EL-SUR

Lunes 21 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El huracán zombie en el puerto demasiado oscuro

Federico Vite

Octubre 01, 2024

 

(Primera de dos partes)

En Dos horas de sol (México, Seix Barral, 1994, 213 páginas), de José Agustín, hay referencias importantes para conversar acerca de lo que Acapulco ofrece a sus habitantes (que de manera cursi refieren muchos poetas como sus hijos) desde hace treinta años. Nos quejábamos en 1994 de la enorme cantidad de autos que circulaban a diario en las avenidas del otrora bello puerto, el que podría considerarse una sombra áurea de lo que ahora somos. La población era de 2 millones de habitantes. Ahora somos la mitad. Tal vez un poquito menos. José Agustín refiere en la novela los desplazamientos demográficos que signaron el futuro del puerto. La gente empezó a vivir detrás del cerro de La Cima, en 1980. “Afeaba” la vista de la “Bahía más hermosa del mundo”. Se intentaba reubicar a la población. Y como todos sabemos, el fracaso fue mayúsculo.
Gracias a ese intento de “reubicar” a la población se colonizaron los sueños de algunos acapulqueños que desde hace más de treinta años han padecido epidemias, sequías, huracanes, violencia y esencialmente abusos. Porque debe decirse que en las campañas políticas los utilizan, claro, los apapachan en tiempos electorales, pero no les resuelven lo esencial. Ellos saben que se encuentran atrapados por brazos de agua y olvidan esa presencia, pero ahí están los cuerpos de agua para reclamar los territorios que les pertenecen. Renacimiento, la Zapata, la Vacacional, La Sabana, Cayaco, Coloso, Colosio, Piedra Roja y un largo etcétera se encuentran con la realidad luego de las muchas tormentas, después de las muchas depresiones tropicales y, ahora, después de los huracanes.
José Agustín pone en perspectiva esto que podría entenderse como un arma punzocortante: el cambio climático sumado al caótico crecimiento urbano. Vivir en Acapulco cansa. Y cansa mucho. En los años 80 la temperatura era de 27 grados en promedio, ahora se padece calor y lluvia extremos. Se ha deforestado la región y se ha contaminado el mar a niveles inmorales. ¿Esperamos algo favorable después de nuestros desplantes predatorios?
José Agustín estableció como una postal sumamente recurrente del futuro: Acapulco bajo el agua, Acapulco destruido, Acapulco intoxicado. Siempre lejos, muy lejos, de la sobriedad. Desde hace tiempo, desde 1997, Acapulco empezó una debacle propiciada por gobiernos que no atienden lo esencial y deslumbran a los nativos con ideas caras que insuflan encantos y distraen de lo importante. Aunque no queramos ver lo inevitable, nos va salir muy caro recuperar la sobriedad y entender que vivir aquí implica mucho peligro. Si es así, asumamos el costo.
Muchos acapulqueños viven en zonas de alto riesgo; otros, avalados por “omisiones” legales, pagaron mucho dinero por el suelo de sus casas en zonas de gran paisaje pero endeble seguridad. Sobre esa idea, la del resplandor de la Riviera Diamante, podrían aterrizar nuevas perspectivas del caos, porque es sabido que Acapulco es corrupto, violento y permisivo; pero esencialmente permisivo, porque a todo le ganamos terreno; por ejemplo, a las banquetas las llenamos de comerciantes para sacar del paisaje a los comercios establecidos. Al agua le robamos espacio para colocar casas en medio de arroyos o de ríos que desde hace años no crecen, pero están vivos. De igual manera le arrancamos pedazos a los humedales, le quitamos tramos de tierra al mar y achicamos las lagunas. Recortamos todo en aras de “tener un poco de espacio” para pasarla mejor. Y a eso le llamamos progreso. El gobierno tolera esto: no importa el partido político que esté al frente. El Estado mira hacia otro lado y cuando el peso de la naturaleza se hace presente culpan al cambio climático, porque parece que la naturaleza se ha vuelto mala, pero al decir eso una y otra vez liberamos nuestra culpa, nuestra depredadora ansia por el desarrollo que detona ganancias para unos cuantos, siempre para unos cuantos, en detrimento de muchísimos más.
