Si usted no conoce esta novela de Chandler, aproveche esta época de relajamiento otoñal y dese la oportunidad. The long good-bye merece estar en su librero.
*Para la escritura de este artículo usé la edición de Penguin Random House, EU, 2010, versión idéntica a la de 1953, 448 páginas. Como es habitual, la traducción de las frases entre comillas es mía.