Aquí se vive de la imagen. Así que la pregunta es pertinente: ¿Usted ha visto políticas para cuidar nuestro capital más valioso? No hablo de frases lindas que suelen acompañar a los políticos ni a los empresarios. Me refiero a multas graves en contra de turistas o cualquier persona que contamine nuestros cuerpos de agua dulce y de agua salada. No se regula, siquiera, el ingreso de alimentos y bebidas a las playas o lagunas. No hacen lo importante porque los políticos intuyen que cualquier acto radical (y legal) de preservación del patrimonio podría considerarse una medida impopular y temen que la popularidad cambie el color del partido político en el poder. Prefieren hacer las cosas a medias antes de revertir la debacle de la que no hemos querido hablar. José Agustín puso la primera piedra narrativa de todo esto que ahora entendemos como “declaratoria de emergencia”.
Había olvidado que nuestro egregio Salgado Macedonio encabeza la Comisión Especial para vigilar la reconstrucción de Acapulco en 2024; pero él ha estado más interesado en lo suyo (hacer bullicio) a favor de AMLO y de su hija, la actual gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado. Está apoyando reformas retrógradas, como la del Poder Judicial y de la Guardia Nacional; lo que más recuerdo de él es la frase: “El INE va caer”. ¿Ha hecho lo suficiente para reconstruir Acapulco? Sería brutal decir que sí. Pudo gestionar recursos, organizar otros proyectos de apoyo e incluso programar brigadas de apoyo para la limpieza del puerto con sus camaradas motociclistas, pero eligió seguir el juego de la “transformación”. No sé a ustedes, pero a mí todo esto de la “transformación política” me parece insustancial. Oigo discursos de prosperidad, promesas de cambio y edulcorados señalamientos a favor de los pobres, pero no veo por ningún lado la grandeza.
José Agustín, en Dos horas de sol, se asoma a tres polos que bien podrían darnos pistas de todo este enmarañamiento: lo político, lo ecológico y lo económico. Él escribió esa novela con ciertas dosis de humor, pero ahora estamos en algo más grave: ¿de qué reírnos en una situación así? Ni siquiera puede tomarse como una gracia el hecho de que un huracán de nombre John se convirtiera en un zombie que revive una y otra y otra vez. Es algo que no muere y que causa mucha destrucción. Obviamente los daños no sólo son físicos, sino que hacen perder la certeza (la poca certeza) que Acapulco ofrece a quien aquí vive. Recordemos que este municipio es de los que más dinero aporta a Guerrero. Perder al puerto significa empobrecer a Guerrero. Pero vayamos un poco más adelante, a lo preocupante, ¿qué puede ofrecer este lugar? ¿Turismo de catástrofe? Bueno, desde el sábado yo he visto turistas en Caleta, disfrutan la playa y se quejan del agua que escurre por la avenida López Mateos. Se molestan porque nada está abierto. La gente de la CDMX que tanto “nos quiere” se detiene frente a las tiendas de conveniencia y al tratar de abrir las puertas de cristal se enteran que el acceso se ha restringido. ¿Por qué?, insisten en la pregunta, ¿por qué si nosotros somos turistas? La respuesta es obvia si ponen atención al entorno: decenas de jóvenes en motoneta ensombrecen la escena. Sacan celulares de bolsillos mojados y literalmente hablan en clave; es gente que avanza preguntando, ¿dónde hay tiendas abiertas? Y la actitud no es la de alguien que quiere comprar, sino la de una persona que busca víctimas para el saqueo. Los policías estatales dan rondines por las playas, algunos guardias nacionales se han estacionado frente a tiendas de conveniencia y las maniobras disuasivas han funcionado, pero se siente la tensión en la Costera y a menudo se incrementa cuando los helicópteros hacen sus recorridos y uno piensa que otra vez el caos se ha desatado. Pero eso únicamente es el trabajo del ansia.
Un vecino, de los que hace once meses robó muebles, comida e incluso una moto tras el paso del huracán Otis, se asoma al balcón un poco desanimado porque esta vez no ha sacado provecho del caos. Espero que así siga. Aunque sea sólo por hoy.
Las noches vuelven a perder brillo. Puedo intuir en la profundidad nocturna el tic tac biológico de algo oscuro. De fondo se escucha la llovizna y la caída del agua que desde hace siete días no cesa. Todo esto traerá más pobreza, mayor marginación y más vulnerabilidad. Esa es la única certeza.

@FederìVite